La brecha salarial entre hombres y mujeres es un hecho. Los trabajadores gallegos cobran un 22% más que las mujeres, una situación que se produce en buena medida por las dificultades que las mujeres encuentran para acceder a empleos con mejores condiciones o a niveles profesionales mejor remunerados, un techo de cristal o suelo pegajoso que deriva principalmente de otra brecha, de una situación de desigualdad estructural fuera del ámbito laboral, en la vida.
Las mujeres deben responsabilizarse en mayor medida que los hombres de las tareas de cuidados: el hogar, los hijos y hijas, las personas dependientes..., una doble o triple jornada laboral que frena su acceso a determinados puestos de trabajo. De nuevo los datos están ahí: el 22% de las trabajadoras gallegas tienen empleos a tiempo parcial, un porcentaje que en los hombres es del 6%, el 93% de la población gallega que trabaja a tiempo parcial para cuidar de sus familias son mujeres y el 90% de las personas que abandonaron un empleo por este motivo también fueron mujeres. Las estadísticas también muestran que a partir del momento en que una mujer tiene hijos o hijas, sus retribuciones comienzan a alejarse más de las que reciben los varones, que en cambio no se ven penalizados por la paternidad.
La huelga convocada para este 8 de marzo es laboral, estudiantil, de consumo y también de cuidados, incidiendo el movimiento feminista en este último aspecto, que no se puede separar de los demás. Los cuidados no son un compartimento estanco, sino que determinan y acrecientan las otras desigualdades. Y, como destaca la economista Carmen Castro (Plataforma Feminista Galega), mientras no haya corresponsabilidad en el hogar, las demás bfrechas no desaparecerán, independientemente de lo que fijen las leyes o programas de igualdad.
“Hasta que no entremos realmente en la democratización real de los hogares y de la vida cotidiana, y en un reparto igualitario de la asunción de responsabilidades, no se solucionará la brecha laboral de género”, destaca Castro. “Hay que poner el foco de atención en cómo no está afectando el suelo pegajoso, es decir, cómo nos quedamos atrapadas en niveles profesionales con los menores niveles de renta y derechos laborales y con las mayores condiciones de precariedad”, dice.
Aún hay unas dos horas de diferencia entre el tiempo de trabajo total (remunerado o no) que realizan las mujeres y el que realizan los hombres. “La consecuencia es que nuestra incorporación al trabajo remunerado se realiza en unas condiciones de mayor precariedad, ocupando la mayor parte de los empleos a tiempo parcial. Deriva también en la brecha salarial, pues la etiqueta de menor disponibilidad afecta también a los salarios que cobramos”, explica.
Carmen Castro advierte de que estas dinámicas “afectan a todo tipo de mujeres”, tanto a las que tienen buenas carreras profesionales y empleos bien remunerados como a las que están más precarizadas: “La brecha precariza las vidas y traslada una imagen de vulnerabilidad y de desigualdad a todas las mujeres, incluso a las que ocupan puestos directivos, que ven dificultada su promoción profesional”. Sin embargo, Castro advierte de que “a las mujeres que están más precarizadas, en sectores de mayor vulnerabilidad, les afecta mucho más”. Por ejemplo, todo el sector de empleo del hogar, o las cuidadoras de personas dependientes en los centros de atención, o las camareras de piso. “Son sectores hiperfeminizados que carecen de derechos laborales básicos”, recuerda, advirtiendo también de la “racialización de determinados empleos” y del crecimiento de actitudes racistas, que se añaden a una situación de precariedad y de mayores obstáculos por el hecho de ser mujeres. Múltiples jornadas y múltiples discriminaciones.
Las soluciones
¿Cómo cambiamos esta realidad? “La vía educativa es fundamental. No da resultados a corto plazo, pero es fundamental trabajar ahí, es fundamental que los niños y niñas vean otro tipo de referentes y que los procesos de aprendizaje social se realicen desde una base igualitaria”, dice Carmen Castro, que advierte de que “es difícil invertir en educación para la igualdad si no cambiamos la realidad de hoy, porque las referencias desiguales siguen estando en los hogares y los niños y niñas ven quien limpia el baño y quien se limita a poner la mesa”.
