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La inaudita peripecia del gallego Osorio-Tafall: de Comisario General del ejército republicano a la cúpula de la ONU

Solo en 1978 Bibiano Fernández Osorio-Tafall pisó de nuevo territorio español. Tardaría ocho años más en hacerlo en su Galicia natal, cuando fue invitado a la conmemoración del 50 aniversario del Estatuto de Autonomía republicano. “Franco puede perdonarnos, pero yo no perdono a Franco”, le había contestado a uno de sus pocos correspondientes en el interior. En el momento en que Osorio-Tafall tomó la vía del exilio, en marzo de 1939, era Comisario General del Ejército de la República. En Pontevedra, ciudad de la que había sido alcalde por Izquierda Republicana, quedaban su esposa, Josefina Arruti, y sus tres hijos. Apenas los volvió a ver. Por delante, una inaudita peripecia que lo llevó hasta la cúpula de Naciones Unidas y a encontrarse con Joan Crawford o el Che Guevara. El novelista Xosé Monteagudo recrea ahora esta historia en Vémonos mañá (Xerais, 2023).

Osorio-Tafall nació en Salcedo (Pontevedra) en 1902. Josefina Arruti, en Pontevedra en 1906. Se casaron en 1929 y tuvieron tres hijos: José Ángel, Carmen y Manuel. “Para mí él era una referencia. Se trataba de una figura importante, aunque poco conocida”, explica Monteagudo (Moraña, Pontevedra, 1965) a elDiario.es, “pero el impulso para escribir surgió cuando supe de Josefina y su vida”. Lo hizo a través del libro Un cesto de mazás (2015, Una cesta de manzanas), que la escritora Montse Fajardo dedicó a 16 relatos sobre la represión fascista en Pontevedra. Uno de ellos era la memoria de Arruti, encarcelada durante año y medio al término de la guerra y sometida, junto a sus tres hijos y su suegra, a otros dos de arresto domiciliario. Era la venganza de los vencedores.

La pareja se había separado el 12 de julio de 1936. Ese día, Arruti, junto a sus dos hijos mayores, decide regresar a Pontevedra, donde estaba el pequeño, levemente enfermo y al cuidado de su abuela. Osorio-Tafall permanece en Madrid. Biólogo y profesor, entonces era diputado en el Congreso -elegido por el Frente Popular-, alto cargo en el Gobierno de Manuel Azaña y presidente del Comité Central de Autonomía de Galicia. El golpe fascista del 18 de julio rompió todo vínculo. El hombre, en zona republicana, asumirá cada vez mayores compromisos políticos, hasta llegar a Comisario General del Ejército de la República de la mano de Negrín y después exiliarse en México. La mujer y los niños, en zona nacional, sufrirán represión y severas privaciones materiales. Y un malentendido, novelado por Monteagudo, les impiderá volver a reunirse.

Vémonos mañá relata como la posibilidad de un intercambio de prisioneros estuvo encima de la mesa: un importante jerarca de los sublevados franquistas por la familia de Osorio-Tafall. Nunca se produjo. La novela ofrece una teoría sobre esta interrupción, que muchos años más tarde no compartía el primogénito de la familia. El caso es que la convulsa historia de la Europa de los 30 se llevó por delante el matrimonio. Osorio-Tafall reiniciaría su vida tras pasar por Francia -donde se encargo de dirigir el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles-, República Dominicana y recalar en el México políticamente hospitalario de Lázaro Cárdenas. Allí estableció su base de operaciones. Arruti no saldría de Galicia. “Ella encarna todos los valles que atravesaron las víctimas”, señala Monteagudo, “muestra como sobrevivieron con las migas que les dejaba el nuevo sistema. Luchó de manera heroica para sacar adelante a los hijos”.

El Che Guevara en casa

Al otro lado del Atlántico, Osorio-Tafall abandonó la política activa, dicen que decepcionado por la división entre los republicanos exiliados. Mantuvo el contacto con algunos galleguistas -su gran amigo en ese mundo fue Valentín Paz Andrade, uno de los impulsores de la Pescanova original-, con comunistas gallegos como Santiago Álvarez y con algunos otros exiliados, como el cineasta de Cartelle (Ourense) Carlos Velo, con quien había colaborado en el espléndido documental Almadrabas (1933). Existe incluso una foto del Che Guevara en su casa de México. La recoge su principal biógrafo, Francisco Pardo Teijeiro, en Bibiano Fernández Osorio-Tafall. Un científico e político galego no exilio (A Nosa Terra, 2010). Este volumen, una de las fuentes principales de la novela de Xosé Monteagudo, resume la vida de, en palabras de su autor, “uno de los personajes más importantes de la Galicia del siglo XX, pero silenciado por republicano”.

