El juicio sobre lo que ocurrió el 17 de marzo de 2022 en un cruce de la N-550 a su paso por Barro (Pontevedra) se ha celebrado coincidiendo casi exactamente con el segundo aniversario de aquel choque entre dos vehículos que le provocó la muerte a Jéssica Méndez, una joven de 29 años. Los conductores que se pararon a ayudar pensaron que se trataba de un accidente. No así los guardias civiles de Tráfico que se desplazaron al lugar, que no encontraron los habituales indicios que quedan cuando se ha intentado evitar una colisión y, por ello, remitieron pocas horas después las diligencias al grupo de delitos contra las personas de la Guardia Civil. Los allegados de la mujer declararon en la vista que el acusado, para el que la Fiscalía pide 24 años de prisión por asesinato agravado por motivos de género, tenía “obsesión” con ella y la acosaba. No se juzga como violencia de género porque nunca hubo una relación sentimental. El presunto asesino se negó a declarar y simplemente dijo ante el jurado: “Soy inocente. Yo no sabía quién iba dentro del coche, y no pude hacer nada para evitar el accidente”.
El escrito de la Fiscalía es contundente: asegura que José Carlos E.I. llevaba años teniendo “pretensiones sentimentales o afectivas” con la joven, vecina de la misma aldea, sin que ella las hubiese correspondido en ningún momento y que estrelló su coche contra el de ella a propósito y “por la indignación o el odio que le generó su silencio o desprecio”. La “postura de indiferencia” de la víctima “no era una conducta esperable del género femenino para la mentalidad del investigado”, añade. El 17 de marzo de hace dos años, a las 9:25, la víctima estaba esperando para incorporarse con su coche desde una vía secundaria a la carretera general. Venía de la casa familiar, situada muy cerca de la de los padres de su presunto asesino, en la que él vivía. José Carlos E.I. ya circulaba con su vehículo por la carretera a la que ella iba a acceder, la N-550. El escrito del Ministerio Público sostiene que, “con el ánimo de acabar con su vida” la embistió a más de 80 kilómetros por hora. Ella quedó gravemente herida, estuvo varias horas en coma y murió al día siguiente.
Según el relato del fiscal, este caso es uno de los feminicidios que se producen fuera de la pareja y que en España se empezaron contabilizar precisamente en 2022. Aquel año, el Gobierno de España informó de 34 asesinatos de este tipo, la mayoría de ellos cometidos por familiares. En 2023, hasta junio constaban 13.
El viernes, en la última jornada del juicio, que se prolongó toda la semana con una veintena de testigos y expertos, el acusado volvió a tomar la palabra. Lo hizo para trasladar el pésame a la familia, disculparse y decir: “Ojalá aquel día no hubiera cogido el coche”. Su defensa sostiene que todo fue “un trágico accidente” debido a que la medicación que tomaba el hombre le provocó “un microsueño”. Sin embargo, los agentes de Tráfico de la Guardia Civil de Pontevedra que fueron al lugar de los hechos dijeron que al llegar hablaron con el hombre y que esté negó haberse dormido. También manifestó que no estaba mareado y que lo que había ocurrido era que la víctima había empezado a incorporarse a la carretera y se había cruzado en su trayectoria, un relato que desmontaron los expertos.
Pero antes que estos guardias civiles, por la sala pasaron los allegados de la víctima. El novio de la joven contó la incomodidad que sentía ella respecto al acusado. Había rechazado sus acercamientos en encuentros entre las dos familias, vecinas de la misma aldea y con relación estrecha. Desde entonces, expuso su pareja, el hombre la había empezado a “vigilar”: lo veían rondando por la finca o la vivienda, la llamaba desde números ocultos, ella notaba que la observaba a diario y contó a su novio que le llegó a decir que “si no era para él no sería para nadie”. “Estaba obsesionado, era un sinvivir, y ella me decía constantemente, cuando hablábamos por teléfono: 'Ya está aquí, otra vez vigilando'”, declaró.
También, aunque no se ha podido probar, Jéssica Méndez creía que el ahora acusado era el responsable de que varias veces las ruedas de su coche apareciesen pinchadas, según dijeron varias personas de su entorno. El hermano de la víctima expuso que la familia llegó a instalar una cámara en la cochera. Coincidieron los testimonios de la otra hermana y de los padres de la joven: José Carlos E.I. la “espiaba” y numerosas veces lo habían visto observando desde un portal de la zona trasera. Cuando lo sorprendían, echaba a correr, señalaron. La actitud no era nueva: los padres aseguraron que rompieron la relación con la familia de él en 2015 por ese acoso. Un cuñado del acusado declaró también que la vigilancia era “continua” y que él mismo, que era amigo de la víctima, la avisaba enviándole mensajes a través de Whatsapp, algo que hizo el propio día de la colisión.
“Hubo conciencia y voluntad de provocar la colisión”
Los miembros del equipo de reconstrucción de accidentes de tráfico (ERAT) de la Guardia Civil concluyeron que José Carlos E.I. circulaba con su coche por la N-550 a 81 kilómetros por hora y un segundo antes del impacto giró a la derecha para dirigirse hacia el vehículo de la víctima, parado en perpendicular a la carretera principal, a la espera de incorporarse. En el juicio aseguraron que “hubo conciencia y voluntad del conductor de provocar la colisión”. Él habría tenido tiempo, espacio y visibilidad para tratar de evitar el choque, bien desviándose o bien frenando, pero no hay indicios de que hiciera nada por impedir el impacto. Ella, sin embargo, “no tuvo ninguna posibilidad” de haber hecho algo por evitarlo.
Estos expertos, que reconstruyeron lo ocurrido, descartaron que el choque fuese consecuencia de una salida de vía por un despiste o el estado de la calzada. Para que el vehículo del acusado siguiese la trayectoria que siguió “era necesaria una maniobra de giro”.
Los guardias civiles que fueron al lugar de la colisión aquel día explicaron que el acusado dio negativo en las pruebas de alcohol y drogas. En un principio, relataron, dijo no conocer a la víctima. No admitió que sí sabía quién era y que, de hecho, eran vecinos, hasta que estuvo en el hospital. Allí no apreciaron que se hubiese producido ni una imprudencia ni una distracción: “No vimos por ningún lado indicios de hubiera sido involuntario, más bien todo lo contrario”, manifestó uno de ellos. Fue la posición en la que quedaron los coches y la ausencia de marcas de frenada lo que les hizo pensar que aquello no había sido un accidente. También descartaron que la víctima hubiese iniciado la maniobra para incorporarse a la carretera principal. Su coche, aseguraron, estaba parado en el momento del impacto.
Los primeros conductores que pararon
Los primeros conductores que pararon al ver que dos coches habían chocado declararon como testigos en el juicio. Una mujer que iba con su pareja relató su conversación con el acusado, al que vio salir del coche y preguntó si se había dormido y si le dolía algo. Según ella, él replicó que se encontraba bien. Le sorprendió no verlo nervioso: “Se quedó allí observando con frialdad”. Cuando llegó el hermano de la víctima, dijo, se dirigió de inmediato a José Carlos E.I. para preguntarle “qué le había hecho a su hermana”. “Ahí nos dimos cuenta de que conocía a la chica, pero no había dicho nada”, agregó la testigo.
Otra mujer que paró en el lugar se refirió también a la impresión de que el acusado estaba “tranquilo” y coincidió en que no dijo que conocía a la joven: “Nosotros estábamos desesperados por saber quién era y poder avisar a la familia”.
Concluidas las declaraciones, el próximo lunes el jurado empezará a deliberar para decidir si considera o no culpable al acusado.