¿Por qué arde Galicia? Es la pregunta que todo el mundo se hace cada año o, al menos, en aquellos años especialmente negativos en materia de incendios forestales. En un artículo publicado en Praza Pública el biólogo ambiental Xavier Vázquez Pumariño exigía esta semana analizar esta cuestión con la necesaria complejidad (“se está tratando un tema extraordinariamente complejo con una simplicidad pueril”, decía). “El fuego en Galicia es estructural. Y como tal no tiene una solución fácil ni mucho menos rápida. Se requiere conocimiento, objetivo y estrategia”, escribía también hace un tiempo el ingeniero técnico agrícola Óscar Antón Pérez García. Esta misma semana Sebastián Hernández, secretario de la Asociación Profesional de Bomberos Forestales de Galicia, subrayaba igualmente que “no hay fórmulas mágicas”, que las soluciones debían ser “a medio y largo plazo” y que debían debatirse y acordarse entre todos los sectores afectados. Un pacto de país. Da la impresión de que buena parte de esas propuestas de solución están ya sobre la mesa; los propios Xavier Vázquez Pumariño y Óscar Antón Pérez llevan años apuntando las mismas conclusiones que repiten estos días.
Hablamos con ellos, por supuesto, sobre la eucaliptización y el modelo forestal y de gestión del territorio implantado en Galicia en las últimas décadas. Y, sobre todo, sobre la necesidad de apostar en el medio rural por actividades diferentes a las meramente extractivas, una de las principales demandas de la manifestación que este domingo recorrió las calles de Santiago bajo los lemas de “No a la Ley de Depredación” y “Lumes Nunca Máis” (Fuegos Nunca Más).
Abandono del rural
“Para que haya un incendio, tienen que darse tres elementos: Tiene que haber quien prenda fuego, tiene que haber combustible y tiene que haber unas condiciones meteorológicas determinadas, como las excepcionales de la semana pasada o como las que confluyen algún verano, con calor, poca humedad y con un fuerte y sostenido viento del noreste”, destaca Vázquez Pumariño. “Hay que atender, por lo tanto, a todas ellas”, dice, destacando que uno de los grandes problemas es que “vivimos en un área particularmente propicia para los fuegos, un mundo combustible, conformado en las últimas décadas”. “Tanto en Galicia como en Portugal, a partir de los años 50, con dos dictaduras y paisajes culturales muy similares, se impulsa la forestación con pinos de aquellas zonas que hasta el momento eran pasteros en el monte y/o cultivos de cereales. La ganadería desapareció -esos miles de ovejas y cabras que procesaban el gran crecimiento de la biomasa-. Y las nuevas fábricas de celulosa crearon la necesidad de emplear el eucalipto”, explica.
“Se ocupa el territorio para que el sistema capitalista tenga espacios para extraer materias primas” -destaca- “El sistema actual está provocando una distribución del espacio entre unos cascos urbanos con una gran producción desligada del medio natural; y, después, un enorme vacío. Ese espacio vacío se dedica a aquello que se necesita para que funcione todo el resto: generación de energía -eólicos, embalses...-, producción que genera muchos ingresos pero en lugares diferentes, y producción de materias primas, en este caso madera. Me recuerda un poco al modelo de territorio que muestra la última de Blade Runner”, señala. “Parece que solo se está hablando de un problema forestal cuando la realidad es que es un problema del rural, es decir, es un problema de la ganadería, de la agricultura, de la ordenación del territorio, de la conservación de la biodiversidad, del mantenimiento del ciclo del agua, etc”, critica.
“Hay un montón de factores interconectados, y las soluciones reales, que van a la base del problema, son de una elevada complejidad y tempo de ejecución”, señala por su parte Óscar Antón Pérez. “Sería necesario empezar por aquellas cuestiones más simples en su ejecución o cortas en el tiempo y, a partir de ahí, seguir con las más complicadas”, dice. “Una de las cosas más importantes que se podrían hacer ahora sería hacer cumplir la ley que ya existe y que no se está aplicando”, señala. “Por ejemplo, habría que garantizar que se respetan las distancias de seguridad a las viviendas o las franjas de gestión, recogidas en la Ley de Montes y en la Ley de Incendios. No sería una medida estructural, pero ayudaría a alejar las situaciones de peligro de las casas”, dice.
