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Eólica marina. Prioricemos los usos sostenibles del mar
En el intenso debate surgido con la implantación de las energías renovables en Galicia y otros territorios se habla mucho de electricidad –no tanto de energía–, agravios o expolio y poco o nada de emergencia climática. Se olvida a menudo que la necesidad de abandonar los combustibles fósiles para reducir rápidamente las emisiones de gases con efecto invernadero no es un mero capricho del mercado, sino un imperativo planetario que habla de la viabilidad de la vida en la Tierra tal y como la conocemos. No hacer nada al respecto o hacerlo tarde no es una opción.
En ocasiones conviene empezar así, recordando lo obvio, para volver a centrar el debate en lo urgente, la transición energética, y sobre todo en lo importante, la transición ecológica. La primera no va a resolver por sí sola una crisis que no es únicamente climática, sino también de biodiversidad, de desigualdad y, en definitiva, sistémica. Pero sí es indispensable para desfosilizar nuestro consumo de energía, que hoy depende en más de un 75% de los combustibles fósiles, algo que, interesadamente o no, también se olvida con demasiada asiduidad. Más allá del debate –muy pertinente– sobre la demanda energética presente y futura, es indudable que en este estado de emergencia la forma más rápida y viable de descarbonizar nuestro consumo energético es su electrificación hasta donde sea posible.
Aunque Galicia, por disponibilidad de recursos, por generación renovable y por reducción de emisiones –35,9 % respecto a 1990 gracias sobre todo al declive del carbón–, parte de mejor posición que otros territorios para llevar a buen término esa transición, sigue muy lejos aún de poder reducir sus emisiones lo necesario para cumplir con el Acuerdo de París. Sólo hemos comenzado el camino. Para seguir avanzando, además de otras muchas medidas en otros ámbitos, necesitamos diversidad de tecnologías de generación renovable que puedan cubrir nuestras necesidades energéticas todos los días del año y a todas horas. De lo contrario nos encontraremos con situaciones como la del año pasado, en la que la sequía –léase cambio climático– hizo descender mucho la generación hidráulica y por tanto renovable. El resultado: la producción eléctrica con carbón subió un 87% y las dos centrales que queman gas fósil en el país funcionaron un 50% más que en 2021. Pasos atrás.
Entre estas tecnologías la eólica marina tiene un gran potencial debido a sus elevados factores de capacidad, estabilidad y predictibilidad. Además, la evolución que está experimentando permitirá instalar parques eólicos flotantes lejos de la costa y fondearlos a gran profundidad, donde existe un recurso importante y se pueden evitar en lo posible interacciones no deseadas con otros usos sostenibles del medio marino, salvando lugares críticos para la conservación de la biodiversidad. La ausencia de cimentación, que reduce mucho uno de sus mayores impactos, el de la fase de construcción, y su posible movilidad también pueden ser factores a favor de la eólica flotante. Otro factor diferencial con respecto a la eólica terrestre es su potencial para generar empleo en el territorio, vinculado a la construcción especializada (sector naval), a la instalación y a las tareas de operación y mantenimiento en los parques (puertos), como ha demostrado la experiencia más cercana que tenemos, el Windfloat Atlantic en Viana do Castelo.
La reciente aprobación de los planes de ordenación del medio marino (POEM) es, además de un imperativo comunitario al que llegamos tarde, una buena noticia porque nos da la oportunidad de hacer un despliegue planificado, ordenado y participativo, que respete al máximo la biodiversidad, que sea compatible con otros usos sostenibles del medio marino y que se vincule al desarrollo local. Esto no ha ocurrido así con el despliegue de la eólica terrestre. Con todo, las previsiones sobre su implantación son más bien humildes y posiblemente insuficientes. Entre 1 GW y 3GW para 2030 según la hoja de ruta del Gobierno, muy lejos por ejemplo del vecino Portugal, que prevé hasta 10 GW para el mismo período. Greenpeace ha calculado que el potencial en aguas españolas es tan elevado que podría dar electricidad a toda la Península. Obviamente no es necesario desarrollarlo todo, sino contar con la contribución sostenible que puede dar, junto a otras tecnologías, para alcanzar un sistema 100% renovable.
La delimitación de las zonas con potencial eólico que, por continuar con las obviedades, tienen que estar donde el viento y el espacio las haga viables, puede ser discutible. De hecho, a Greenpeace le preocupan mucho algunas zonas que pueden afectar con gravedad a corredores migratorios o lugares de alimentación de aves marinas y cetáceos, por lo que habrá que extremar las precauciones a la hora de hacer las evaluaciones ambientales de los proyectos. Tienen que ser excelentes. Pero tampoco podemos avalar algunas resoluciones fruto del proceso de declaración ambiental estratégica de los POEM y de las negociaciones del Gobierno con el sector pesquero, como la eliminación o reducción de zonas para “minimizar la interacción con pesca de arrastre”. Es inaceptable afirmar que las energías renovables van a generar más impacto ambiental que una pesquería destructiva que además emite hasta 1.000 millones de toneladas anuales de dióxido de carbono a nivel internacional. Es más, en ese sentido la existencia de parques eólicos marinos podría suponer beneficios para los ecosistemas al excluir actividades como la pesca de arrastre, para la que también urge una transición hacia métodos de pesca más sostenibles.
Finalmente, es importante que no nos engañemos. Ni la eólica marina ni ninguna actividad humana en la Tierra es inocua para el medio ambiente. De ahí que el reto está en buscar el menor impacto posible, con exclusiones claras por protección de la biodiversidad –espacios protegidos, hábitats prioritarios, rutas de migración de aves y mamíferos– o por entrar en conflicto con actividades de gran importancia social y que vertebran enormemente el territorio, como la pesca artesanal y sostenible. Se deben priorizar todos los usos sustentables del medio marino y los espacios de diálogo entre los agentes implicados. Por ahora sólo existe una zonificación y los proyectos no son para mañana. Pero sí urgentes. Bueno sería emplear el tiempo que tenemos hasta su despliegue en tratar de hacerlo lo mejor posible, con beneficios ambientales y sociales, y no perderlo en llevar el apriorismo del no por bandera.
En el intenso debate surgido con la implantación de las energías renovables en Galicia y otros territorios se habla mucho de electricidad –no tanto de energía–, agravios o expolio y poco o nada de emergencia climática. Se olvida a menudo que la necesidad de abandonar los combustibles fósiles para reducir rápidamente las emisiones de gases con efecto invernadero no es un mero capricho del mercado, sino un imperativo planetario que habla de la viabilidad de la vida en la Tierra tal y como la conocemos. No hacer nada al respecto o hacerlo tarde no es una opción.
En ocasiones conviene empezar así, recordando lo obvio, para volver a centrar el debate en lo urgente, la transición energética, y sobre todo en lo importante, la transición ecológica. La primera no va a resolver por sí sola una crisis que no es únicamente climática, sino también de biodiversidad, de desigualdad y, en definitiva, sistémica. Pero sí es indispensable para desfosilizar nuestro consumo de energía, que hoy depende en más de un 75% de los combustibles fósiles, algo que, interesadamente o no, también se olvida con demasiada asiduidad. Más allá del debate –muy pertinente– sobre la demanda energética presente y futura, es indudable que en este estado de emergencia la forma más rápida y viable de descarbonizar nuestro consumo energético es su electrificación hasta donde sea posible.