El castro de Rueta, en el municipio de Cervo, en la costa de Lugo, sigue bajo tierra, aunque el desbroce de la maleza que cubría la zona ha revelado ya algunas de sus estructuras. Un equipo de arqueólogos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) está analizando qué está oculto en ese terreno, pero no va a recurrir, al menos por el momento, a la técnica que más habitualmente se asocia a estos estudios: la excavación. Desde hace años se utilizan en este campo instrumentos que permiten hacer un mapa de las ruinas que han quedado enterradas “sin mover un grano de tierra”. El método no es desconocido en Galicia, pero todavía no se ha extendido su uso.
En este asentamiento, que creen que es de la Edad del Hierro y que se sitúa en un promontorio sobre el mar, había crecido la vegetación. Los propietarios del terreno, dividido en la actualidad en varias parcelas cuyos titulares son particulares, lo habían dedicado tradicionalmente al pastoreo o a recoger especies vegetales para abonar otras tierras de cultivo. Sin embargo, hasta hace unas semanas, el paisaje era de helechos y toxos. Con la maleza cortada, el equipo de investigadores, dirigido por David González-Álvarez -del Instituto de Ciencias del Patrimonio- y Jesús García Sánchez -del Instituto de Arqueología de Mérida-, ha utilizado métodos no invasivos para investigar qué hay bajo sus pies. Un georradar y un magnetómetro ofrecen información que ellos cruzan e interpretan para determinar dónde hay vestigios de la actividad humana y de qué tipo son.
González-Álvarez explica que con estas técnicas buscan anomalías bajo tierra, es decir, alteraciones en el sustrato geológico que debería ser natural. El magnetómetro detecta cambios muy pequeños en el magnetismo terrestre e indica la presencia de materiales que no son los mismos que el entorno que los rodea. Es un aparato que los arqueólogos transportan caminando en una mochila, de modo que les permite cubrir extensiones grandes de terreno en poco tiempo. Las imágenes que se crean no ofrecen, sin embargo, diferencias en la profundidad. El georradar, que emite unas ondas y capta los rebotes en los materiales, sí permite establecer si los vestigios que se hallan están o no en un mismo nivel. Con esta información, los investigadores pueden situar los elementos por capas y aventurar si han encontrado un muro, una casa con forma redonda u otras estructuras.
La ventaja principal de estas técnicas es, según el arqueólogo, que permiten investigar yacimientos sin alterar su preservación. La excavación, añade, es un método “destructivo”. Las capas que se retiran no se pueden reponer y nadie más podrá tener acceso a ellas. También es más barato y requiere menos esfuerzos utilizar estas máquinas. En Rueta, dice para ilustrarlo, el equipo ha investigado en pocos días casi toda la extensión con magnetómetro y partes amplias con georradar. Excavarlo todo “llevaría probablemente una vida de un equipo”. Las técnicas no invasivas también tienen “limitaciones”, puntualiza, y aunque mejoren, seguirán sin equipararse plenamente a desenterrar y poder medir directamente y ver cómo están construidas las estructuras.
Excavar (o no) todos los yacimientos
Esta alternativa da fuerza al debate sobre si es necesario excavar todas las ruinas. En opinión de González-Álvarez, es una cuestión que arqueólogos e instituciones responsables del patrimonio deberían abordar “a corto plazo”. Además de ser una técnica destructiva, considera de desenterrar todo es inviable por la cantidad de patrimonio que hay. Pero añade que en los últimos años ha visto que muchos castros se están excavando con “planteamientos cortoplacistas” y “sin tener muy claro cuál es el marco científico”. “Y, más importante, sin saber cuáles van a ser los manejos a futuro: quién lo va a mantener limpio, quién se va a encargar de las infraestructuras mínimas para que sea comprensible para el visitante o cómo van a ser capaces los investigadores de exprimir la información”, expone.
El arqueólogo defiende explorar las posibilidades de las técnicas no invasivas en el marco de este debate. De hecho, la exploración de Rueta tiene un componente de entrenamiento para los investigadores. La aplicación de estas estrategias no tiene una tradición larga en Galicia y es también “una forma de adquirir experiencia”, señala. La decisión de excavar no está tomada y dependerá de la discusión que se abra cuando, dentro de un par de meses, estén listas las conclusiones del estudio con el georradar y el magnetómetro. Sin llegar a ese punto, González-Álvarez dice que lo que sí tiene ya claro en este yacimiento es que es necesario mantener la zona despejada de vegetación: “La buena preservación de las estructuras hace que sea muy comprensible. Cualquiera llega e identifica el sistema de fosos y murallas y reconoce trazas que hablan de su ocupación antigua”. Para evitar el crecimiento de maleza, sugiere que el rebaño de algún vecino paste en la zona.
La actividad fuera de las murallas
El castro ya lo han visitado niños y adultos de la zona. Dentro del proyecto se ha buscado la apertura hacia los vecinos. El investigador explica que el origen de la investigación está en la actividad del colectivo ciudadano Mariña Patrimonio, que identifica lugares de interés y que se puso en contacto con este equipo de arqueólogos porque sabían que desarrollaban esta estrategia de investigación. Esta asociación consiguió una subvención de 5.000 euros de la Deputación de Lugo para sus actividades y logró implicar también al Ayuntamiento de Cervo, que se encargó de desbrozar el terreno. La respuesta de los investigadores ante esta iniciativa no podía ser “llegar como extraterrestres” y mantenerse al margen de los vecinos, razona González-Álvarez, que añade que el patrimonio arqueológico suele dar oportunidades para trabajar con las comunidades locales porque a menudo son lugares que están en la memoria colectiva y son referentes. En el caso de Rueta, indica que los vecinos sabían que había un castro y se preguntaban qué habría bajo tierra.
El proyecto ha salido también de las murallas del asentamiento. Los arqueólogos investigan también posibles vestigios de la actividad fuera del recinto fortificado, relacionada con los cultivos y la ganadería, un aspecto al que los trabajos han prestado poca atención hasta el momento.