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Daniel Salgado

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La historia de cómo la Casa Cornide, en el corazón de la ciudad vieja de A Coruña, llegó a manos de los Franco es una historia de fuerzas vivas. Por ella desfilan grandes empresarios crecidos al abrigo de la dictadura, alcaldes entregados a la apología del régimen, altos cargos de la versión ibérica del fascismo, la familia del dictador. Y un elemento fundamental de aquella época: la confusión entre lo público (del Estado) y lo privado (de los Franco). Un equipo de investigadores, coordinado por el historiador Emilio Grandío, ha desentrañado el intrincado proceso en un informe para el Ayuntamiento de A Coruña -gobernado por el PSdeG-, que pretende recuperar su titularidad pública.

La Casa Cornide es una magnifíca construcción del siglo XVIII, inspirada en los palacios franceses de la época, de aire barroco y con una fachada de casi 21 metros de frente. Ocupa 1.430 metros cuadrados. La diseñó el ingeniero militar Francisco Llobet. Ubicada frente a la portada románica de la Colegiata de Santa María do Campo, su nombre procede de la estirpe que alumbró a uno de los más insignes ilustrados gallegos, José Cornide. “Este edificio es, según los especialistas, de una gran singularidad”, señala a elDiario.es Emilio Grandío, “todo un símbolo a nivel de espacio urbano”. Y ese espacio urbano es también singular, la Plaza de la Colexiata, quizás el ombligo del discreto pero hermoso casco antiguo de A Coruña.

Los dos siglos y medio de existencia del edificio han sido agitados. Durante las invasiones napoleónicas albergó al propio ayuntamiento. Después sirvió de sede para la Comandancia de Ingenieros e incluso funcionó, ya en el XX, como Centro Jaimista, es decir, local social de los partidarios del carlismo bajo mando de Jaime de Borbón y Borbón-Palma. Varias sociedades culturales de “orientación católica” pasaron por sus dependencias. A partir de 1927 y hasta el final de la Guerra Civil acogió el Centro Cultural Santo Tomás de Aquino, donde entre otras actividades se proyectaban películas. Aquel Cine de los Tomasinos, como fue popularmente conocido en la ciudad, precedió a las gestiones municipales para retomar el inmueble y organizar allí un conservatorio de música y declamación.

Casi en desuso durante la posguerra, Emilio Grandío habla de “cierta decrepitud” de la Casa Cornide. A finales de la década de los 40 lo adquiere la Dirección General de Bellas Artes, integrada en el Ministerio de Educación Nacional de la dictadura. Eran los años de los vencedores. La consolidación del régimen se apoyaba en la represión de los demócratas, la humillación de los republicanos, los fusilamientos. Los Franco, familia de Estado, se paseaban por el Pazo de Meirás, en Sada (A Coruña). De esta propiedad se habían incautado en 1938 a través de una comisión de adeptos que la habían comprado para regalársela. Y en esa comisión fichaba justamente uno de los actores principales del asunto Cornide, Alfonso Molina, alcalde de A Coruña entre 1947 y 1958.

Fue Molina quien en la década de los 50 comenzó a maniobrar, junto a otras fuerzas vivas de la ciudad, para “atraer a los Franco a A Coruña”. “Venían al Pazo de Meirás si venía Franco. Pero el dictador solo lo hacía en vacaciones”, explica Grandío, “su mujer, Carmen Polo, asturiana, tiraba también para Galicia. Pero si venía sola, se alojaba en el Hotel Embajador, en el centro de A Coruña, hoy desaparecido”. Al primer edil y sus compinches aquello no les parecía de recibo, así que se dispusieron a solucionarlo. De las necesidades del municipio desparece entonces el conservatorio musical que iba a alojarse en la Casa Cornide. Y esta se convierte en objeto de deseo de Alfonso Molina y compañía para que Polo recale más a menudo en A Coruña. Pero el expolio no lo culmina Molina, que muere repentinamente en Brasil en 1958. Será un logro de su sucesor, otro regidor obsequioso, Sergio Peñamaría de Llano.

“El perfil de Peñamaría de Llano era más tecnócrata. Son ya los años 60”, relata el historiador, “el nuevo alcalde se encuentra con el proceso en marcha y decide terminarlo”. La corporación de Molina había negociado con la Dirección General de Patrimonio una permuta de la Casa Cornide por un terreno en la zona de San Roque de Fóra. En marzo de 1962, Patrimonio la acepta, y el edifico de la ciudad vieja se convierte en bien municipal. Tres o cautro meses después, el pleno de la corporación aprueba su subasta pública. La gana, en agosto de 1962, Pedro Barrié de la Maza, empresario, financiero, conde de Fenosa y otro de los activistas de la comisión del Pazo de Meirás. La adquisición del palacete le salió por 305.000 pesetas de la época. Apenas tres días después, se lo vende a una amiga: Carmen Polo, esposa de Franco. El precio? Una ganga, 25.000 pesetas de la época. En apenas unas jornadas del soleado agosto del 62, el inmueble se había depreciado 13 veces.

La Casa Cornide pasó así a propiedad de los Franco. Igual que en 1938 el Pazo de Meirás, o que apenas unos años más tarde las dos estatuas del Mestre Mateo que decoraban Meirás y que el Ayuntamiento de Santiago de Compostela reclamó judicialmente sin éxito. Ni Polo, ni mucho menos Franco, frecuentaron el palacete, por lo menos en vida del dictador. Eso no impidió que, como han desvelado los autores del informe -pertenecientes precisamente al Instituto de Estudos Coruñeses José Cornide-, el consistorio de A Coruña pagase entre 1962 y 1976 obras para adecentar el lugar y sus servicios, pese a que este era ya privado. “Es un ejemplo paradigmático de la confusión entre lo público y lo privado en la dictadura”, considera Emilio Grandío, “esa cultura está en el núcleo del régimen”.

La relación de los Franco con la Casa Cornide cambió una vez muerto el dictador. “Tal vez a Polo le recordaba su Vetusta natal [por Oviedo], pero lo cierto es que empieza a recibir gente allí. Pasa temporadas con sus hermanas o con su hija, y su relación con la ciudad es más directa”, cuenta Grandío. La viuda de Franco muere en 1988, y la Casa Cornide queda dentro del inmenso patrimonio amasado por la familia durante la dictadura. “Se trata de un bien público que se convierte en privado con la convergencia de muchas administraciones”, resume el historiador, “en un proceso que dura unos cinco años, de 1957 a 1962, y en el que los plazos burocráticos son siempre acelerados al máximo”. Los Franco acaban de ponerla a la venta, justo cuando la titularidad del Pazo de Meirás se encuentra en medio de una discusión judicial. “En 40 años no ha habido una ocasión como está para que este patrimonio revierta en lo público”, concluye Emilio Grandío.

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