Margarita Ledo, cineasta: “Todo, sea cine, feminismo o conocimiento, muere con la extrema derecha”
Margarita Ledo acaba de enterarse de que la Academia Galega do Audiovisual le va a entregar en la próxima gala de los Mestre Mateo, los reconocimientos más relevantes en el sector en Galicia, el Premio de Honor Fernando Rey en reconocimiento a su trayectoria y sus primeras reflexiones son en plural y sobre trabajos colectivos. Sobre los cuatro documentales y películas que firma como directora destaca que los une la intención de levantar un velo que durante la dictadura y en los años posteriores cubrió muchos aspectos relacionados con la represión, pero no solo la política, sino la económica, la ejercida por la Iglesia católica y la machista. Ese es el nexo entre la historia de una veintena de militantes antifascistas que abordaron un trasatlántico para poner el foco en lo que pasaba en la España de Franco y el Portugal de Salazar -Santa Liberdade (2004)-, el relato sobre el comunista Líster -Liste, pronunciado Líster (2007)-, las realidades de las muchas mujeres gallegas que se fueron a la emigración -A cicatriz branca (2012)- y la lucha por sus derechos de las empleadas de la fábrica Pontesa en los 90 -Nación (2020)-.
La premiada, que es también investigadora, escritora, periodista y docente, cree que se está dando un giro en los productos audiovisuales en la actualidad y que ha llegado la perspectiva femenina y feminista a las formas de contar. Pero pide proporcionar cuidados a este cambio para que no se “anquilose”. Considera que sigue faltando la narración del papel de la mujer en ámbitos políticos fuera de las instituciones, como la lucha por los derechos. Y observa el ascenso de la extrema derecha como como “el gran tema”. Entre 1974 y 1976 estuvo exiliada en Portugal debido a su militancia en la Unión do Povo Galego (UPG). Todo lo que contiene esta conversación, dice, “muere” si no se frena a las fuerzas de la ultraderecha.
¿Qué significa este premio para usted?
Los premios, aunque a veces no lo expresamos, siempre te dan una cierta desazón. Esa incertidumbre de por qué soy yo o si no hay personas que lo merezcan más. Hay una especie de deber sobre aquellas fuentes o personas que te influyeron. Supongo que el premio a mí en particular es por los filmes, por un tipo de obra en la que intento armonizar actitud, mi opinión y posición y la propia obra.
Mis filmes tienen que ver siempre con todo lo que se veló y no llegamos a saber en su momento, en el presente histórico. Mi primer filme, Santa Liberdade, sale en 2003 recuperando un hecho del exilio, que tiene que ver con la memoria. Después hice lo que sería la Guerra Civil, a través de Líster, y sobre todo de lo que fue en Galicia, en donde no hubo frente de guerra, simplemente hubo una represión total. Después viene la primera ficción que hago, A cicatriz branca, en Argentina, que está ligada a una perspectiva de género muy directa, que son las mujeres que emigran solas, en servidumbre total.
Y en esa perspectiva llega Nación, en la que hay otro aspecto velado, que es la época de las mujeres que luchan y que se enfrentan no solo a condiciones de injusticia en las relaciones laborales y reclaman derechos como el de manifestación y juntarse, sino que se enfrentan al poder y se recuperan como personas enteras. Creo que ahí es donde está también el reconocimiento más personal, porque es una toma de posición. No es ningún mérito especial, no podía ser de otra forma en mi caso.
Los temas de sus obras son aparentemente dispares. ¿Es ese velo del que habla el hilo conductor? También hay un avance hacia la voz de la mujer.
Así es. Las tres primeras obras son como una trilogía del siglo. En Nación me interesaba algo que fue muy impedido de manera muy sutil por el patriarcado, que era que las mujeres se juntasen. Únicamente te juntabas para la catequesis, para cuidar el alma. Cuando se empiezan a juntar ellas en el trabajo -por eso eran importantísimas las fábricas y lugares de gran producción- empiezan a organizarse y a hablar entre ellas y a tener el sentido del derecho a la fiesta y a las vacaciones y a tomarse unos gintonics. Me interesaba mucho esta transformación. Pero también me interesaba que quedase una marca de la represión sexista en todos los momentos.
¿Estaba esa represión poco narrada desde el punto de vista femenino? ¿Narrarla es una forma de apropiarse de ella y de tomar conciencia?
El proceso es ese. Hay algo oscuro que quieres atravesar. Y la represión sexista, que es la anulación total, se me puso delante. En el fondo lo que me estás preguntado es por qué se hacen películas o se hace literatura o se narran de otra manera determinadas cosas. Y es porque es uno de los modos posibles de hacerlas públicas y crear una comunidad de estima alrededor de eso. Esa comunidad es como el feminismo, que va avanzando y que no tiene que ver solo con las mujeres. Siempre empezaba las clases con una presentación en la que decía que el feminismo es una elección y una opción para toda la gente. No tiene que ver solo con las mujeres.
La narración y el modo de organizar materiales y narrarlos con determinada forma es lo que permite que aquello de lo que te apropias retorne convertido en una obra. Algunas veces lo consigues. Lo que se llama female gaze, la mirada en femenino, se enfrenta a la male gaze, con personajes mujeres para ser vistas. Le damos la vuelta: no son para ser vistas, son personajes que hablan desde su propio cuerpo y su modo de ver las cosas, desde la relación entre ellas. Y traen una propuesta distinta para la sociedad que, desde mi punto de vista, mejoraría esta catástrofe en la que estamos inmersos.
