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Los animales varados en Galicia rozan los 700 por segundo año consecutivo: “El salto es enorme y no sabemos explicarlo”

Una yubarta que apareció varada en cabo Touriñán en 2024, víctima de una captura accidental.

Beatriz Muñoz

Santiago de Compostela —
3 de enero de 2025 21:55 h

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En 2024 quedaron varados en la costa gallega casi 700 animales. La cifra se sitúa en este nivel, que triplica la media de las últimas tres décadas, por segundo año consecutivo. Lo que más abundan son los cetáceos y, dentro de estos, es llamativo el peso y el incremento de los delfines comunes —golfiños comúns, en gallego—. Además del fuerte incremento, se ha producido otro cambio: hay un pico en los meses de julio y agosto, tan marcado que en ese periodo se están superando los registros de los meses que tradicionalmente acumulaban más varamientos, que eran los de enero, febrero y marzo.

“El salto es tan enorme que no sabemos explicar por qué”, dice Pablo Covelo, biólogo de la Coordinadora para o Estudo dos Mamíferos Mariños (Cemma). Esta organización, financiada por la Fundación Biodiversidad, del Ministerio para la Transición Ecológica, y la Xunta de Galicia, es la que se hace cargo de los ejemplares que aparecen en la costa gallega. El balance recién publicado de 2024 muestra que vararon 689 animales, entre cetáceos, focas, tortugas, tiburones y nutrias. En 2023 contabilizaron 697 y en 2022 fueron 313. Covelo recuerda que desde que empezaron a trabajar, en los 90, la media estaba en unos 240 anuales entre cetáceos, focas y tortugas. “Los números de los últimos años son para asustarse”, asegura.

El biólogo dice que los expertos no tienen una explicación para lo que está pasando. Cuando los cuerpos que llegan no están en mal estado, las muestras que se les extraen descartan que haya una enfermedad específica que les esté afectando. Expone que lo que se encuentran son problemas “esperables” en fauna salvaje y que son propios de cada individuo: un problema de bazo o de corazón o parásitos en los pulmones. De los ejemplares que llegan a la costa -lo normal es que el animal muera en el mar y lo arrastren a la orilla los vientos y las corrientes-, en torno al 60% están en estado de descomposición moderada o avanzada y se puede obtener información limitada.

En el mar, dice el experto, “está pasando algo”. Lo relaciona con la búsqueda de alimento de los cetáceos: “Tienen menos comida o la vienen a buscar más al litoral”. Pone el ejemplo de los delfines comunes, con varamientos crecientes y un patrón habitual: entran hasta el fondo de las rías, pese a que es una especie que rara vez se introducía en esas aguas, y, como no están acostumbrados a las mareas, se quedan atrapados cuando baja el nivel del agua. En estos casos, Cemma suele poder atender a los animales, que están vivos. Es necesario hidratarlos y reflotarlos para que vuelvan a mar abierto. “Es muy raro lo que está pasando estos últimos años con esta especie”, dice.

“Esto es una manifestación de que algo está pasando. ¿Por qué entran ahora hasta el fondo de la ría a comer?”, reflexiona. Covelo apunta a que lo que ocurre es “seguramente” algún cambio en la cadena trófica y, “como los cetáceos son el último eslabón” se aprecian los efectos sobre ellos. “Aún no lo sabemos interpretar fehacientemente; tendríamos que juntar datos de otras ramas que nosotros no tenemos, como datos oceanográficos o de pesquerías”, añade.

Covelo recuerda que no todos los animales que mueren en el mar llegan a la costa. Un experimento hecho hace años con el sector pesquero apunta a que aparecen en playas y rocas en torno a una cuarta parte. Aquel estudio se basó en las capturas accidentales -principal causa de muerte de los cetáceos en Galicia- de los barcos de pesca que faenan cerca de la costa. Varios patrones colaboraron para poner una brida identificativa a los cetáceos que morían en sus redes y devolverlos así al mar en la zona en la que los habían capturado. El biólogo recalca que, si hay que multiplicar por cuatro la cifra actual, sería “espeluznante”. Pero otra de las hipótesis es que, si los cetáceos se acercan más a la costa en busca que alimento, también es posible que, por la cercanía, sus cadáveres aparezcan en un porcentaje superior a ese 25% calculado.

Delfines, tiburones, marsopas

Los datos de 2024 muestran que la mayor parte de los animales varados son cetáceos: 614 de 689. Dentro de estos, los más frecuentes fueron los delfines comunes, con 455 casos. A continuación aparecen los arroaces -delfín mular-, con 46 individuos; los delfines listados, con 18; y las toniñas -marsopas-, con 14. Esta última es una especie en peligro de extinción, una de las muchas para las que la Xunta no ha elaborado un plan de recuperación. También figuran seis ballenas de diferentes tipos.

Además de los cetáceos, en 2024 llegaron a la costa gallega 14 nutrias -una especie autóctona y cada vez más extendida en el litoral-, 23 tiburones y 32 tortugas. Entre estas últimas, Covelo expone que las más frecuentes fueron las tortugas comunes, que nacen en el Caribe y llegan al otro lado del Atlántico cuando aún son pequeñas y miden en torno a 20 centímetros -llegan al metro-. El biólogo explica que es fácil sacarlas adelante con agua caliente y alimento. Suelen padecer problemas respiratorios y el 95% tienen plásticos en el estómago, aunque este no es un riesgo inmediato para su vida. “Suelen ser trozos pequeños que ingieren pensando que son comida y los van eliminando”, señala. Otra cuestión, objeto de estudio en la actualidad, es una posible toxicidad de esos plásticos y sus aditivos.

El de los plásticos es un problema extendido en los océanos. Sobre el 90% de los cetáceos pequeños tienen, según Covelo, microplásticos. El origen suelen ser los animales que comen en el mar. En el caso de cetáceos de buceo profundo, como el cachalote o el zifio, sí se han encontrado casos de muertes por obstrucción intestinal debido a que han ingerido plásticos de gran tamaño.

En cuanto a las focas, el biólogo indica que el año pasado hubo pocas (seis) y ninguna necesitó que la atendieran. Fueron, dice, avistamientos en playas de animales que probablemente habían salido del mar a dormir. De hecho, Covelo expone que el problema con las focas es que la gente se sorprende al verlas y, por desconocimiento, intenta animarlas a volver al agua, cuando lo que están buscando estos ejemplares es descansar.

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