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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Desde cruzar la ría de Vigo en helicóptero hasta inaugurar una fuente en un pueblo remoto. Todo debía ser registrado, fotografiado y difundido. Los esfuerzos de la dictadura franquista por mostrarse poderosa y aceptada dentro y fuera del Estado desde el final de la Guerra Civil fueron prioritarios. La propaganda debía ser llevada, incluso, al extremo del tú a tú. Extender una narrativa hegemónica que trasladase la imagen de un consenso social se volvió fundamental. Por un lado, para socavar los esfuerzos de la disidencia interna por luchar contra el régimen y, por otro, para tratar de conseguir el beneplácito de la Organización de las Naciones Unidas tras la caída de las potencias del Eje. Es alrededor de ese marco temporal de la Cuestión española –los años cincuenta– cuando la Jefatura Provincial del Movimiento realizó las casi mil fotografías que la Diputación de Pontevedra ha recuperado y digitalizado. Han escogido las más significativas y han reunido a una veintena de investigadores e investigadoras de diferentes disciplinas para darles contexto en un libro que lleva por título su declaración de intenciones: Desmontando a propaganda franquista.

En la inmensa colección, que ahora es de libre acceso, queda patente el esfuerzo del régimen, de los jefes del Movimiento y de los gobernadores civiles por sacar músculo con la supuesta eficacia del sistema del partido único. Los gerifaltes de la dictadura “recorrían con osadía las villas en compañía de la Iglesia cómplice y los caciques locales con la intención de dejar claro que cada obra, cada fuente y cada piedra eran fruto de la bondad de Franco y no de las tareas exigibles al Estado”, argumenta la periodista y escritora Montse Fajardo en el capítulo que abre la obra. “Creíamos que era importante hacer públicas todas estas imágenes, pero teníamos claro que había que contextualizarlas. Difundirlas sin más podría dar una imagen equivocada de la dictadura”, explica Fajardo en conversación con elDiario.es. Además de dar contexto, explica, subyace la intención de luchar contra la impunidad franquista: “Recibimos constantemente la idea de que aquí hubo víctimas, pero no victimarios. Que no hubo corruptos, que nadie se enriqueció con el régimen y que nadie lo apoyó. Quisimos desmontar el relato que la dictadura impuso y que ha quedado en cierta medida en el imaginario colectivo”.

Los años cincuenta, una época desdibujada

Una de las tesis que sostiene el libro sobre el contexto de la propaganda franquista es que es un error conceptual entender los años cincuenta como una suerte de bisagra. Un paso necesario entre el primer franquismo represivo y genocida y un segundo franquismo supuestamente menos violento y desarrollista. La encargada de estructurar esos argumentos es la historiadora y profesora de la Universidade de Santiago de Compostela (USC) Ana Cabana Iglesia. A su juicio, esta segmentación del período tuvo sentido en la praxis de la investigación pero “trajo consecuencias perniciosas”. La primera fue, explica, dotar de cierta amabilidad a este segundo período cuando lo que realmente hubo fue “una dictadura que moduló la represión en función de sus capacidades y las presiones que imponía el contexto internacional”.

Por otro lado, Cabana sostiene que esa década es la que menos atención ha recibido por la historiografía porque se presuponían años en los que “no pasó nada”. “En los cuarenta [...] el bando ganador de una cruel guerra civil toma todos los resortes del poder estatal y en los sesenta y setenta se ve su declinar y fin”, explica. Los cincuenta parecían carecer de atractivo per se. “Un error de percepción donde los haya. Fue la década de consolidación del franquismo”, añade. Lo que perseguía el régimen con estas mil fotografías y decenas de miles más por todo el Estado era inmortalizar “ese respaldo social que validaría su condición de pseudo Estado de derecho”. Un intento por dar apariencia de legitimidad a la ilegitimidad. Cabana señala que en los cincuenta la población asumió que había dos caminos para sobrevivir a la dictadura: ser franquista o aparentarlo.

Y es aquí donde la profesora de la USC aborda la complejidad de diseccionar las imágenes propagandísticas a las que se enfrenta. “No quiere decir que las escenas fotografiadas sean ficticias. Este tipo de actos unían una dosis de realidad y otra de ficción en un mismo marco referencial”, escribe. La realidad histórica de entonces era mucho más compleja de lo que estos cientos de imágenes pretenden retratar. Por eso Cabana apunta “a los ángulos muertos” y pide “abrir el angular”. Trae a colación el término Mitläufer que Géraldine Schwarz emplea para referirse a todas las personas que llenan los fondos de todas estas fotos. Personas que siguen la corriente, de las que se desconoce el grado de afiliación real a la dictadura pero que son parte necesaria para el sostenimiento de un régimen genocida.

