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La frontera gallega con Portugal recupera poco a poco la normalidad 48 horas después del fin del estado de alarma

Daniel Salgado

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La mañana del domingo era más o menos tranquila en Monção, al otro lado del río Miño. Había cola en el quiosco de prensa -solo un cliente por turno- y los cafés de la plaza de Deu-La-Deu registraban nutrida afluencia. Pero una cosa llamaba la atención de los locales: por primera vez desde finales de enero, los gallegos cruzaron el puente que une el recoleto pueblo portugués con Salvaterra de Miño (Pontevedra). O, al menos, lo hacían con permiso de la autoridad competente, en este caso la Xunta de Galicia, que ha decidido reducir al máximo las medidas contra la epidemia de coronavirus.

La República de Portugal ya habría abierto sus fronteras el Primero de Mayo. Galicia continuaba, sin embargo, en cierre perimetral, que decayó este día 9 junto al estado de alarma. Aunque esa era la situación oficial, los contactos entre ciudadanos de ambas orillas del Miño no cesaron. Los viajes justificados por motivos laborales o familiares estuvieron permitidos durante estos meses. Y en esta última semana, la estrechez de los lazos socioculturales y económicos empujó en algunos casos más que la asimetría de las restricciones portuguesas y gallegas. El control del paso fronterizo Salvaterra Monção tampoco fue excesivamente estricto.

El Gobierno luso mantiene, con todo, algunas salvedades en forma de recomendación. Hasta el 16 de mayo, los viajes preferidos desde España son “los esenciales”, debido a que su incidencia acumulada a 14 días supera los 150 casos por 100.000 habitantes. Y esenciales significa “por motivos profesionales, de estudios, de reunión familiar y por razones de salud o humanitarias”. No obstante, la vigilancia en las fronteras terrestres de Portugal, vigentes hasta el pasado 30 de abril, no se ha prorrogado. El Consulado General de España en Lisboa ha aclarado este mismo lunes que los trayectos por ocio a Portugal, si son a través de las fronteras terrestres, ya están autorizados.

En Tui (Pontevedra) lo notan. Su alcalde, el socialista Enrique Cabaleiro, asegura que se “está recuperando la total normalidad”. Como síntoma de la mejora menciona tres factores. El primero, las estaciones de servicio, que vuelven a contar con numerosa clientela procedente de las localidades del norte portugués. También ha crecido la afluencia de portugueses a los hipermercados y centros comerciales del sur gallego. Y, finalmente, el tránsito de peregrinos: Tui es la primera localidad gallega del Camiño Portugués a Santiago de Compostela.

Enfrente, de nuevo río Miño por medio, está Valença do Minho, villa histórica, célebre por sus ferias y la magnífica fortaleza de origen medieval que las acoge. “Tui y Valença forman un área urbana. Nestra relación es muy estrecha, más que en otras fronteras rurales”, explica el regidor gallego. Por el antiguo puente internacional, cuya factura recuerda a los trabajos de Eiffel, que sutura los dos cascos urbanos, circulaban antes de la pandemia unos 5.000 vehículos al día. “Eso da una idea”, puntualiza. El cierre de la raia que separa Galicia de Portugal durante la primera ola de COVID provocó protestas de los ayuntamientos de ambos lados y obligó a los ejecutivos centrales a reaccionar.

Los puentes de Tui -el viejo, construido en 1884, y el moderno, de 1995- conforman una de las fronteras más transitadas entre Portugal y España. Si es que hablar de frontera tiene sentido. “Tengo 51 años y apenas me acuerdo”, sostiene Cabaleiro, “aquí el concepto frontera no existe”. Desapareció cuando el acuerdo de Schengen entró en vigor en 1995. Solo el coronavirus, y algunos motivos de control policial de protestas políticas, consiguió recuperarla.