Casaio: Los secretos de la mina de wolframio que una empresa nazi dirigía en Galicia
Desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el wolframio fue conocido el oro negro. Su elevado punto de fusión hacía este material imprescindible para la producción de máquinas, sobre todo tanques y carros de combate, y para la fabricación de determinada munición. Alemania necesitaba wolframio y lo encontró en varios lugares de España, donde las tropas franquistas acababan de ganar la Guerra Civil. Y, especialmente, en Galicia, en varios lugares de Bergantiños y de la Costa da Morte y también en la zona de Valdeorras, en Casaio. Una historia en la que, por ejemplo, profundizaron las películas La batalla desconocida o Lobos sucios, que de hecho se sitúa en este lugar de Casaio.
España nunca abandonó oficialmente su posición de no-beligerancia, pero en el comienzo de la guerra prestó una colaboración importante a la Alemania nazi, especialmente en lo referido al uso de los puertos y, sobre todo, al comercio del wolframio. De Galicia salieron muchos kilos de wolframio en dirección a Berlín, pero el caso de la mina de Valborraz (en Casaio, Carballeda de Valdeorras, Ourense) fue particular por varios motivos. La instalación fue de las pocas que estaba gestionada directamente por los nazis y, de hecho, era conocida en la comarca como “la mina de los alemanes”.
La mina había sido abierta en 1914 por una empresa belga, y estuvo operativa durante 15 años. Posteriormente, en 1938, los terrenos fueron adquiridos por el consorcio SOFINDUS, un conglomerado de empresas de propiedad nazi y con estrechas conexiones con Franco (por ejemplo, el presidente del Consejo de la Administración era el conde de Argillo, consuegro del dictador).
Los alemanes explotaron la mina hasta 1945 y en ese tiempo pasaron por ella cientos de trabajadores y trabajadoras. Además, entre 1942 y 1944 funcionó aquí un Destacamento Penal, instrumento que el régimen franquista utilizaba para hacer trabajar a los presos (sobre todo prisioneros de guerra) en obras de construcción y empresas afines a cambio de una reducción de sus condenas. Casi 500 presos pasaron por la mina en menos de dos años, hasta que el Penal fue cerrado después de que se produjeran varias fugas y de que algunos de los fugados entrara en contacto con los guerrilleros que movían por el entorno.
La mina se volvió a explotar durante la Guerra de Corea (1950-53), pero fue finalmente abandonada en 1963, iniciando en ese momento un rápido proceso de degradación y, de hecho, en el año 2010 parte de sus instalaciones fueron sepultadas por el derribo de una cantera de pizarra próxima. El proyecto de investigación Sputnik Labrego -que cuenta con financiación del CSIC y de la Xunta de Galicia y con el apoyo de la Comunidad de Montes de Casaio- lleva dos años trabajando en la zona para profundizar en el conocimiento de la mina. En las próximas semanas regresará a los montes de Casaio para continuar con su investigación arqueológica, para saber más cosas de su funcionamiento y de la vida cotidiana y condiciones de sus trabajadores y trabajadoras.
El objetivo de Sputnik Labrego es analizar las transformaciones del campesinado gallego en momentos históricos de grandes cambios estructurales, sobre todo el fin del Imperio Romano y la construcción del Estado suevo, el fin del Antiguo Régimen y la construcción del Estado-Nación durante los siglos XVIII y XIX, y la Guerra Civil y la construcción del Estado totalitario franquista.
“Nuestro objetivo es documentar desde un punto de vista arqueológico los diferentes momentos de la historia de la mina”, explica Carlos Tejerizo, director del proyecto, que añade que también se busca “revalorizar un patrimonio excepcional que corre el peligro de quedar enterrado para siempre jamás”. “Es urgente intervenir sobre este paisaje industrial. La documentación de los restos que se conservan es un primer paso necesario. Nuestro objetivo es que esta información pueda servir para proteger y poner en valor un lugar único”, añade.
Además de la pesquisa arqueológica, el proyecto está recuperando a través de entrevistas orales la memoria de las personas que trabajaron en el lugar. Por ejemplo, entrevistaron a la cantinera de la mina en los años 50, que aún vive en O Barco de Valdeorras, que les contó que “si tuviese mis 17 años como entonces, reengancharía, porque los mejores de mi vida los pasé allí, en la mina”. También pudieron entrevistar a uno de los últimos guardas que hubo en la mina, una vez que esta fue abandonada en 1963, e igualmente a un jefe de máquinas que estuvo trabajando a finales de los 40 y comienzos de los 50. Asimismo, hablaron con personas que estuvieron vinculadas con el estraperlo del wolframio.
Tejerizo destaca que su trabajo se apoya en la investigación realizada años atrás por otras personas, como Isidro García Tato, “que realizó un trabajo documental estupendo que nos permitió tener la base sobre la que construir todo este acercamiento más puramente arqueológico”. El propio García Tato había realizado cálculos sobre el número de personas que durante la Segunda Guerra Mundial trabajaron en la mina, varios cientos de personas. “Es algo que queda claro al estudiar los barracones que se construyeron para acoger los trabajadores”, comenta Tejerizo. “Podemos hablar de 200-300 personas trabajando al mismo tiempo en la mina, a los que hay que sumar los que venían de los pueblos y aldeas del entorno”, dice.
Precisamente, uno de los objetivos del proyecto es ahondar en el impacto que la mina tuvo en las localidades de la comarca y en su población. “Queremos estudiar el impacto que este tipo de estructuras tuvieron en la economía y en las relaciones sociales de las comunidades locales de las zonas rurales. La llegada de la mina hizo que los habitantes de esta zona accediesen por primera vez a la electricidad. En este lugar la minería de wolframio introdujo la modernidad”, explica.
Los guerrilleros de la Ciudad de la SelvaCiudad de la Selva
El equipo de Sputnik Labrego no sólo se acercó hasta Casaio para investigar la mina. En los últimos dos años también ha avanzado en la historia de la Ciudad de la Selva, el mayor campamento guerrillero en Galicia y en todo el Noroeste. En realidad eran varios campamentos, que en conjunto recibían este nombre, y que estuvieron en funcionamiento entre 1941 y 1946, momento en el que hubo una ofensiva muy grande de la Guardia Civil, coincidente con la celebración de un congreso de unificación de las guerrillas.
La actividad de la Ciudad de la Selva, que llegó a acoger más de 100 guerrilleros, coincidió con la creación de la Federación de Guerrillas de León y Galicia, momento en que el maquis pasó de ser un mosaico de pequeños grupos a un intento de ejército organizado.
El equipo localizó y estudió cinco campamentos, distribuidos por los montes de Casaio, excavaciones que “permitieron comprobar el grado de organización tan elevado que la guerrilla”, destaca Tejerizo, que concluye que “son las estructuras mejor organizadas de la guerrilla en todo el Noroeste”.
Según la investigación realizada por el equipo, “el origen campesino de la mayoría de los guerrilleros queda testimoniada por el tipo de arquitecturas utilizadas para sus refugios, que trasladan perfectamente las tradicionales formas de construcción del entorno”. “Los objetos arqueológicos nos permitieron profundizar en la vida cotidiana de los guerrilleros, algo que no siempre se estudia, ni a partir de las fuentes documentales ni a partir de las fuentes orales”, comenta.