Correlación, causalidad y lecturas confusas sobre las urnas en Galicia
Confundir correlación y causalidad es muy frecuente en el día después de unas elecciones. Los vencedores dan por hecho que sus buenos números llevarán inexorablemente a más victorias en un futuro muy cercano. Los perdedores no caen en el error, pero lo desmienten con tanta intensidad que terminan perdiendo credibilidad con sus argumentos. Y los hay que creen en este caso que lo que ocurrió en julio en España con los sondeos se iba a repetir en febrero en Galicia.
El Partido Popular se dio prisa en emplear su claro triunfo en Galicia para lanzarse contra Pedro Sánchez. La quinta victoria consecutiva por mayoría absoluta en esa región obligaría a tomar medidas inmediatas al Gobierno que salió de las elecciones generales de julio. “El PSOE debería retirar después del resultado de ayer la ley de amnistía”, dijo Carmen Fúnez. Una cosa tenía que llevar a la otra. Eso es lo que habían decidido los gallegos, no el control de sus instituciones autonómicas y los asuntos sobre los que tienen competencias.
La confusión no deja de ser divertida. La campaña se inició con el PP apostando por asuntos de política nacional, como esa misma amnistía, hasta que el partido se dio cuenta de que era un error del que terminarían aprovechándose sus rivales. A partir de ahí, los artículos de prensa se llenaron de comentarios de fuentes anónimas del PP que exigían que se ‘galleguizara’ la campaña, que se hablara de aquello que interesa a los gallegos. No hacerlo podía poner en peligro la mayoría absoluta.
Ahora, tras la victoria del domingo, toca ‘desgalleguizar’ la lectura de los resultados y afirmar que desde luego que los gallegos han votado contra la amnistía a los responsables del procés. Habrá mucho de esto el miércoles en la sesión de control en el Congreso.
Más elementos para la confusión. Varias encuestadoras privadas importantes sufrieron un buen revolcón con las elecciones generales al prever que la suma de escaños del PP y Vox les daría la mayoría absoluta. El CIS no acertó del todo, pero no salió tan malparado. Se extendió un cierto escepticismo sobre las encuestas gallegas por si se repetía el traspiés en el mismo sentido. Los medios que ofrecían sondeos que anunciaban una victoria segura del PP no la daban por hecha en sus informaciones.
No fue así. Las encuestas que siguieron haciéndose en la segunda semana en que ya está prohibido informar de sus datos anticipaban en su mayor parte un resultado que se acercó bastante al definitivo. Lo mismo para la encuesta de las 20.00 del domingo en TVE y TVG realizada por GAD3, la empresa que había garantizado una previsión de escaños exagerada a favor del PP en julio. El CIS publicó una encuesta el 12 de febrero que estaba fuera de la realidad: dio al PP cinco puntos menos que los que obtuvo al final.
El PSOE resistió en julio en varias comunidades autónomas que sólo unos meses antes habían dado la mayoría al PP y Vox en las locales y autonómicas. Algunos creían que el fenómeno se repetiría en Galicia. Sánchez preparó la candidatura de José Ramón Gómez Besteiro con el método discutible de nombrarlo antes delegado del Gobierno, un sistema que tampoco es que haya funcionado muy bien antes. El partido venía del peor resultado de su historia y tuvo el dudoso mérito de hundirlo incluso más.
La reacción oficial socialista confirma que tienen problemas con el concepto de causalidad. Es decir, prefieren ignorarlo por completo. Rechazan cualquier interpretación en clave nacional del hundimiento del partido en las urnas. “Se ha votado en términos muy gallegos”, dijo su portavoz, Esther Peña. Entonces, la razón habrá que buscarla en algún problema del PSOE gallego, ¿no? Pues tampoco. No hay ningún reconocimiento al respecto, más allá del dato de que esta era la primera oportunidad de Besteiro en primera línea.
En lo que sí es un ejemplo de una presunción que no tiene por qué ser cierta, Peña afirmó que “ser paciente hará que vuelva a salir el sol”. En política, tener paciencia puede ser una forma de esperar tranquilamente hasta la siguiente derrota.
Otra extrapolación escuchada en la derecha es que la política de pactos de Sánchez con los nacionalistas fortalece a estos últimos y debilita al PSOE. O que ha pagado un precio político por promover una ley de amnistía. En Galicia, perdió miles de votos con destino al BNG, que también apoya la amnistía. La realidad es que ya en 2020 el BNG se convirtió en la primera fuerza de la izquierda. Los socialistas gallegos iniciaron la pendiente cuesta abajo hacía ya algún tiempo.
El asunto más discutido desde hace tiempo es la relación entre participación en las urnas y las posibilidades de victoria de la izquierda. Feijóo ganó sus últimas tres elecciones con una abstención muy alta, la última por la incidencia de la pandemia. En las dos anteriores, la participación estuvo en torno al 55%. Alfonso Rueda dijo el lunes que se ha caído “ese mito” y presumió de que “conseguimos la victoria con la movilización más alta de la historia de las elecciones”. En ese momento, aún aparecía el 67,3% en la web oficial de la Xunta, nada menos que 18 puntos más que en 2020.
Fue un alarde con trampa, la que consiste en ignorar los votantes residentes en el extranjero. Sus votos cuentan obviamente para la asignación de escaños y por tanto también deben ser tenidos en cuenta para la participación. Si se hace el cálculo en condiciones, la cifra real queda en el 56,5% lejos de los números de las elecciones mucho más disputadas de 2005 y 2009.
La verdad es que el día después de las elecciones es uno de los más difíciles para que los políticos cuenten la verdad.
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