En noviembre de 2002 la sociedad gallega sufre una devastadora catástrofe que provoca, en palabras del autor, Xosé Manuel Pereiro (Monforte, 1956), un “cambio de mentalidad” de los gallegos. 'Prestige, tal como foi, tal como fomos', de 2.0 Editora, está ya a la venta desde hace tres semanas y narra la crónica de este desastre, de lo que sucedió desde la tragicomedia de la gestión del desastre, hasta los delirios de grandeza de las soluciones políticas ante la inminente catástrofe. El escritor y periodista, que acaba de presentar la obra en A Coruña, define como “chapuza” la gestión de aquel siniestro y cree que la reacción de la sociedad civil en Galicia fue “algo nunca visto”.
Habla de la obra como “una guía de la catástrofe del Prestige en 125 páginas”. ¿Cómo se podría resumir en pocas frases la gestión que se hizo de aquella catástrofe?
Desde el punto de vista de la Administración, una chapuza, como por otra parte fueron todas las anteriores. Quizás la Xunta podría haber disimulado más, por el control del territorio y del ciudadano que tenía, pero se hizo cargo el Gobierno Central, que demostró que ni tenía idea de lo que aquí pasaba, ni lo entendía, y lo que es peor, que ni le importaba. La reacción de lo que se llama la sociedad civil, de parte de los partidos políticos, de los sindicatos, de todo tipo de asociaciones, de grupos de rock, de gente normal, fue increíble, demostró que la sociedad gallega estaba mucho más viva de lo que todo tipo de indicadores externos demostraban, o por lo menos nos parecía a nosotros. El fenómeno Nunca Máis, por extensión, por intensidad y por creatividad fue algo nunca visto.
¿Son las múltiples anécdotas que cuenta en el libro la prueba evidente de la descoordinación o de la falta de medios y de previsión de los diferentes gobiernos? ¿Cuál considera a más divertida o reveladora?
Posiblemente la de que en el gabinete de crisis, cuando se debatía el destino del barco, no hubiera cartas marinas, y para prever la instalación de barreras anticontaminación se marcaran con un rotulador en un mapa de carreteras como el que llevamos en el coche. Alguien -que no era funcionario- tuvo que ir a una librería a comprar las cartas.
Habla también de un “cambio de mentalidad, un trastorno social transitorio” en la sociedad gallega, que aprovechó “para demostrar que podemos tener dignidad”. ¿Sigue vigente aquel cambio de mentalidad en el pueblo gallego? ¿Se apagó aquel espíritu reivindicativo?
Creo que los experimentos científicos se dan por válidos cuando en condiciones iguales los resultados son iguales. Se tendrían que dar las mismas circunstancias, o similares, para ver si ese espíritu sigue vigente, pero lo cierto es que en las movilizaciones que se producen -en las huelgas generales, por ejemplo- la participación en Galicia es porcentualmente, y muchas veces incluso en cifras absolutas, muy superior a otros sitios.
¿Supieron los partidos políticos canalizar aquella respuesta social vistos los inmediatos y posteriores resultados electorales?
Si ya no hay correlación estricta y directa entre buena o mala gestión y resultados electorales, como estamos viendo, menos la hay entre movilizaciones y votos. Las elecciones inmediatas eran municipales, en las que se escoge alcalde, no partido, y el PP en Galicia bajó cuatro puntos, mientras en España bajó décimas. Los resultados son malos o buenos dependiendo de las expectativas, y de la imagen que fije la propaganda. “Ganamos en Muxía!” y toda una serie de gente, entre ellos muchos voluntarios, dijeron, y siguen diciendo: “y para eso fuimos a ayudar!”. Pienso que el trabajo político tiene que ser menos inmediato y menos caníbal y que la solidaridad tiene que ser más desinteresada.
Hubo quien vio en aquellas masivas manifestaciones de dignidad la posibilidad de un lógico fortalecimiento del nacionalismo o galleguismo ante la gestión hecha desde Madrid y ante la sumisión del PPdeG. ¿Por qué no se tradujo políticamente aquella reacción?
Los periodistas tenemos un océano de conocimientos de un dedo de fondo. Y yo en este ámbito tengo medio dedo de conocimientos. Supongo que esperar una traducción electoral inmediata es mucho esperar, sobre todo si el resto del discurso no acompaña. Aún así, en cierta forma la hubo, le dio la mayoría a una coalición de suma inequívocamente galleguista.
Define aquel momento del Prestige como “emocionante” entre los periodistas y la sociedad. ¿Por que? La crisis, los despidos, el cambio de modelo... ¿Falta “emoción” en el periodismo actual?
Porque fue un momento en que la agenda la marcaban los medios, incluso los periodistas, no las instituciones ni los gabinetes. Una situación en la que había una demanda social de información, y una interacción con el público, sentías que lo que contabas servía para algo. Y la materia informativa era más interesante desde todos los puntos de vista, desde el personal, el social, el profesional y el creativo, que ir a las ruedas de prensa. En el periodismo actual no falta emoción. Cada uno le puede poner la que quiera. Sobra crisis y, sobre todo, falta periodismo.
¿Qué opinión le merece el juicio que se está desarrollando en la Coruña? ¿Qué dice del sistema judicial o de la Administración que los que fueron principales gestores de aquella catástrofe no sólo no estén sentados en el banquillo, sino que la mayoría ostente cargos de mayor responsabilidad aún?
Que haya un juicio es bueno, y ahí se acaba lo positivo del asunto. Que juzguen a un capitán por desobediencia (¡y que estuviera casi tres meses en la cárcel!) cuando un remolcador contratado por Salvamento negociando como si fuera privado es miserable. Y lo del jefe de máquinas no digamos. Y menos mal que Nunca Más y la Audiencia de A Coruña consideraron que también se debería sentar con ellos alguien de la Administración, si no ahí estarían solos los dos griegos cabezas de turco, nunca peor dicho. Yo no me meto en responsabilidades penitenciarias, pero en un país civilizado, cualquier que tuviera relación con el Prestige, tendría la carrera política igual de hundida. Con culpa o sin ella, como el director general de la BBC que acaba de dimitir por dos reportajes que difundieron acusaciones falsas contra una persona, y que él ni hizo ni revisó, por supuesto.
¿Diez años después, estaría mejor preparada Galicia para gestionar una catástrofe como aquella? ¿Sería parecida la reacción de la Administración? ¿Y la de la sociedad?
No hay esa vergüenza de que el único remolcador público esté en Gijón sin hacer nada mientras donde hace falta esté contratado uno privado haciéndole un favor a un amigo. Supongo que algo más de los ocho kilómetros de barreras marinas que entonces había y hay unas medidas de la UE algo más estrictas para el transporte de hidrocarburos. Pero si pasa algo parecido, no sé -es decir, creo que no- si estaría claro quien tomaría la decisión de qué hacer con el barco, quien adoptaría las medidas técnicas. Yo todos los simulacros de siniestro que vi están previstos y anunciados y así no vale. La sociedad creo que ya no tragaría con excusas del tipo “estas cosas pasan” o como dijo Ana Botella “la culpa es del barco”. Aunque con las trincheras que se cavaron desde entonces y se siguen ahondando, imagino que habría tertulianos y portadas de periódicos que asegurarían que el chapapote es bueno para la crianza del pescado, y excelente para la dermis del bañista, y sectores de la sociedad que lo creerían como dogma de fe.