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Emilia Pardo Bazán: Una feminista en Meirás

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Parece sucederle a Emilia Pardo Bazán como al niño del juicio de Salomón: por un lado la derecha tira de un brazo, pretendiendo ocultar bajo su imponente figura ochenta años de expolio; por el opuesto tiran del otro, intentando desacreditarla como feminista. Mi posición sobre Meirás es inequívoca: debe convertirse en un Centro de Memoria con el objetivo, entre otros, de difundir al público un discurso sobre la dictadura franquista en el que hay consenso entre los historiadores: Franco encabezó un golpe de Estado contra el gobierno constitucional, manteniéndose en el poder mediante mecanismos de violencia y coerción. A este relato se opone el impuesto por el franquismo, prueba de cuya pervivencia es el documento sobre la “escuadra roja” de la Escuela Naval de Ferrol, denunciado por el BNG. En ese Centro habrá espacio para Emilia, su obra literaria y su feminismo, y para ningún aspecto será apropiado un arriate en el jardín.

Es innecesario, para la defensa del Centro de Memoria, denigrar a Pardo Bazán. Aquí pretendo debatir por qué crea confusión apelar a otras dimensiones del pensamiento de Emilia para cuestionar su feminismo, y en qué datos se basa el que muchas feministas, entre las que me cuento, la consideremos, en sus propias palabras, “radical feminista”. No es nuevo recordar el clasismo de la autora, su conservadurismo político, compartidos por intelectuales varones de su generación, de los que, sin embargo, se reconocen otras aportaciones. La mayoría de los intelectuales del XIX eran de clase alta o media alta; los demás ni sabían leer, el 94% a principios de siglo. A los varones se les reconoce la posibilidad de ser complejos, grandes pensadores y machistas recalcitrantes; las mujeres, al parecer, deben ser de una pieza.

Emilia fue compleja y contradictoria, pero claramente feminista. Su feminismo, además, se adelanta en mucho al de su época yendo más allá de la defensa del derecho a estudiar y a ejercer todas las profesiones. Fundamenta sus demandas en la idea novedosa de que “la mujer tiene destino propio” no relativo a la familia, que podrá constituir o no, ni al varón: “todas las mujeres conciben ideas, pero no todas conciben hijos”. Esta idea subvierte el discurso del patriarcado que subordina el destino de las mujeres al del varón. Como Feijoo o Concepción Arenal, niega la inferioridad intelectual de las mujeres, pero también una superioridad moral “por naturaleza”, que defendían Arenal y otros autores. La niega por considerar esta idea una añagaza para exigirles más sacrificios: “el asentimiento perpetuo se obtiene dando a la violencia y a la servidumbre color de deber y virtud”. El significado de “violencia” es plenamente moderno, más allá de la violencia física se refiere a un sistema de dominación simbólica y social. Identifica el papel crucial del trabajo remunerado en la “emancipación” de las mujeres, criticando la noción del “decoro” que impedía trabajar a las señoritas de clase media pues, alega con ironía, las campesinas y trabajadoras de Galicia siegan, cavan, portean baúles, pican piedra “y no se hunde el firmamento”.

También fue por delante de Arenal, que sugería que las niñas podrían estudiar en casa -confundiendo su propio contexto familiar con el de la mayoría- y que deberían dedicarse a “profesiones fáciles” como relojera o telegrafista. Su denuncia de los asesinatos de mujeres, de la violencia y el maltrato, es una constante en artículos, novelas y relatos: acuñó la palabra “mujericidio”, oponiéndola a eufemismos como “crímenes pasionales” o “crímenes de honor”. Acusa a la prensa de sugerir que una modistilla, víctima de un intento de violación y de asesinato “no era tan honrada”, identificando el origen en que hay “hombres que se creen dueños de la mujer”. Apuntó el problema de que las mujeres quitasen importancia a las primeras manifestaciones del maltrato. Criticó la doble moral, aplicando la mirada feminista a múltiples asimetrías, sobre sexualidad, sobre las ambiciones intelectuales, o incluso sobre fumar.

Algunas de sus protagonistas ejercen -como lo ejerció ella- su derecho al placer. Al declararse feminista, y utilizar la palabra sin temor, parece enmendar la plana a los que aún hoy le añaden matizaciones como feminismo razonable, sensato o incluso “ganador”. Radical, porque como nosotras, lo quería todo para las mujeres. Quien la lea encontrará todo eso.

Parece sucederle a Emilia Pardo Bazán como al niño del juicio de Salomón: por un lado la derecha tira de un brazo, pretendiendo ocultar bajo su imponente figura ochenta años de expolio; por el opuesto tiran del otro, intentando desacreditarla como feminista. Mi posición sobre Meirás es inequívoca: debe convertirse en un Centro de Memoria con el objetivo, entre otros, de difundir al público un discurso sobre la dictadura franquista en el que hay consenso entre los historiadores: Franco encabezó un golpe de Estado contra el gobierno constitucional, manteniéndose en el poder mediante mecanismos de violencia y coerción. A este relato se opone el impuesto por el franquismo, prueba de cuya pervivencia es el documento sobre la “escuadra roja” de la Escuela Naval de Ferrol, denunciado por el BNG. En ese Centro habrá espacio para Emilia, su obra literaria y su feminismo, y para ningún aspecto será apropiado un arriate en el jardín.

Es innecesario, para la defensa del Centro de Memoria, denigrar a Pardo Bazán. Aquí pretendo debatir por qué crea confusión apelar a otras dimensiones del pensamiento de Emilia para cuestionar su feminismo, y en qué datos se basa el que muchas feministas, entre las que me cuento, la consideremos, en sus propias palabras, “radical feminista”. No es nuevo recordar el clasismo de la autora, su conservadurismo político, compartidos por intelectuales varones de su generación, de los que, sin embargo, se reconocen otras aportaciones. La mayoría de los intelectuales del XIX eran de clase alta o media alta; los demás ni sabían leer, el 94% a principios de siglo. A los varones se les reconoce la posibilidad de ser complejos, grandes pensadores y machistas recalcitrantes; las mujeres, al parecer, deben ser de una pieza.