El legado oculto de Enrique X. Macías, el compositor de vanguardia que marcó a varios músicos de la Movida viguesa

Alfonso Pato

7 de marzo de 2022 22:56 h

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Pionero de la música electroacústica, aquella que incorpora la electrónica a la clásica, Enrique X. Macías es un tesoro oculto de la cultura gallega. Tan oculto que, 27 después de su muerte, el también músico e investigador Roberto Oliveira trabaja en Lisboa en la catalogación de un hallazgo: 74 bobinas de magnetófono con material inédito del compositor. Nacido en Vigo en 1958, amigo de músicos como Julián Hernández, al que pagó su primer salario como intérprete, o de Antón Reixa, Macías influyó en ambos al darles a conocer las vanguardias europeas. Estrecho colaborador del Grupo Poético Rompente –del que formaba parte Reixa– y de los pintores Menchu Lamas y Antón Patiño, Enrique X. Macías conmocionó a su generación cuando se quitó la vida en 1995. Tenía solamente 37 años.

A pesar de su muerte prematura, dejó un amplio legado. Viajero incansable, pasó por numerosas ciudades. Sus creaciones están registradas en grandes emisoras como Radio Nacional de España, la Rai italiana, Radio France, u otras de Helsinki, Cracovia, Londres o París. “Macías es un pionero, el primer compositor en Galicia, a mediados de los años 70, que crea la primera obra electroacústica, que introduce el sonido eléctrico en la composición musical”, explica desde Lisboa Roberto Oliveira, donde prepara la tesis de doctorado sobre este autor, que presentará en la Universidad de Santiago de Compostela. En medio de su investigación descubrió en Lisboa las 74 bobinas de magnetófono inéditas.

“La familia me puso sobre la pista, pero aún desconocemos todo lo que podrán contener”, comenta este estudioso y músico formado en Holanda y percusionista en grandes formaciones como la Orquesta Nacional de Irlanda. Ahora está trabajando en la digitalización de este material en la Universidade Nova de Lisboa. Las bobinas habían permanecido custodiadas durante más de tres décadas en Lisboa por el músico Miguel Azguime, director del Centro de Investigación e Información de la Música Portuguesa.

En el repertorio de Macías hay catalogadas unas 15 obras, pero se cree que podrían existir muchas más, debido frenética actividad. “Se movía constantemente, estaba en contacto con toda la vanguardia musical europea del momento. Viajaba, componía y escribía mucho, tanto llegaba una carta suya desde París como de Helsinki”, recuerda su amigo Julián Hernández, líder de Siniestro Total, que todavía conserva alguna de estas cartas. En los encuentros que organizaban las Xuventudes Musicais en Vigo, Macías era el responsable de contactar con compositores, discográficas o emisoras y conseguía bobinas de toda Europa, en un contexto de grandes limitaciones técnicas. “No era nada fácil, él gestionaba el envío de aquellas viejas bobinas, las escuchábamos y se devolvían”, explica Julián Hernández sobre aquellos tiempos analógicos a finales de los 70, antes de montar su grupo Siniestro Total en 1982.

La entrada a Stockhausen, Nono o Xenakis

Allí accedían a la obra de grandes nombres de la vanguardia europea que desde mediados del siglo XX provocaron una ruptura total con el lenguaje musical establecido. Non eran ajenos para Julián Hernández o para Antón Reixa autores como Karlheinz Stockhausen, Luciano Berio, Pierre Boulez, Luigi Nono o Iannis Xenakis. Macías trató personalmente a algunos como Nono, mantuvo correspondencia con otros como Xenakis e incluso frecuentó en Madrid, acompañado de Julián Hernández, a creadores españoles de referencia como Luis de Pablo o Llorenç Barber. Pero su relación más estrecha era con el portugués Jorge Peixinho, discípulo directo de Stockhausen y padre de la música contemporánea en Portugal, la segunda casa de Macías.

“Peixinho venía mucho por Vigo y tratábamos con él. Era un gran pianista e influenció mucho a Macías ”, recuerda Antón Reixa sobre este músico portugués. El que sería cantante de Os Resentidos reconoce que su primer encuentro con Macías sucedió de forma singular. “Un día llamó a la puerta de mi casa y me preguntó si en Rompente nos sobraban casetes vírgenes para grabar”, rememora el cantante y escritor sobre este primer encuentro. A partir de aquí colaboró en varias performances de este colectivo poético.