La decadencia de la Falange y la inclinación hacia el Opus Dei

Otra lectura innovadora es la que hace el historiador Lucio Martínez Pereda sobre el derroche de medios de Falange a la hora de intentar lucir su dominancia dentro del régimen. “Los años cincuenta son un momento complicado para la Falange en toda España porque se sabe desplazada por la Iglesia católica en la estructura de poder. Entonces, busca acrecentar su presencia social capitalizando esa memoria de la cruzada para mostrarse como institución necesaria para el régimen”, ahonda Martínez en diálogo con esta redacción. En ese contexto, los falangistas perdían cada vez más puestos de poder en la administración del Estado en favor de personajes nacidos al amparo del Opus Dei. “Creo que este fondo fotográfico revela un sueño que Falange siempre tuvo y que nunca llegó a alcanzar, que era tener una función de partido de masas, pero era pura burocracia”, prosigue.

“En los cincuenta la Asociación Nacional Católica de Propagandistas y Acción Católica eran los dos viveros de cuadros de la dictadura hasta que, en los sesenta, Falange es desplazada totalmente por el Opus Dei”, explica Martínez. “Esa propaganda ruidosa y tan pormenorizada en los pueblos más pequeños revela eso: intentar evitar un fracaso. Pero no lo consiguieron. Los propios informes internos de Falange insinuaban incluso el hartazgo de la población”, remata.

Cruces por los caídos todavía en pie y un apellido de la Gürtel

Entre las casi mil fotografías digitalizadas por la Diputación de Pontevedra hay algunas que destacan por su peso simbólico todavía a día de hoy. En una de ellas, se puede ver a Manuel Crespo Alfaya, hombre fuerte del régimen en Pontevedra y padre de uno de los condenados por el caso Gürtel, Pablo Crespo, por los amaños de contratos públicos en la Generalitat Valenciana. Crespo Alfaya sale en el primer plano de muchas instantáneas. Como explica el historiador Xosé Ramón Paz Antón, durante la dictadura asumió cargos como el de secretario de Obra Social del Movimiento o del consejo de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Tras la muerte de Franco, fue uno de los fundadores de Alianza Popular y ocupó diversos cargos políticos, hasta llegar a ser vicepresidente de la Xunta de Galicia entre 1987 y 1988 a las órdenes de Manuel Fraga. “No es anecdótico”, explica Montse Fajardo, “su conocido pasado falangista no le impidió ser vicepresidente. El poder del franquismo fue vitalicio y sus cargos y sus modos tuvieron un importante componente hereditario”.

Pero sin duda, la imagen más llamativa del archivo bajo los ojos de este tiempo es la de la Cruz de los Caídos de Pontevedra. Los homenajes con simbología fascista en la cruz que todavía hoy preside la zona más céntrica e institucional de la capital de la provincia se repitieron continuamente durante los años cincuenta. Y así quedaron inmortalizados. “Esa cruz, como también la de Vigo, son una deshonra para los descendientes de las víctimas y para la sociedad en su conjunto. Son cruces franquistas por mucho que las tuneen”, remata la escritora y periodista.

Cómo se estructura el libro

Para la contextualización de las trescientas fotografías, el libro cuenta con artículos de veinte personas expertas en el estudio de la dictadura franquista y la memoria: Montse Fajardo, José María Cumbraos, Ana Cabana Iglesia, Dionisio Pereira, Lola Varela, Marcelino Abuín, Lucio Martínez Pereda, Xoán Carlos Garrido, María Victoria Martins, Xosé Álvarez Castro, Xosé Enrique Acuña, Manu Igrexas, Antón Mascato, Pepe Novas, Xoan Carlos Abad, Xosé Paz Antón, Xosé Lois Vilar, Carlos Méixome, Natalia Jorge y Carmen Corgo.

El ejemplar se divide en dos partes. La primera busca realizar un análisis general de la época a través de lo acontecido en la provincia para conocer mejor la manera de proceder del régimen. Se pretende ahondar en el conocimiento del relato manipulado, hablar del significado que tenían para el propio régimen los actos públicos como instrumento propagandístico y cómo el paso del tiempo varió su significado. Buscan incidir en la importancia de conocer los escenarios y el ambiente en el que se realizaban y contar, también, el padecimiento de la sociedad que la dictadura quería esconder entre inauguraciones y recepciones al gobernador civil. Se incluye también un análisis de lo que fue la Falange en Galicia, apoyado en los actos anuales que conmemoraban el mitin de José Antonio Primo de Rivera en Vilagarcía. También profundiza en la simbología fascista del franquismo, en el papel de la Iglesia católica durante la dictadura, en la situación de las mujeres, y en la corrupción vinculada al campo de concentración ubicado en la isla de San Simón. 

La segunda parte del libro hace un recorrido por las distintas comarcas pontevedresas y dibuja la historia de aquella época en cada lugar, a través de la contextualización de las imágenes existentes en cada zona. Se va de lo general a lo más concreto y se intenta poner cara a las personas que ostentaban el poder en Pontevedra, Cerdedo y Forcarei, O Deza, O Salnés, O Morrazo, Vigo, Salceda de Caselas, O Porriño, Mos y O Baixo Miño.