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La comunidad verde se seca: por qué a Galicia le falta agua este verano

Tierra cuarteada debido a la sequía en el embalse de Lindoso en Lobios (Ourense). EFE/Brais Lorenzo

Beatriz Muñoz

14 de agosto de 2022 22:28 h

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El mapa de las zonas con sequía dentro de la península ibérica no se corresponde este año con la distinción que hacen los atlas climáticos de cuáles son los territorios secos y cuáles los húmedos. Los mapas de seguimiento que elabora mensualmente el Ministerio para la Transición Ecológica llevan meses señalando como zonas con sequía prolongada áreas que se asocian a precipitaciones frecuentes, en el norte. En el último año Galicia ha recibido menos lluvias de las que acostumbra. Las reservas se resienten, buena parte del territorio está en alerta o prealerta por escasez de agua y en algunos municipios el problema se ha agudizado hasta el punto de que hay cortes en el suministro doméstico y se ha empezado a repartir agua embotellada a los vecinos, como en el caso de Ribadavia (Ourense) o Ferreira de Pantón y Guntín (Lugo).

La situación es “bastante excepcional” en una Galicia “ligada a esa España húmeda que se enseña”, asegura Pilar Paneque, catedrática de Geografía Humana de la Universidad Pablo de Olavide. El motivo fundamental por el que está ocurriendo esto es que “los patrones de precipitaciones están cambiando en un contexto de cambio climático”. “Es ahí donde hay que situar el análisis de lo que está pasando este verano”, señala la experta, que destaca que hay que tener en cuenta el descenso en las precipitaciones, pero también el aumento de las temperaturas, que provoca mayor evaporación del agua en embalses y lagos y más sequedad en el suelo. La explicación meteorológica para esta falta de lluvias y también para las olas de calor de este año es una situación “excepcional” del anticiclón de las Azores que no permite que entren las borrascas en general a la Península y en concreto a Galicia.

Los expertos recalcan que sequía y escasez de agua no son equivalentes. La primera tiene que ver con la falta de precipitaciones, la segunda con si los recursos disponibles pueden cubrir toda la demanda que existe. Es decir, ni una sequía deriva necesariamente en escasez de agua ni una situación de escasez de agua se debe necesariamente a una sequía. En el caso de Galicia, todo su territorio está en situación de sequía prolongada y la mayor parte lo está desde principios de año. El pasado otoño fue muy seco, con precipitaciones un 34% por debajo de lo normal, según el informe de la agencia meterológica gallega, Meteogalicia. En invierno llovió un 37% menos de lo esperable y en primavera, un 27% por debajo de la media. Junio sí fue un mes húmedo, pero julio volvió a ser especialmente seco y registró una ola de calor histórica en Galicia.

En cuanto a la escasez, los planes de sequía establecen varios grados, desde la normalidad a la emergencia. En la demarcación Galicia Costa -gestionada por la Xunta y que se corresponde a grandes rasgos con el territorio que quedaría al oeste de una línea diagonal entre Ribadeo, en el extremo noreste de la comunidad, y Tui, en el suroeste- están en prealerta las cuencas de dos ríos. En la demarcación Miño-Sil hay alerta en las cuencas del río Limia y del Cabe, normalidad en las áreas del Alto y Baixo Miño y prealerta en el resto.

Julio Barea, doctor en Geología y responsable de la campaña de agua de Greenpeace, explica que, además de que el cambio climático “está actuando” y cada año las situaciones serán “más dramáticas”, la disponibilidad del agua en Galicia se ve condicionada por su red de abastecimiento, “dimensionada en función de sus condiciones húmedas”. También le afecta, añade, una demanda “que no hace más que aumentar año tras año”. Los cultivos de regadío no tienen tanto peso como en otras zonas de España, pero las áreas turísticas y, en especial, la costa gallega multiplican su población en verano y aumentan la presión sobre los recursos hídricos.

