Asbestosis: La enfermedad silenciosa

“Sólo queda demandar. Demandar al INSS. Demandar a las mutuas. Demandar a las empresas. Demandarlos a todos. Y quedarse sólo. Delante de un juez. Y convencerlo de que lo que te está matando no es una gripe mal curada”.

Ferrol es la ciudad de España -e incluso de toda Europa- con una mayor incidencia de la asbestosis, una enfermedad pulmonar causada por la inhalación de fibras de amianto, un elemento aislante empleado durante décadas en la industria y en la construcción, incluso muchos años después de que sus efectos negativo estuvieran más que probados. Se calcula que sólo en la comarca de Ferrolterra el número de afectados supera los 3.500, con un goteo de una o dos docenas de muertes al año. No es un tema del pasado, aunque desde los años noventa este material dejara de emplearse; la enfermedad tiene un período de latencia de 30 o 40 años, por lo que aún se manifestarán nuevos casos hasta el año 2030. Y más y más muertes.

La asbestosis no sólo afecta a Ferrol. La situación se reproduce en ciudades industriales de todo el Estado, de Avilés a Cartagena, de Cádiz a Getafe o Cerdanyola de el Vallès, sumando más de 80 mil afectados en España, de los que alrededor de 50 mil han muerto o morirán en esta década o en la siguiente. Vigo registra igualmente muchos damnificados, a los que hay que añadir casos más aislados relacionados también con la construcción.

A pesar de la fuerte incidencia de la enfermedad en algunas zonas, el asunto no ocupa un lugar preferente en las agendas de los medios. Tampoco hay demasiados libros ni documentales publicados. El fotoperiodista y sociólogo ferrolano Roberto Amado acaba de publicar Peregrinos del amiantoPeregrinos del amianto (Libros.com), un texto producto de dos años de trabajo y entrevistas con afectados y expertos. “Hay poco publicado sobre el tema, y lo que hay trata fundamentalmente el aspecto médico o el aspecto legal. Me di cuenta de que lo personal, que es lo que menos se ha tocado, es el tema fundamental”, explica. Amado presentará la obra en septiembre en la ciudad departamental, en un acto que quiere convertir en un debate entre los afectados, las autoridades, las empresas, entre todos los actores implicados, para poner el foco público sobre el tema. También intentará hacer presentaciones en otras ciudades en las que el problema del amianto tiene una incidencia importante.

Hasta el 2001, silencio

“Un día te cruzas con un colega, un hombre de esos fornidos y grandes. Lo encuentras confuso, con mucho menos peso y con dificultades para respirar. Trabaja en monturas a flote, o es soldador, como tú, como muchos otros. Poco después te enteras de que ha muerto y, como él, van cayendo varios. Te suena eso del cáncer de pulmón. Pero haces caso omiso (...) El tabaco, la bebida. Ya sabes tú como van esas cosas. Hasta que alguien te dice que lo que tienes es un tipo de cáncer raro. Y tú te haces preguntas”.

Hasta el año 2000 apenas se hablaba del tema. En Ferrol había un número inusitadamente alto de muertes por enfermedades del pulmón y por cáncer de pleura, sobre todo entre hombres que trabajaban o habían trabajado en los astilleros. Pero ni se le daba un nombre ni se encontraba el nexo y origen. En ese momento, gracias a la acción individual de algunos afectados y de algunos médicos, se consiguió romper el tabú y la opacidad que parecía rodear a esta enfermedad.

Roberto Amado relata en el libro ese momento, en conversaciones con alguno de los protagonistas, comenzando por el histórico obrero y sindicalista Rafael Pillado -uno de los que destapó el caso-, o con el médico Carlos Piñeiro, uno de los mayores expertos en la materia, que impulsó -al principio casi en solitario- la investigación sobre la enfermedad. En 2001 una información publicada por La Voz de Galicia lo cambió todo, a pesar de las muchas resistencias existentes, incluso en el seno de algunos sindicatos, que en un primer momento acusaron a los denunciantes de “crear alarmas injustificadas” en un momento difícil para el sector naval.