“Después, hay cosas que sí son complejas y sí van a la base de los problemas. Hay que revisar cómo tenemos el territorio y hace falta ordenarlo: diversificar usos, mejorar la gestión de las parcelas, buscar actividades alternativas, buscar a los propietarios cuya identidad se desconoce...”, subraya. E incide, sobre todo, en el abandono del rural: “En las zonas rurales hay que facilitarles la vida, en todos los sentidos, a las personas que trabajan allí. Tienen que tener servicios al mismo nivel que tienen las personas que viven en los espacios urbanos. Y, además, cuando una persona decide comenzar una actividad agraria debe tener la ayuda necesaria”. “Así es cómo se consigue fijar población en el rural: con servicios y facilidades para trabajar. Si no hay población, hay abandono de superficies”, resume.
“Si uno superpone el mapa de las zonas quemadas en los últimos años con el mapa de las zonas en las que hay abandono, coinciden casi al 100%, excepto quizás en el Baixo Miño, por otros factores. La zona con más alarmas es el centro de Lugo, pero la zona con más hectáreas quemadas son los dos distritos que van de Valdeorras a Monterrei, que suman el 35% de todo lo quemado en Galicia en la última década. Y esto coincide con las áreas en las que la actividad agraria se ha abandonado más, que más se han despoblado, en las que se ha retirado del monte el ganado, que precisamente ayudaba a controlar la biomasa...”, comenta.
“Alcanzar un nuevo modelo de desarrollo que permita elevar la calidad de vida de las personas que viven en el rural, que incluya políticas de freno efectivo del abandono, que corrija un saldo demográfico alarmante, que dote de medios y proteja la economía agraria, que viabilice el empleo y el cuidado de en medio, es la mejor manera de evitar que el monte arda”, resume. “No podemos continuar en el actual sistema, con porcentajes de abandono de la superficie agraria útil que rayan el 30%, mientras seguimos siendo importadores netos de productos agrarios, ni podemos pretender un retorno a un presunto 'antes' que en muchos casos no pasa de ser una construcción mitológica con poca aplicación en el tiempo presente. Hace falta alcanzar los equilibrios en el momento presente, con las herramientas que tenemos a nuestra disposición”, añade.
El modelo forestal: La 'eucaliptización'
Xavier Vázquez Pumariño alerta de que los grupos que apuestan por los cultivos forestales, principalmente el eucalipto, conforman “un lobby muy poderoso, sobre todo porque no necesita ser lobby, porque hay muchas cosas que ya asumimos como normales. Asumimos como normal que exista ENCE, que exista Norfor... Asumimos, desde la derecha a la extrema izquierda, que el monte está 'abandonado' y que hay que ponerlo a 'producir'”. “El último paso en esta política es la Ley de Depredacion, que se acaba de aprobar, y que no puede ser más descarada en este sentido: como administración pasamos de todo y dejamos el territorio en manos del capitalismo de colegueo más salvaje”, añade. “Este modelo genera, además, una industria del fuego, porque está claro que a nadie le gusta ver arder el monte, es peligroso y muere gente, por lo que hay que apagarlo. Y hay gente que está ganando con esto”, advierte.
El biólogo ambiental subraya que “este sistema de cultivos forestales es rentable porque sus costes de mantenimiento se pagan con dinero público”. “Los sistemas de extinción de incendios los pagamos todos. Si a uno se le quema la casa y vienen los bomberos, nos pasan una factura por apagar el fuego; bien, ¿por qué no se hace esto en el caso de las propiedades en el monte? ”Yo no tengo por qué subvencionar eucaliptos. Se quieren tener un negocio, que lo paguen ellos. Si los costes de desbrozar y de apagar los fuegos tuvieran que pagarlos los propietarios, no habría negocio del eucalipto en Galicia. Es un negocio que se mantiene porque estamos entre todos pagando impuestos para mantenerlo“, dice.
Óscar Antón Pérez afirma que “el tema del eucalipto es complejo”. “Por una parte, funciona como todo monocultivo: tú cuando haces un monocultivo de cualquier especie, facilitas que cualquier patógeno o desastre se extienda”, dice. “Sin embargo, el eucalipto por sí solo no lleva a que el monte arda: entran en juego otros factores. En la Mariña de Lugo, el régimen hídrico hace que la cantidad de humedad en el suelo imposibilite los incendios, de la misma manera que la falta de humedad los posibilita en el Sur de Pontevedra. Y hay que decir también que en Galicia arden más las zonas de monte bajo que las zonas de especies pirófitas. Por lo tanto las especies pirófitas no tienen toda la culpa”, señala.
