Matarile Teatro, compañía residente en Santiago, va a estrenar una de las obras que inaugurarán 2022 en el Centro Dramático Nacional (CDN). El 14 de enero va a presentar su nuevo trabajo, Inloca, coproducido con el CDN, en el María Guerrero, un espacio que servirá en sí mismo a los creadores para plantear las reflexiones que quieren lanzar con el montaje. Es un “símbolo” de la “vieja Europa” y del planteamiento tradicional del hecho escénico, expone Ana Vallés, la directora y creadora de Inloca. Por ello, le resulta “muy seductor” utilizar un marco que otros construyeron antes, “desnudarlo bastante” y presentar cuestiones distintas y lenguajes diferentes.
Vallés explica que la idea que está en el germen de Inloca es la necesidad que tienen los humanos de “entrar en lugares desconocidos”, sobre los que no ejercen -o no del todo- el control. Y al hilo de ello, quiere acentuar que “todo es de una extrema fragilidad”: los conceptos, los cuerpos, las relaciones, los sentimientos, la memoria. “Tenemos una tendencia a definir cuáles son los marcos y los conceptos. Todo está muy delimitado”, asegura. En Europa, el entorno en el que se centra, hay estereotipos que “moldean” a los europeos. La intención, opina, debe ser evitar que los límites establecidos por conceptos del pasado “constriñan” en la actualidad.
Esto tiene que ver, según la directora, con otra cuestión que considera necesaria: la de situarse en el presente: “Sobre todo en Europa estamos constantemente retroalimentándonos de las ruinas del pasado”. Cree que no hay que rechazar lo que significa ser europeo, pero aferrarse a un pasado inmutable “pesa como una losa”.
En Inloca está presente la mezcla de lenguajes escénicos que Matarile ha subido tradicionalmente a los escenarios. “En el aspecto formal se refleja esa ambigüedad o fragilidad de los conceptos. ¿Dónde empieza el teatro, dónde acaba la danza, dónde entra la dramaturgia de la imagen o de la luz? A mí siempre me interesa que no haya un lenguaje predominante, un lenguaje autoritario”, explica Vallés. Los nueve intérpretes proceden no solo del mundo de la actuación, sino también del de la danza y del circo.
La obra es la segunda parte de lo que está concebido como una trilogía. Todo empezó como una propuesta del director del Centro Dramático Nacional (CDN), Alfredo Sanzol, a Matarile para que desarrollar un trabajo en cooperación, cuenta Vallés. La pandemia interrumpió los primeros avances, pero ella y su equipo decidieron lanzar en 2020 lo que sería la primera parte: El diablo en la playa.
Esta obra se va a poder ver de nuevo en diciembre en el Teatro de la Abadía de Madrid. Con solo dos intérpretes, la base de este primer capítulo está en las ideas sobre el caos de Gilles Deleuze. A partir de ahí, la obra se adentra en temas como la distancia y el acercamiento o cuál es la distancia justa para comunicarse, expone Vallés. La playa funciona como “metáfora de un no lugar”, un espacio entre la tierra y el mar en el que no se dejan huellas, expone. La escena de cierre de la obra va a ser la de apertura de Inloca para marcar la conexión entre ambas. La tercera parte, que estará centrada en el concepto de Europa, está prevista para 2023.
El equipo está en pleno periodo de ensayos para estrenar Inloca dentro de ocho semanas. Aún no tienen totalmente cerrada la propuesta ni lo que va a durar y para Vallés esta es una etapa de creación. Para poner en marcha sus proyectos, echa mano de ideas que surgen de textos, de fotografías, del cine y de otros elementos. Y también de las aportaciones del equipo de cada obra. “Nunca pensamos solos, nunca hacemos nada solos, siempre pensamos con otros”, reflexiona. En su próxima propuesta hay “muchas voces invitadas”, dice, en alusión a sus referencias en el proceso creativo.
Frente a la importancia de los dos cuerpos de las intérpretes en El diablo en la playa, en Inloca se abre el foco: “Va a dominar la sensación de espacio enorme, el espacio como paisaje, dominado por la luz”, relata Vallés. Este concepto, el de la iluminación, es importante en la obra: “No hay límites en la luz”.
A modo de sinopsis de este nuevo trabajo, Matarile ofrece unos “subtítulos”, no todos ellos desarrollados y que se definen como “motivaciones”. Hablan del ángel caído, de la lucha contra el caos, de la luz y la capacidad de crear y de adónde llevar “las ruinas de la vieja Europa”.
Entrar en nuevos territorios, dice Vallés, significa revisitar el pasado. “Cargamos con conceptos, iconografía... deberíamos aligerar esa carga, estar más dispuestos a no aferrarnos a la experiencia”. La obra empezará a representarse el 14 de enero en el teatro María Gerrero de Madrid, en donde estará hasta el 6 de febrero