Francisco Vázquez Vizoso es jefe del Servicio de Medicina Preventiva del Complejo Hospitalario de Pontevedra (CHOP) y también un activo defensor de la sanidad pública por múltiplas vías, como el sindicato CIG-Saúde o la plataforma SOS Sanidade Pública, entre otros ámbitos. Ante el revuelo creado por el caso de difteria de un niño de 6 años en la localidad catalana de Olot que no había sido vacunado, Vizoso apela al “debate científico”. Desde una postura crítica con la gran industria farmacéutica y partiendo de la base de que “la presión de los laboratorios es muy fuerte” el doctor subraya que el “consenso científico” sobre la “necesidad de vacunar” contra diversas enfermedades es “absoluto”. [Entrevista realizada originalmente en gallego]
En estos días ha credido el ruido mediático alrededor de las vacunas por mor de la difteria contraída por un niño en Catalunya. ¿Cómo valora el tratamiento de este asunto?
El tratamiento mediático que yo percibo es de una gran alarma con lo sucedido. Y está plenamente justificada. Puede haber aspectos controvertidos sobre las vacunas, pero lo que no puede estar en absoluto cuestionado es la necesidad de vacunar contra enfermedades como el tétanos, la difteria, el sarampión, la tosferina... Hay una serie de vacunas en el que el consenso científico sobre su necesidad es absoluto. Se puede ser muy crítico sobre muchas cosas, pero no vacunar contra esas enfermedades denominadas sistémicas no tiene ningún sentido científicamente. Las vacunas no son panaceas, presentan problemas. Por ejemplo, la vacuna de la difteria tiene un componente de difteria bastante imperfecto y aspectos poco claros, y no confiere inmunidad a largo plazo. Y la presión de los laboratorios es muy fuerte. Pero quien se opone a vacunas en torno a las que todo está absolutamente claro tiene un prejuicio que no se sostiene con datos científicos.
¿Cómo interpreta que no vacunar a las niñas y niños llegue a ser presentado como progresista?
Estamos en un mundo donde la desconfianza con los poderes constitutídos es muy amplia y tiene un componente que tiene razón de ser. Pero muchas veces se traslada a un simplismo analítico movido por la fe. La mayor parte de los movimientos antivacunas solo tienen fe en ellos y son refractarios al debate científico, que es lo que debería hacerse en el campo de las vacunas. Hay muchos aspectos en las vacunas que distan de estar claros y los intereses creados son muy importantes, incluso habría que darles una vuelta a vacunas que se usan masivamente. Otra cosa es el simplismo analítico, el confundir la fe con la información. Hay un sector de la población que tiene fe en todo lo que tenga la etiqueta de natural, y la fe por sí misma es difícilmente compatible con el debate científico.
¿Qué papel debe jugar la sanidad pública como agente concienciador en este ámbito?
Debería tener un papel activo de difusión de la información y no estaría de más que diferenciara entre aquellas vacunas cuya administración es imprescindible y aquellas que pueden ser objeto de debate. Esto no es muy difícil. Debería proteger el debate científico en estos temas más ampliamente de lo que lo hace y prestar mayor facilidad a un debate que está absolutamente mediatizado por la industria y que no afecta al núcleo de la cuestión. El problema de Olot está fuera del debate científico.
Los foros de debate sobre vacunación son financiados por la propia industria, y eso es un problema enorme. Los organismos científicos que debaten sobre vacunas están financiados por las grandes empresas farmacéuticas y es dificilísimo tener un debate serio sin apoyo de la industria, porque consume recursos. Los congresos médicos son caros porque los paga la industra y los paga la industria porque son caros. La única manera de romper con eso es que los poderes públicos tengan claro que eso no se puede permitir y que tienen que impulsar el conocimiento científico. Que tengan claro, por ejemplo, que los grandes laboratorios no fabrican determinadas vacunas porque no les sale a cuenta. Durante muchísimos años existían laboratorios de ejércitos que producían fármacos de enorme calidad. Es un tema complejo, cierto, pero las vacunas fundamentales están fuera de las patentes. Lo que hace falta son gobiernos que realmente, sin hacerle la guerra a nadie, tengan claro la necesidad de tomar decisiones que no son simpáticas para las farmacéuticas
¿Tendrían los Estados, entonces, que avalar con claridad determinadas vacunas?
Los estados avalan una serie de vacunas. De hecho, los calendarios infantiles están avalados por los gobiernos. Ahora, la credibilidad y autonomía de ese debate sobre los intereses de las grandes farmacéuticas es, al menos, discutible. En Galicia existe, por ejemplo, un comité asesor en vacunas del que yo he sido miembro. Y los debates serios en ese foro eran, como mínimo, pequeños. La presión de las grandes compañías es enorme y, sobre todo en situaciones problemáticas, es complicado conseguir vacunas.
¿Deberían estar precavidos los responsables de la sanidad pública ante la posible incursión de este tipo de creencias o pseudociencias en el ámbito médico?
Hay profesionales de la sanidad pública que defienden abiertamente ese tipo de posiciones. Son pocos, pero los hay. Y contribuyen a esa filosofía de las ventajas de lo natural porque lo es y punto. Esto tiene mucho que ver con la debilidad de la formación sobre el método científico de los propios profesionales sanitarios. Los médicos, en contra de lo que muchas veces se dice, no somos científicos de profesión. No dominamos el método científico, y si tenemos mayor conocimiento sobre él es adquirido fuera del ámbito académico inicial. Nos enseñan ciencia: anatomía, fisiología, farmacología... pero no hacemos ciencia
Se mezcla la cuestión de las vacunas con la de la industria y también con los posibles efectos adversos. ¿Es necesaria más claridad, también en este sentido?
No hay medicamentos que no tengan potenciales efectos secundarios. La cuestión es que haría falta mucha más información científica fácilmente accesible sobre efectos adversos. En los Estados Unidos, por ejemplo, existe una oficina de información estadística accesible al público sobre efectos adversos declarados. Hay que tener mucho cuidado: que me atropelle un coche después de tomar un café no quiere decir que la causa del atropello sea el café. Que yo esté mal después de ponerme una vacuna no indica que fuese necesario que me hubiesen puesto la vacuna para ponerme mal. Es necesario, pero no suficiente. Son cosas diferentes.
No obstante, esos efectos adversos son empleados como argumento contra la vacunación...
Los argumentos de los llamados movimientos antivacunas están basados exclusivamente en la fe. Yo creo poco en el debate con este tipo de organizaciones, porque creo en el debate a partir del pensamiento científico, y ahí es evidente que no todas las cosas son como nos las cuentan con vacunas como, por ejemplo, la de la gripe o la del papiloma humano. A lo mejor ahí sí que habría que dar el debate.
No obstante, en determinados foros sí que se sitúan las posiciones antivacunas en pie de igualdad con las posiciones científicas...
Hay una ola de pensamiento irracional en el mundo occidental que hace, por ejemplo, que la homeopatía, que es una falacia que no se soporta y que no tiene ninguna base científica, tenga millones de seguidores. Aunque todas las revisiones científicas muestran su falta de eficacia y la falta absoluta de argumentación científica. Pero cuando alguien está mal y no se cura, la fe tampoco es mal recurso. Y muchas veces el querer curarse y tener un terapeuta con esperanzas contribuye a la curación. El efecto placebo es poderosísimo.