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Aunque hoy parezca irónico decirlo

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente de la Xunta y candidato a la reelección, Alfonso Rueda, durante un mitin de campaña del PPdeG
19 de febrero de 2024 00:08 h

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El gran activo del PP era la inercia: la convicción general de que era imbatible. La del 18F ha sido una campaña en que esa creencia se tambaleó. Ha habido competición y, durante un momento, el PP parecía estar en la lona. Sin embargo, con una participación muy alta, el PP ha mantenido su porcentaje de voto. Es un éxito incontestable.

El PSdeG ha transferido votos al BNG pero, en conjunto, no han conseguido traspasar el muro. Sumar y Podemos no han sido el problema, dado su exiguo número de votos. Lo que se ha demostrado es la extraordinaria resiliencia del PP y de su enorme maquinaria.

Con todo, la campaña ha puesto en evidencia un malestar de fondo de la sociedad gallega con el PP. Mayor del que se podía presumir. Lo bastante grande como para configurar una significativa ola de cambio, aunque al final haya marrado.

El PP se ha quedado con la Xunta. Ha sufrido hasta el último momento. El incremento de la participación es uno de los datos de la jornada. Hay que subrayar muy especialmente lo abultado de las cifras de participación en las ciudades. Era un tipo de votante que tendía a retraerse en las autonómicas. La competición ha sido intensa y uno de sus efectos ha sido esa incorporación del electorado urbano.

Yo no recuerdo ninguna elección más incierta que esta. Nadie se atrevía a pronosticar de qué lado iba a caer el canto del duro a apenas una hora de que se abrieran las urnas. Finalmente ha caído del lado del PP. Lo que no quiere decir que el PP no haya salido dañado.

Dañado en su credibilidad y dañado, también, en su legitimidad. Ha ganado, pero con las malas artes de las dádivas de los últimos días a diversos sectores. Eso pone en evidencia su modo de gobernar, y la imagen que se hace de sus electores. Ha vencido, pero sin gloria.

Por otro lado, lo ha hecho con un discurso “madrileño” –si es que se puede decir que ha tenido algún discurso–, lo que no parece importarle a sus electores. Al PP le han votado con una fidelidad extrema y perdonándole casi todo. Sus votantes están mesmerizados. Hay que consignar, aunque hoy no parezca importar, que su sociología está mutando. Está perdiendo transversalidad, pero ello no le ha impedido, por el momento, ganar las elecciones con extraordinaria solvencia.

El BNG ha levantado enormes expectativas que ahora tendrá que saber gestionar. La campaña, magnífica, se puede tomar como un enorme experimento social. Se ha verificado que un nacionalismo tranquilo, transversal y con propuestas puede generar consenso social y ganar simpatías. Su líder tiene la difícil obligación de transformar su enorme crédito en un nuevo horizonte para su partido.

Yo no me tomaría por la tremenda los datos del PSdeG. Besteiro es un líder resiliente, muy del país, y un buen candidato que no se merecía estes resultados. Puede recuperar votos y sin duda lo hará en elecciones para otros ámbitos. Pero sucede que el PSdeG tiene que tomarse Galicia en serio. Tiene que hacer examen de conciencia y elaborar una oferta más consistente. No puede cambiar de candidato cada cuatro años ni desentenderse de la carrera por la Xunta, como ha hecho en el pasado.

La complicidad entre ambos líderes y ambas fuerzas es un dato muy positivo, que abona la esperanza. Pero, sea como fuere, ha habido un fracaso manifiesto de ambos partidos a la hora de entrar en el electorado del PP. La campaña ha tenido una fuerza considerable.Ha habido moral de victoria en el bando progresista y por momentos el PP se ha sentido noqueado. Pero habría que haber llegado a ella con otras expectativas y otra solvencia. Ese es el gran objetivo. Factible, pero que hay que trabajar día a día. Existe un descontento mensurable con el PP pero hay que saber articularlo. Esta campaña ha sido un paso de gigante, aunque hoy parezca irónico decirlo.

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