¿Falta la narración de la mujer protagonista en ámbitos políticos no institucionales, como la lucha obrera, muy vinculada al imaginario masculino?
Completamente. Existe en estas películas más marginales experiencias de contar cosas de proximidad. Pero de lo que es la gran épica de conquista de derechos y de denuncia, de sacar la gran corrupción que hubo con el desbarajuste muy pensado del neoliberalismo... todo eso está sin relatar. Y fueron [las mujeres] partícipes en reivindicar lo que les pertenece.
Hablamos de que los grandes ámbitos de incorporación de la mujer al trabajo industrial son prolongación de aquellos que se les tenían asignados en el modo de producción doméstico: loza, textil, alimentación, conserva, en donde hay una gran explotación. La mujer trae consigo la complejidad de lo que es reivindicar algo, que no pasa solo por ese salario, sino por el respeto. Si somos ciudadanos, se tiene que trasladar a todos los ámbitos, no se puede excluir el ámbito del trabajo. Estaba oculto cuando era completamente visible: te comías una lata de sardinas y ese sector era todo femenino; te ponías una prenda de ropa y todo ese sector era femenino. Esa es otra de las cuestiones: olvidar los procesos de los que vienen las cosas y mirar solo sectores tradicionales de gran explotación que son masculinos, como minería, el naval o la construcción y olvidarte de sectores en los que la mano de obra era al 90% femenina.
Y en el sector audiovisual, ¿cómo es la presencia de la mujer ahora?
Si vamos a datos empíricos, según el último informe de CIMA (Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales), en ficción -la mujer tiene más obra documental que ficcional porque empieza siempre por los presupuestos menores y ahí está una de las brechas- las grandes ocupaciones en los oficios siguen siendo las tradicionales: vestuario, maquillaje, peluquería... Poco en guion y realización. Algo más en producción y montaje, que son labores de gran intensidad.
En el aspecto más cualitativo creo que se está produciendo un giro real, de dar la vuelta, y están apareciendo propuestas de riesgo a nivel de gran producción, para los estándares de aquí, con filmes de un millón de euros. También hay un cine de bajo presupuesto, como el mío, que es el que mantuvo y permitió esto, que permitió que ahora se confíe en que las mujeres puedan hacer un cine que tenga retornos económicos y, si puede ser, culturales. Este mismo giro implica que las mujeres son mucho más conscientes de lo que quieren y pueden hacer. Es un momento interesante en este giro, pero estos giros hay que mantenerlos rodando o se pueden anquilosar.
Es un momento de gran expectativa que vale la pena cuidar. Esto es lo que dicen siempre los expertos: estas pequeñas cinematografías y las cinematografías diferentes no se mantienen sin políticas específicas. Hay que cuidarlas desde el sector institucional, desde la formación y los sectores profesionales y desde la crítica y el pensamiento sobre el cine. Cuando digo cuidarlas no es protegerlas, sino proporcionarles espacios. Hasta hace poco entraba una mujer en un despacho de un banco, por ejemplo, para pedir una inversión para su película y era de coña la reacción. Lo digo por propia experiencia, que acababas diciendo 'no vuelvo a entrar aquí. Me quito los zapatos de tacón y se los dejo encima de la mesa'. Era entretenerlas hasta el infinito. Eso desapareció, pero por la propia consciencia de las mujeres para no equivocarse sobre a qué puerta llamar.
Con la tendencia a un cine más rápido, ¿cree que se entienden bien propuestas como la suya, más pausada?
La propuesta pausada la defendí siempre en todo. En el cine hay películas, incluso de autor, con construcción muy rápida, con determinada intención, y otras que van a un lenguaje más pausado. Es el tempo, forma parte de la propia obra y tiene mucho que ver con la temática y con el lenguaje y con cómo consideres la figura de la espectadora. Yo creo que la organicidad de la persona es lenta. Cuando comes algo que te gusta no lo engulles; cuando tienes que comer por supervivencia te agarras a cualquier cosa. Creo que en el cine es lo mismo. Y muchas veces viene del propio material, que te exige su forma. Sobre todo los temas más complejos y con más dureza, en el sentido de que es difícil comprender por qué se hacen esas cosas, necesitan lentitud.
¿Cómo vive una mujer militante como usted, activa ya contra el franquismo, el ascenso de la extrema derecha?
Lo vivo como el gran tema a resolver. Me parece que es el tema central. Todo lo que hablamos, sea de cine, de feminismo, de conocimiento, de relación de unas personas con otras, muere si pensamos en la extrema derecha. Es patriarcado absoluto, racismo absoluto, negación absoluta de todo lo que tiene que ver con la diversidad. Muere la democracia. Es el gran tema. Y es un tema que creo que está muy mal solucionado de momento en toda Europa. Mientras en otras coordenadas geopolíticas hay avances, Europa tiene que repensarse de una manera radical. No se está entrando en lo que eran síntomas visibles -manifestaciones, agresiones, cantar el Cara al sol- y me parece realmente uno de los temas. Es que, si no, estamos llamadas a la desaparición, pero a la desaparición de todo lo que hablamos. Pasó en otros momentos de la historia.
En Portugal ya entró Chega! Decíamos que, como Portugal tuvo una revolución, no iba a pasar esto. Aquí la Transición fue absolutamente macabra: 'todos somos buenos, aquí no hubo pasado', la ley de memoria histórica tarda 30 ó 40 años y no pasa nada... El velo. Ese velo encubría esto que ya estaba ahí. ¿Pero por qué se encubre? ¿No se veía?
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