En aquella sociedad recién salida del túnel oscuro del franquismo, las performances y la música experimental eran conceptos incomprendidos y territorios casi inexplorados. “Era un mundo muy sofisticado en el que nos empapamos de elementos de collage o de procesos de repetición. Mis fundamentos estéticos como creador tienen su origen en lo que aprendí en ese momento”, reflexiona Antón Reixa más de cuatro décadas después.

Hacer música contemporánea culta, en un mundo en el que la música clásica se asociaba más con autores como Vivaldi o Beethoven, era un ejercicio de cierta osadía. “Nos ponían a parir en todas partes, tanto haciendo peformance poética como música experimental, pero Enrique era insistente, no se desmoralizaba”, explica Antón Reixa sobre aquellas actuaciones en auditorios prácticamente vacíos. “Éramos unos fundamentalistas, pensábamos que lo que no era vanguardia era despreciable, casposo o retrógado, y nos daba igual que hubiese una docena de personas viéndolo”, reflexiona Julián Hernández.

Ambos recuerdan que hubo una persona receptiva a las demandas de Macías, el compositor Rogelio Groba, con el que había estudiado música. Aunque venía de una escuela más clásica, Groba accedió a estrenar una obra de Macías con la Banda de A Coruña que dirigía. “Acabó la interpretación y los músicos se miraban y se encogían de hombros, desconcertados, como diciendo esta música es así, qué le vamos a hacer”, rememora con gracia Julian Hernández, sobre una época en la que considera que los músicos eran “menos receptivos que ahora, que están muy bien formados”. El que después sería líder de Siniestro Total tampoco olvida que fue Enrique X. Macías el que por primera vez le ofreció un contrato como músico. “Fue el primer salario de mi vida, tocando una pieza con una institución como Jorge Peixinho”, rememora Hernández, que prepara el que será concierto de despedida de Siniestro Total.

La obra con la que Julián Hernández debutó como músico no puede recuperarse en ningún lugar, porque Macías la retiró de su catálogo, como muchas de sus creaciones de los primeros años. “No sabemos cuánto pudo componer porque hay obras que destruyó, de las que solo constan reseñas escritas”, explica el investigador Roberto Oliveira sobre esta decisión implacable con sus primeras creaciones . “Incluso compró el stock entero de una obra ya publicada, para que no quedase rastro de ella”, dice este músico que proseguirá su investigación hasta el mes de abril en la Universidade Nova de Lisboa.

Macías procedía de una familia sin tradición musical, era un autodidacta sin estudios académicos reglados, pero lo suplía con una formación continuada y una curiosidad insaciable. “Accedió a los grandes núcleos europeos donde se generaban las corrientes”, detalla Roberto Oliveira, que sostiene que fue determinante el paso de Macías por los cursos de formación en Darmstadt en Alemania, epicentro de la vanguardia musical. Cuando falleció en 1995, con 37 años, Macías estaba comenzando a alcanzar la madurez creativa, con obras como Exequias, estrenada por la Orquesta Sinfónica de Galicia en 1994, o Itinerario de luz, que se estrena en el CGAC de Santiago un año después. Todas son obras tan sofisticadas como inquietantes. “Su obra póstuma, Clamores y alegorías, estrenada en el Festival Internacional de Canarias, es una gran composición y creo que tuvimos la mala suerte de perder al Macías genuino, sin saber cuál sería su techo”, lamenta Roberto Oliveira.

Enrique X. Macías decide poner punto final a su vida un día de otoño de 1995. Parece que, entre otros motivos, el fallecimiento reciente de su maestro y amigo Jorge Peixinho le había afectado profundamente. Julián Hernández se lo había encontrado unas semanas antes. “Me habló de un magnetófono que yo tenía y quedamos en vernos en unos días, pero nunca más pude verlo y quedé conmocionado por su muerte”, recuerda con tristeza Hernández, a la vez que rememora un hecho curioso. “Después soñé que nos encontrábamos. Yo le decía, Macías, menos mal que te encuentro que no pude despedirme de ti, y aquello fue como un alivio”, concluye Hernández con el recuerdo del amigo con el que asistía a las primeras audiciones de Stockhausen en las Xuventudes Musicais de Vigo y que, un día, le ofreció un contrato como músico por primera vez.