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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Soy un rastreador y no lo sabía

27 de septiembre de 2020 21:21 h

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Defíname rastreador y le diré cuántos tengo, anunció el nuevo conselleiro de Sanidade de la Xunta de Galicia en sede parlamentaria hace unos días. Esa afirmación, por sincera, no se sale del guion de opacidad y baile de cifras en el que la Xunta pasó de afirmar, a comienzos de la pandemia, que contaba con dos docenas de rastreadores para rectificar mes y medio después con una cifra de seis millares.

Cualquiera puede ser un rastreador, o no, o vete tú a saber en estos tiempos convulsos insertados en una pandemia mundial, la de la COVID, que parece alterar todo excepto la impunidad y el matrix de cristal de Feijóo y su gobierno. Para ser rastreador, le faltó decir, no es imprescindible saber que uno es un rastreador. Para ejemplo yo, que llevo 170 días reincorporado a la medicina de familia y que hasta esta semana no sabía que era un rastreador, o que computaba como tal, o no. Las compañeras que habitamos la trinchera de la atención primaria, las preventivistas, las jefas territoriales de Sanidad o las teleoperadoras del 112 podemos ser rastreadoras según nuestro presidente, que dijo tal cosa, el día que también reclamaba como rastreadores por el país adelante a 180 militares. En esta fórmula de rastreo bélica-civil, tan solo faltan las diferentes razas de perros que en las próximas semanas darán comienzo a la nueva temporada de caza.

No importan las quejas de las asociaciones médicas o de diferentes sindicatos que en su día denunciaron que nadie les había comunicado esta nueva condición. Tampoco que Galicia sea el país con más contagios sin origen conocido en el conjunto del Estado. En la impunidad de lo dicho o hecho por Feijóo y sus conselleiros emergen monstruos. También en su sinceridad escondida por un hábitat mediático público y privado con vocación de NO-DO, que, salvo honrosas excepciones, nunca cuestiona el relato oficial excepto si se trata de algo negativo para el Gobierno gallego.

La segunda ley de la termodinámica determina que la entropía, o estado de desorden de un sistema, es algo que siempre aumenta.

Algo así sucede con el Gobierno Feijóo en la gestión de la COVID sin que eso tenga consecuencia alguna. A la receta de la desviación permanente de responsabilidades a otras instituciones o a la ciudadanía, a la ocultación de las consecuencias de un modelo de sanidad pública precarizado, y de residencias de mayores privatizado, o a la falta de planificación en el comienzo del curso escolar, viene ahora a sumarse la máxima política de manos tendidas y de los corifeos del Gobierno gallego, donde todos somos rastreadores y Feijóo es necesario.

Defíname rastreador y le diré cuántos tengo, anunció el nuevo conselleiro de Sanidade de la Xunta de Galicia en sede parlamentaria hace unos días. Esa afirmación, por sincera, no se sale del guion de opacidad y baile de cifras en el que la Xunta pasó de afirmar, a comienzos de la pandemia, que contaba con dos docenas de rastreadores para rectificar mes y medio después con una cifra de seis millares.

Cualquiera puede ser un rastreador, o no, o vete tú a saber en estos tiempos convulsos insertados en una pandemia mundial, la de la COVID, que parece alterar todo excepto la impunidad y el matrix de cristal de Feijóo y su gobierno. Para ser rastreador, le faltó decir, no es imprescindible saber que uno es un rastreador. Para ejemplo yo, que llevo 170 días reincorporado a la medicina de familia y que hasta esta semana no sabía que era un rastreador, o que computaba como tal, o no. Las compañeras que habitamos la trinchera de la atención primaria, las preventivistas, las jefas territoriales de Sanidad o las teleoperadoras del 112 podemos ser rastreadoras según nuestro presidente, que dijo tal cosa, el día que también reclamaba como rastreadores por el país adelante a 180 militares. En esta fórmula de rastreo bélica-civil, tan solo faltan las diferentes razas de perros que en las próximas semanas darán comienzo a la nueva temporada de caza.