En los años noventa apenas se hablaba del amianto en Ferrol. Muchos trabajadores y ex trabajadores del naval sufrían enfermedades pulmonares de las que empresas, peritos y muchos médicos responsabilizaban al tabaco, entre otros motivos. El amianto había dejado de emplearse en el año 1984 en la construcción de barcos, pero el largo período de latencia de las afecciones que provocaba hizo que sus efectos más graves comenzaran a notarse años después. La acción de una serie de personas, desde el sindicalista Rafael Pillado al periodista de La Voz de Galicia Francisco Varela, fue fundamental para romper el silencio de rodeaba a esta problemática, un silencio del que en ese tiempo incluso los sindicatos fueron cómplices. Otra de las figuras clave fue el médico Carlos Piñeiro, que impulsó -al principio casi en solitario- la investigación sanitaria sobre la enfermedad.
La propia dimensión del problema -con miles de enfermos- y la acción decidida de los afectados han cambiado la situación, forzando a las administraciones a tomar medidas: un protocolo adecuado y un exigente seguimiento de las posibles víctimas. “En Ferrolterra se lleva a cabo una labor muy importante, gracias sobre todo al interés de un grupo de profesionales, y a la presión que han ejercido los afectados durante años, que han conseguido una implicación total de sindicatos y fuerzas políticas”, destaca Piñeiro. En la actualidad se hace un seguimiento de ocho mil personas, y de ellas hay 3.500 que presentan patologías relacionadas con el amianto. Sin embargo, el número de afectados y afectadas puede ser muy superior: alrededor de 50 o 60 mil personas estuvieron expuestas al asbesto en los dos astilleros de la ría de Ferrol.
Queda aún mucho camino por recorrer, destaca Carlos Piñeiro, que mantiene su implicación en un asunto en el que se ha convertido en referente en todo el Estado, colaborando con asociaciones de afectados de toda España. De hecho, acaba de regresar de Cartagena, donde participó en una serie de actos organizados por la asociación local APENA. Y en diciembre intervino en el Parlamento europeo impulsando medidas para la eliminación del amianto que se incluirán en el marco estratégico de la UE en materia de seguridad en el trabajo 2014-2020.
“El amianto debe ser erradicado de toda Europa” -dice- “No se ha acabado con el problema, sigue ahí, latente. Hay 125 millones de personas en todo el mundo que estuvieron en contacto con el amianto y que están sin diagnosticar”, añade. El Foro Social Gallego del Amianto inició hace dos años una campaña para avanzar hacia esa eliminación en el año 2030. “En Ferrolterra sí hay una mayor concienciación por este tema, pero el amianto llega a toda Galicia, ahí están todos los tejados de uralita. No es un tema que afecte sólo al sector naval. Afecta mucho a los colegios, por ejemplo, y a cualquier edificio construido antes de los años noventa”, alerta.
En este sentido, el Foro está ultimando un documento, elaborado por 40 profesionales de distintos ámbitos, que presentará a todos los grupos del Parlamento gallego con el objetivo de poner en marcha un Plan Gallego de Erradicación del Amianto. “El Parlamento británico aprobó hace unos meses la erradicación del asbesto de todos los colegios, con un cálculo de que el 90% están construidos con ese material. En Polonia o en Italia están iniciando todo este proceso de desmantelamiento del amianto, contando con ayudas europeas, y aquí no se está haciendo nada”, denuncia.
“Si no se erradica completamente, persistirá el problema, sobre todo en la construcción, por ejemplo cuando se hacen obras de remodelación”, subraya. “En Inglaterra hay todos los años campañas advirtiendo del problema de hacer obras en casas construidas antes del año 90. Hay que luchar para conseguir que, como en Francia, cuando se vende una casa el vendedor tenga que ocuparse de retirar todo el amianto antes de la operación. En España cuando se hizo la ley de eficiencia energética se perdió la oportunidad de incorporar soluciones para el asbesto”, dice.
“Respeto” para los afectados
Carlos Piñeiro destaca que, en comparación con otras comunidades autónomas, la situación en Galicia es más favorable: “Aquí se ha creado un protocolo muy exigente y un seguimiento idóneo. Se ha establecido la relación causa-efecto. En cambio en otras comunidades no se ha hecho nada parecido”. Sin embargo, advierte de que aunque en Galicia “hay un correcto seguimiento de los enfermos del sector naval”, hay también “muchos temas olvidados”: “Se ha olvidado el tema de las industrias auxiliares del naval, se han olvidado también otros sectores, como la construcción”, comenta. En este sentido, explica que “desde la Atención Primaria estamos intentando localizar a este tipo de personas afectadas en toda Galicia, incorporando en los protocolos la pregunta de si han estado, por el motivo que sea, en contacto con el amianto”. “También estamos localizando a las viudas y esposas de los afectados, es otro tema que quedó pendiente: los trajes de buzo se llevaban la casa y ahí iba también amianto”, añade.
Carlos Piñeiro denuncia además que, a pesar de los avances que se han producido en los últimos años, falta “apoyo para los enfermos”, por lo que “tienen que gestionarlo todo ellos”. “Hay un problema social: una asociación de enfermos no puede estar gestionando su propia muerte”, añade. “Es muy injusto que la administración pública no les conceda mecanismos de acceso a la justicia, es una vergüenza que la antigua Bazán, hoy Navantia, tenga abogados y peritos que ponen en tela de juicio los informes oficiales de profesionales del sistema público de salud. Hay cosas que deberían ser automáticas, que no debería tener que gestionarlas la persona enferma”, dice. “Es un mecanismo de dilación consciente, para que estas personas estén continuamente en procesos judiciales, haciendo de ellos un retrato de buscadores de indemnizaciones , de buscadores de dinero, despreciando su derecho a una compensación por haber sido afectadas por el amianto debido a que carecían de la necesaria información sobre sus peligros”, dice.
“Falta apoyo psicológico” -añade- “Debería haber un sistema que permitiera un apoyo psicológico a estos enfermos, que saben que van a fallecer de forma ineludible y en un plazo corto de tiempo”. “Hay que respetar a las personas”, concluye.