Era ya un Osorio profesor en el Instituto Politécnico de México, que había dejado atrás una relación con la fotógrafa y pintora estadounidense Ione Robinson, iniciada en el Madrid sitiado, e incluso un brevísimo romance con la actriz Joan Crawford, entregada militante de la causa republicana. Según la hipótesis de Vémonos mañá, pensaba que su familia había renunciado a juntarse con él en territorio bajo control de la República. En México conoció a Luz Nápoles. Tuvieron un hijo. A su lado que recorrió el mundo, primero como director para Sudamérica de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y después como enviado de la propia ONU a misiones de pacificación en el Congo o Chipre. En esta isla mediterránea combinó la diplomacia con su vocación científica y elaboró un estudio sobre la vegetación del lugar. “En Londres todavía existe un jardín botánico en donde hay bulbos enviados por Osorio-Tafall”, recuerda Pardo Teijeiro, que comenzó su estudio sobre el exiliado desde la perspectiva de historia de la ciencia. Luego lo amplió a todas las facetas del personaje.

El “Tarradellas gallego” que no quiso serlo

Osorio-Tafall se jubiló como subdirector general de la ONU. “Es el español que más alto llegó en ese organismo”, señala su biógrafo. Fue entonces, ya retirado, cuando Galicia volvió a su vida. Lo narra Monteagudo al reconstruir su reunión con Adolfo Suárez, que le ofreció ser el presidente de la preautonomía gallega. “El Tarradellas gallego”, que representase de alguna manera la continuidad democrática con la república pero que, al mismo tiempo, no estuviera demasiado involucrado en el antifranquismo activo. Se negó. Y esa vez, era 1978, ni siquiera viajó a Galicia. Lo haría en 1986, para celebrar medio siglo de la aprobación en plebiscito del Estatuto de Autonomía republicano, en 1988 para recibir la Medalla de Oro de la Academia Galega das Ciencias y en 1989 en dos ocasiones, una para recibir la Medalla Castelao de la Xunta de Galicia -gobernada por un tripartito de socialistas y nacionalistas de centro- y otra para que le devolviesen su cátedra en el Instituto de Pontevedra, que le había usurpado el franquismo.

Osorio-Tafall murió en 1990 en México. Su hijo mayor no tardó en trasladar los restos a Pontevedra, según cuenta Monteagudo en el epílogo de la novela. Trece años después murió Josefina Arruti. Están enterrados en el mismo panteón familiar del cementerio de San Mauro que, en los años oscuros de la posguerra, Arruti abrió para sepultar a más de veinte asesinados por el fascismo de los que nadie se hacía cargo.

La intuición del novelista y la no ficción

Sobre todos estos materiales, Xosé Monteagudo construyó una narración en que la historia alimenta la literatura. “La línea argumental la dan los hechos de su trayectoria”, dice, “el trabajo del novelsita comienza en la aportación de detalles y en la reconstrucción minuciosa de la realidad. El trabajo del escritor también consiste en intuir cómo es la realidad y cómo hacerla más humanamente verdadera”. Monteagudo, autor de seis novelas, ya había manejado personajes históricos en una obra anterior, Todo canto fomos (Galaxia, 2017). Pero no como protagonistas. “Existen personajes históricos que me resultan más próximos por la literatura que por la propia historia”, asegura. ¿Ejemplos? “El Trotsky, y también el Ramón Mercader, de El hombre que amaba a los perros (2009), del cubano Leonardo Padura”, responde. La célebre no ficción de Emmanuel Carrère lo apasiona: “Obras como El adversario (2000) o Limónov (2012)”, que usan la realidad, tratada con herramientas periodísticas o historiográficas y técnica novelística, como núcleo.

Vémonos mañá es, finalmente, un ejercicio de reparación. Habla de un hombre “que no es reivindicado con fuerza, quizás porque se apartó de la política más combativa” y de una mujer cuyo papel solo en los últimos años fue reivindicado. “Al fin y al cabo, Osorio-Tafall fue una víctima de ese pacto de silencio que hubo cuando murió Franco. Los exiliados no estaban bien vistos. No hubo reconocimiento ni interés. Tampoco por parte de la izquierda”, concluye Francisco Pardo, su biógrafo.