A partir de ahí los afectados empezaron a organizarse, creando por ejemplo Agavida (Asociación Gallega de Víctimas del Amianto), que desde hace 15 años lucha por el reconocimiento oficial de esta enfermedad profesional. Los enfermos y sus familias llevan desde entonces ganando juicios contra las empresas en las que trabajaban, victorias que llegan después de años de peregrinar entre el hospital y el juzgado. Sin embargo, reclaman que todo esto se haga un poco más fácil, al igual que a los mineros se les reconoce automáticamente el perjuicio -la neumoconiosis o silicosis- provocado por su actividad. Por el camino van obteniendo pequeños avances. Se consiguió por ejemplo que Navantia le enviara al SERGAS, hace siete años, un listado de seis mil posibles afectados, trabajadores que pudieron tener algún contacto con el amianto. 

También se constituyó en el Hospital Arquitecto Marcide de Ferrol una unidad específica, con una docena de médicos, entre ellos tres neumólogos, que a menudo se ve desbordada por la enorme cantidad de personas que tiene que atender. Hubo por lo tanto una clara mejora en la atención sanitaria (antes los afectados tenían que desplazarse a Oviedo), pero Amado señala que no es suficiente: “la unidad podría ser un referente para avanzar en el estudio de esta enfermedad, pero para eso hacen falta más recursos. Tampoco hay medios suficientes para hacer investigación. La investigación llega por iniciativas individuales”. Gracias a este equipo, en colaboración con otros, como el del Hospital Vall d'Hebrón de Barcelona, en los últimos años se fue avanzando mucho en el estudio de esta enfermedad, determinando sus investigadores e investigadoras que el 97% de las dolencias de pulmón de los trabajadores del naval ferrolano estaban causadas por el amianto.

La resistencia continúa en las empresas

La actitud de Navantia y de otras empresas sigue siendo de total resistencia. “La empresa optó por negarlo todo, y prefiere ir pagando indemnizaciones contadas. Hay pagos importantes, por encima de los 200 mil euros. No sé hasta que punto les sale rentable a ellos y al Estado, que es quien tiene que pagar”, afirma Roberto Amado. Ya desde 1900 hubo voces de alarma contra la peligrosidad del amianto, que se comenzó a retirar partir de los años 50 o 60 en los Estados Unidos. Incluso en España leyes de los años 40 ya introducían alertas por el riesgo existente. Las empresas españolas se escudan en que desde el año 1980 no se compró nuevo material, pero incluso así se seguían empleando sin protección ni avisos las viejas mantas de amianto.

“Si el trabajador va a reclamar una indemnización, la compañía defiende que ese empleado no estaba en contacto con el amianto. Y ahí comienza el peregrinaje de los juicios, durante años” -explica- “Tienes que explicarle tu situación a un juez, tienes que demostrar que tu cáncer tiene su origen en haber trabajado con amianto. Y, mientras, la empresa eleva todos los argumentos posible para negar que la enfermedad se generara en el lugar de trabajo”. “No es como el famoso estatuto del minero. Si tú tienes silicosis y estuviste contratado en la mina, ya tienes derecho a la indemnización. No tienes que demostrar nada más”, añade. 

También hay resistencia política. Aún el pasado año el PSdeG-PSOE presentó en el Parlamento Gallego una proposición para crear un fondo de indemnización a las víctimas con cargo a las aseguradoras, las empresas y la Seguridad Social; se pedían también fondos para la investigación sobre el cáncer derivado de la exposición al amianto y un programa de vigilancia epidemiológica. A pesar del apoyo de AGE y BNG, la mayoría absoluta del PP echó abajo la propuesta, defendiendo Aurelio Núñez Centeno que los enfermos están “perfectamente atendidos” y que la asbestosis está ya reconocida como enfermedad profesional“. Miembros de la Asociación Gallega de Víctimas del Amianto, que seguían el pleno en el hemiciclo fueron expulsados tras mostrar una pancarta reivindicativa.

Y así siguen las cosas. Todo avanza: los juicios, la enfermedad, el tiempo, las muertes. “Al final nuestra asociación va a ser una asociación de viudas” afirma en el libro uno de los afectados. Dicen que las fibras del amianto, cuando se agitaba una de las viejas mantas que los obreros empleaban para protegerse, quedaban en el aire varios días. De igual manera, el amianto queda ahí, pegado a sus vidas.

Los afectados reclaman justicia y reconocimiento, más que dinero, afirma Amado. “Es una enfermedad muy jodida, cuando se manifiesta supone un año entero de agonía y eso no se paga, no se compensa económicamente”, señala. El autor cree que la clave está en “la rabia que da el sentirse humillados después de tantos años, y tener que pelear hasta el final por obtener una indemnización que no sirve para nada (...) Cuesta admitir que el final de tu vida fue adelantado”, escribe.