“El eucalipto genera unos efectos muy claros: cambia totalmente el sotobosque, favorece especies con una ignición mucho más fácil, y el propio follaje y ramaje del eucalipto, así como las sustancias que desprende, favorecen la extensión del fuego”, explica. “Todo esto es cierto, pero el eucalipto hay que gestionarlo: si como sociedad nos genera un cierto beneficio, tendremos que aprender a aprovecharlo de la mejor manera posible, y no como se está haciendo hasta ahora, invadiendo todo el territorio o poniéndolos en cualquier sitio”, dice. “Sobre todo porque no podemos erradicarlo de un día para el otro, tendremos que aprender a convivir con él. Ha llevado dos generaciones llegar hasta este punto, y revertir esto mínimamente va a llevar dos décadas como mínimo. Los eucaliptos están creciendo y los propietarios no los van a cortar hasta que tengan un tamaño en el que obtengan un beneficio suficiente”, advierte. “Y esto te lo dice una persona que está absolutamente convencida de que no es la especie forestal más adecuada para Galicia. Y teniendo en cuenta que el monte gallego genera unos ingresos de 300 millones de euros y ocupa un 72% del territorio, mientras que la agricultura genera 900 millones y ocupa el 20%”, concluye.
El ingeniero agrícola señala además que “en el tema de los eucaliptos yo comenzaría pidiendo que se cumpliera la ley existente. Y además, apostaría por evitar la plantación de especies pirófitas en zonas agrícolas y en las cercanías de las casas, al lado de núcleos que están siendo cercados”. “Después, hay que hacer una apuesta por gestionar el territorio; hasta ahora cada persona viene decidiendo plantar o no en su parcela de forma individual. Seguramente habrá que hacer una organización conjunta, aprovechando esa microparcelación para dejar zonas libres, a manera de franjas naturales de cortafuegos, de corte de la continuidad. Así se asegurarían los rendimientos para los propietarios pero se evitaría el monocultivo”, comenta.
“No se trata de drenar más recursos de la extinción a la prevención sino de cambiar el modelo completamente, de darle la vuelta como un calcetín para que sea sostenible económica, social y ambientalmente”, resume Vázquez Pumariño. “Precisamos, pues, un cambio de modelo en el que se recuperen los usos del monte, tanto agrícolas como ganaderos, pues son las tierras donde se desarrollan estas actividades las más reticentes a arder y en caso de que finalmente ardan, son sencillamente apagables”, concluye. “Por otra parte, el empleo de especies forestales caducifolias como castaños, robles, nogales, cerezos, etc. impide que la luz pase al suelo evitando la proliferación del sotobosque y manteniéndose esa limpieza de manera natural; igualmente mantienen un nivel de humedad superior, clave para una menor propagación del fuego”, dice.
Más “acción” y menos “lamentación”
Óscar Antón Pérez dice que este días no quiere leer ni oír “lamentaciones”. “Lo que tiene que hacer el pueblo gallego es tomar cartas en el asunto, no lamentarse. Lo que me vale es la indignación, me vale la rabia, pero la potencia sin control no sirve de nada: indignados pero intentando que las cosas cambien, no rabear ahora dos días y olvidando después el tema hasta la próxima ola de fuegos”.
Dirige también sus críticas al Gobierno gallego: “la Xunta le echa la culpa a una trama incendiaria porque es una forma de no asumir la responsabilidad que tiene en todo esto. Creamos un enemigo difuso, le ponemos una etiqueta y eso es una manera fácil de evadir la responsabilidad. La administración se gasta cada año cientos de millones de euros en extinción y así llevamos 30 años. Si tú te gastas todo eso y no obtienes resultados es que algo estás haciendo mal. Hay que evaluar lo que has hecho para mejorar la estrategia. El Gobierno gallego está pasando del rural de una manera que clama al cielo, no está diseñando políticas que tengan en cuenta las necesidades de la gente que vive allí”, denuncia.
“Ordenar el rural limita el abandono, les da oportunidades sociales y económicas dignas a la gente que allí vive y entrega al resto de la población un ámbito de protección y esparcimiento. Y esto no le compete solo a la gente del rural -que cada vez queda menos-, nos compete a todos como sociedad. Pero para esto es necesaria una apuesta política decidida por el rural que huya de la autocomplacencia y de los lugares comunes”, subraya. Y finalmente, recuerda que “hay que tener claro que todos estos cambios de usos, de mentalidad, o los cambios en las estructuras económicas no se hacen en una legislatura ni en dos. Se pueden poner bases, pero los efectos se verán en 20 años”.