Solo la nube de periodistas apostados a la entrada de la casa de Pedro Campos, amigo íntimo de Juan Carlos I, en Sanxenxo hacía pensar que la jornada de este miércoles se distinguía en algo de cualquier otra en esta localidad de las Rías Baixas. El rey emérito ha vuelto por segunda vez desde que, en agosto de 2020 y para poner tierra de por medio entre sus escándalos y el reinado de su hijo, se instaló en Abu Dabi. El regreso ha merecido el aplauso del PP. Ya había manifestado que es bienvenido, pero el presidente de la Xunta y del partido en Galicia, Alfonso Rueda, insistió hoy en que su presencia en las Rías Baixas “no es una mala cosa, sino todo lo contrario”.
Unas horas antes de la llegada del rey emérito a Sanxenxo, tras aterrizar en el aeropuerto de Vigo, un furgón de una pescadería local accedió a la casa de Pedro Campos, en donde se va a alojar hasta el domingo Juan Carlos I, para dejar provisiones. Una panadería, que lleva el nombre de Paco, pensó en la prensa y envió varias empanadas gratuitas para los periodistas que llevaban horas esperando una llegada que se preveía inicialmente en torno a las 13:00, pero que no se produjo hasta hora y media más tarde.
Con los medios de comunicación aguardaban apenas media docena de vecinos y curiosos. Uno de ellos se presentó con una bandera republicana hecha con cartulinas para recibir al monarca. Él, desde el asiento del copiloto, se limitó a saludar con la mano sin bajar la ventanilla. Por delante tiene varias jornadas de regata a bordo de su velero, el Bribón, y en compañía de Campos, presidente del Real Club Náutico de Sanxenxo.
El hombre con la bandera republicana es una de las pocas voces que este miércoles criticaba abiertamente la figura del rey emérito en general en Sanxenxo. Se llama Bruno y se ha desplazado desde Pontevedra, a 20 kilómetros, para recibir a Juan Carlos I con los colores amarillo, rojo y morado. Asegura que es necesario no solo que pida perdón por sus escándalos y el dinero acumulado durante años a espaldas del fisco español, sino abrir un debate sobre la monarquía en general. Sus opiniones contrastan con la tónica general entre los trabajadores de la hostelería y el comercio en Sanxenxo.
A media mañana, en la zona que concentra la actividad en esta turística localidad de las Rías Baixas, en muchas cafeterías y restaurantes empezaba a haber movimiento. Algún empresario apuraba para renovar las banderas -gallega, española, de la Unión Europea- ante su negocio hotelero. En una de las playas las máquinas movían arena para prepararla para la época de calor, obreros trabajaban en la renovación de una céntrica plaza y operarios dejaban impecable una señal de tráfico en el acceso al náutico. La referencia a la llegada de Juan Carlos I se colaba en las conversaciones casuales. Los trabajadores del Mesón O Parque citaban la visita con el local recién abierto y algún proveedor anotando el pedido. Pero cuando la pregunta es qué les parece, la respuesta, que se repite en otros locales, es “bien”. Su presencia facilita que Sanxenxo se haga conocido, si es que puede serlo mucho más.
Un paseo a estas alturas de año deja claro lo que significa en esta localidad el turismo: de numerosas ventanas cuelgan carteles de “se alquila” y a ambos lados de la carretera entre el centro de Sanxenxo y la casa en la que se queda el rey emérito se suceden los establecimientos hoteleros. En una tienda de ropa para niños frente a la playa de Silgar, Elisabeth García insiste en la clemencia social con la que los vecinos reciben a Juan Carlos I. “Nos da publicidad. A nosotras en la tienda no nos afecta, pero la gente consume en la hostelería y eso entra en el círculo económico”, dice. No hay, ni en esta ni en otras conversaciones, menciones ni a los escándalos que se han conocido en torno a la figura del monarca ni a la cuenta que aún tiene pendiente con la justicia británica por la demanda por acoso que presentó su examante Corinna Larsen.