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80 años desde que Galicia es, oficialmente, nación

Plácido Castro

Marcos Pérez Pena

“Cualquier que sea el régimen político en que Galicia viva, nuestra tierra, autónoma o no, está ya proclamada moralmente como una nación”. De este modo subrayó Plácido Castro, responsable de Relaciones Internacionales del Partido Galeguista, la importancia histórica de la participación de Galicia en el IX Congreso de Nacionalidades Europeas, organismo de la Sociedad de Naciones, que se celebró del 16 al 18 de septiembre de 1933, y que supuso el primer reconocimiento oficial del país como nación. El reconocimiento llegó en un momento en el que la Sociedad de Naciones (el equivalente en el periodo de entreguerras a la actual ONU) comenzó a perder autoridad, en buena medida por las tensiones que acabaron llevando a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el hecho histórico y legal quedó fijado y el propio Castelao en su Sempre en Galiza destaca que “Galicia es una nacionalidad, y como tal fue reconocida en Berna, por el IX Congreso de las Minorías Nacionales Europeas, adscrito a la Sociedad de las Naciones”.

Se celebran esta semana los 80 años de este reconocimiento, escasamente reivindicado en la actualidad, incluso desde buena parte del galleguismo. En buena medida han sido en los últimos años el Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional (IGADI) y la propia Fundación Plácido Castro los que con más fuerza han llamado la atención sobre la importancia del evento, sobre todo en su 75 aniversario, con la organización de una mesa de debate y la colocación de una placa en la casa de Plácido Castro en Vigo. Entonces, Xulio Ríos, director del IGADI, destacaba que “fuera del fin político de cada uno, ya sea la autodeterminación, la independencia, el autonomismo, el regionalismo..., lo sucedido en 1933 es un hecho histórico” y lamentaba que “es una realidad de la que hay un gran desconocimiento en la sociedad y que los líderes políticos gallegos no deberían obviar”.

El Congreso de Nacionalidades Europeas nació en 1925 para reivindicar el derecho a la autonomía (administración nacional propia) y al libre desarrollo cultural de las naciones sin Estado y de las minorías nacionales existentes en Europa. Rechazaba la modificación de las fronteras políticas existentes y reclamaba sistemas electorales que permitieran a las minorías contar con una representación proporcional a su significación numérica. Para ingresar en el Congreso “la parte solicitante debía proporcionar pruebas o manifestaciones que evidenciasen su existencia mediante signos exteriores demostrativos de una vida colectiva con carácter duradero”, como recoge el IGADI en una publicación especial.

Ya en los años treinta Galicia se acercó a este organismo de la mano de vascos y catalanes y después de que una delegación del CNE (liderada por su secretario general, el estonio Y. Ammende) realizara una visita a nuestro país. El Partido Galeguista buscaba fundamentalmente, según el IGADI, “el establecimiento de un marco de cooperación con los movimientos afines que permitieran la universalización de Galicia en el doble sentido de hacer que Europa nos conozca y nosotros conocer mejor Europa” y el “reconocimiento de la condición de nación por parte de un organismo internacional de considerable prestigio y reputación”.

Plácido Castro, formado en el Reino Unido desde muy joven, fue el encargado de representar a Galicia en el Congreso, y fue recibido por el presidente del Consejo de la Sociedad de Naciones, Mowinckel, primer ministro noruego, y por el presidente del parlamento suizo, M. Motta. En la declaración presentada al congreso se proclamaba que Galicia “es una nación bien definida, que se diferencia claramente de los otros pueblos que habitan España. Su origen, su historia, su idioma, y sus costumbres justifican esta diferencia de una manera absoluta”, al tiempo que reivindicaba “el derecho innegable del pueblo gallego a disponer de sí mismo” y reclamaba “la plena libertad del empleo de su idioma materno, especialmente en la instrucción”. La declaración añadía que “Galicia desea vivir en buenas relaciones con las otras nacionalidades de España y quiere colaborar con ellas para la reglamentación de todas las cuestiones de interés común. Es evidente que no opone ningún obstáculo a la realización de un ideal federal, cualquier que sea su amplitud”.

A su vuelta a Galicia Plácido Castro dio cuenta de la importancia de lo que acababa de suceder en Berna en tres artículos que publicó en El Pueblo Gallego, el primero el 30 de septiembre, en el que destacaba que “por primera vez en su historia Galicia concurrió con personalidad propia a un Congreso internacional”. El segundo el 5 de octubre, en el que Castro destacaba que una de las resoluciones del congreso había hecho constar que “la autonomía territorial es el medio más adecuado de resolver los problemas minoritarios, cuando se trata de minorías que ocupan, en masa compacta, un territorio definido”, lo que venía a apoyar las reivindicaciones de autogobierno del PG: “algo que se relaciona directamente con el problema de Galicia y viene a confirmar, con la más alta autoridad, la posición del movimiento galleguista”.

El tercer artículo, titulado Galicia, nacionalidad europea, hacía hincapié en la importancia histórica de la participación de Galicia en el Congreso. Plácido Castro destacaba “el reconocimiento por una organización internacional, integrada por representantes de cuarenta millones de europeos, pertenecientes a catorce nacionalidades, de que nuestro pueblo constituye una nación”. También constataba el ánimo que había supuesto para la “universalización de Galicia”, lo que constituía “otra constante aspiración del galleguismo”. En el texto, Castro descartaba el “separatismo”, apostaba por “formar parte de una Federación, cualquiera que sea su amplitud. Federación hispánica, ibérica, europea o mundial, con todas se declara compatible el nacionalismo gallego”. Y concluía que “Galicia, porque es gallega, por sus propios méritos, consiguió ocupar un puesto que no había estado a su alcance si se conformara con ser un trozo de la España grande. Es decir, que Galicia, siendo gallega, es más universal y tiene más personalidad que si pierde su identidad en un estado español uniforme”. En este artículo Castro destacó, además, que “cualquier que sea el régimen político en que Galicia viva, nuestra tierra, autónoma o no, está ya proclamada moralmente como una nación”.

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