Las redes de abastecimiento

Este aspecto, el de los veraneantes, se tiene en cuenta en sus cálculos para las alertas, afirma el gerente de Augas de Galicia, Gonzalo Mosqueira. Este organismo mantiene la prealerta en los ayuntamientos de la cuenca del río Lérez -entre ellos la ciudad de Pontevedra y la turística localidad de Sanxenxo-y en los del área del río Anllóns -el entorno de Carballo-, pero también ha advertido a los que dependen de los embalses Bahíña y Zamáns -Baiona, Nigrán y, en una pequeña parte, Vigo-.

Mosqueira explica que la situación varía entre distintas zonas de Galicia tanto por las lluvias como por la forma de abastecerse. Lo ilustra con los sistemas de las cinco ciudades que forman parte de la demarcación Galicia Costa: Vigo toma el agua fundamentalmente del embalse de Eiras; Ferrol lo hace del de As Forcadas, que es grande en relación a la población que cubre; A Coruña obtiene el agua del de Cecebre. Pontevedra y Santiago, sin embargo, se abastecen directamente desde un río, el Lérez en el primer caso y el Tambre, más caudaloso, en el segundo. La única que preocupa, por el momento, es la de Pontevedra.

En Galicia hay otro recurso frecuente para llevar agua a las casas, las traídas vecinales: redes que se abastecen de pozos particulares. Algunas, dice Mosqueira, han trasladado ya que tienen problemas por la falta de lluvias. Otras cuentan con pozos de reserva. También hace alusión a la situación en algunas granjas que tienen sus fuentes de agua secas. El Gobierno gallego ha autorizado extraer agua de los ríos y trasladarla en camiones cisterna para estos casos y también para situaciones en las que la población sufra cortes. A esta posibilidad se ha acogido el Ayuntamiento de Ribadavia, que ha declarado la emergencia porque el arroyo del que se abastece está prácticamente seco y que tiene el consumo restringido a unas cuatro horas diarias.

Los embalses, en mínimos desde 1990

El gerente de Augas de Galicia apunta que, en caso de emergencia en la comunidad, hay un último recurso: tomar agua de los embalses de las centrales hidroeléctricas. Explica que las presas para abastecer a la población se construyeron específicamente con este propósito y son una red distinta a la de las eléctricas, pero en caso de necesidad las normas prevén que se pueda echar mano de ellas.

La situación de los embalses tampoco invita al optimismo. En la demarcación Galicia Costa están al 62% de su capacidad, mientras que en la Miño-Sil la ocupación baja al 50,5%. Sumada la cantidad de agua en las dos demarcaciones, los embalses gallegos albergan 1.953 hectómetros cúbicos, el nivel más bajo desde 1990. A estas alturas de agosto en aquel año había 1.793 hectómetros cúbicos.

“No podemos hacer las cuentas del siglo XX”

La catedrática Pilar Paneque considera que ante una disminución de las precipitaciones como la actual, en el corto plazo “poco se puede hacer porque es un fenómeno natural”. Las sequías, recuerda, son inherentes al clima de la Península y ahora se sabe que, con el cambio climático, van a ser “más intensas y recurrentes y, probablemente, más largas”. La mitigación es algo que entra en las medidas a largo plazo, dice, pero lo que sí pueden hacer ya las administraciones es anticiparse a los cambios en los patrones de lluvia y a las predicciones seguras de que habrá menos recurso disponible. “No podemos hacer las cuentas del siglo XX en el siglo XXI”, añade.

Reclama hacer un control de los usos, es decir, actuar sobre la demanda, y “reflexionar muy profundamente sobre qué se puede cubrir y qué usos se priorizan”: “No tenemos tanta agua como piden todos los sectores. Tenemos que repensar nuestra agricultura, ganadería, modelo turístico, modelo urbanístico... No podemos crecer ilimitadamente”. El problema, insiste la experta, está en cómo se gestiona el agua en periodos de normalidad, no en la respuesta ante las sequías, en la que España, dice, “está a la vanguardia”:

En el mismo sentido, Julio Barea critica lo que considera una ausencia de políticas de reducción de la demanda y que se use el agua como si fuese un recurso ilimitado. Las medidas que cree que hay que adoptar son “impopulares” y pasan por meter la tijera en el regadío para el sistema agrícola industrial y recuperar el modelo tradicional de producción.

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