Castro sugiere otras vías de solución: “Para cambiar esta realidad se requiere primero una interpelación a los hombres”. “Aunque son cada vez más quienes están poniendo en tela de juicio el modelo de masculinidade hegemónica y la ausencia de varones en los ámbitos de cuidados, lo cierto que el porcentaje de hombres que piensa así no es aún significativa”, advierte. En segundo lugar, Carmen Casto hace un llamamiento a “interpelar a los poderes públicos para que pongan en marcha políticas con capacidad para transformar esa realidad”. “Esas políticas no deben ser bonos de tiempo o ayudas directas a las familias para hacer más llevadera esa situación, sino invertir en empleo público, reforzar o volver a articular un sistema de servicios públicos de proximidad y de atención a los cuidados, que sea garantista y universalista”, dice. “O la reforma de los permisos por nacimiento para que sean igualitarios. Hay una serie de políticas que pueden tener un efecto inmediato”, añade
En este sentido, Castro advierte de que “se está produciendo una intensificación del proceso de envejecimiento de la población y la atención a las personas mayores y a cualquier persona dependiente sigue estando en las manos de las mujeres”. “El hecho de que la sociedad en conjunto no asuma colectiva y públicamente la responsabilidad de cómo va a garantizar este tipo de derecho de cuidados que tenemos todas las personas, muestra que esta es una sociedad que pretende crecer de manera monetizada a costa de lo que realmente importa para la vida”, dice. “Tiene que haber una mayor inversión en políticas de cuidado activas que pasen por crear empleo público y revertir los procesos de privatización de los servicios de atención al domicilio, de suerte que pasen a la gestión directa de los ayuntamientos”, reclama.
El nuevo permiso por nacimiento igual e intransferible
Carmen Castro forma parte de la Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles de Nacimiento y Adopción (PpiiNA), que desde hace años aboga por aumentar e igualar los permisos de paternidad y maternidad para conseguir que los hombres se corresponsabilicen desde el inicio de la crianza de sus hijos y hijas, luchando así contra la brecha de género y el reparto desigual de cuidados. El Gobierno central aprobó la pasada semana el decreto que incrementará los permisos de paternidad de forma que en el 2021 lleguen a las 16 semanas que hoy en día tienen las mujeres.
“El hecho de que se equiparen los permisos y de que sean intransferibles y plenamente remunerados es una muy buena noticia, aunque no es la reforma que estábamos pidiendo desde la PPiiNA”, dice Carmen Castro, que explica que “el problema es que el decreto obliga a que las 6 primeras semanas sean obligatoriamente simultáneas, impidiendo que una pareja biparental pueda decidir si alargan el tiempo tomándolas de manera consecutiva”. “Esto es producto de una resistencia a ver a los hombres asumir su corresponsabilidad en exclusiva. Y la consecuencia puede ser que en las parejas heteronormativas, cuando las dos personas tengan ese permiso simultáneo, la inercia haga que la madre asuma el papel de cuidadora principal y que sus compañeros sean los cuidadores ayudantes o asistentes”, lamenta.
“Es un buen paso, pero no es suficiente. Es un buen paso en el sentido de que los hombres cuenten con mayores responsabilidades en el cuidado y funcionará como acelerador del cambio social, pero no es suficiente para el cuidado de una criatura que acaba de nacer. A partir de esa equiparación habría que ir incrementando el tiempo para que al menos los permisos cubrieran el primer año de vida del niño o niña”, reclama. “Además, hay que reforzar esta medida con otras, invirtiendo en la creación de empleo público en el ámbito de los cuidados, porque si no, estaremos manteniendo esa distorsión entre el objetivo de avanzar en igualdad con una realidad en la que la mayor parte del trabajo de reproducción de nuestras vidas sigue estando precarizado”, añade.