Debajo de la narrativas heroicas, los monumentos y las versiones oficiales se esconde la realidad. No suelen coincidir. Tampoco en el franquismo. Mientras el edificio de la dictadura se construía con, entre otros materiales, el homenaje a los ex combatientes, buena parte de estos solo querían pasar página. Habían sido reclutados a la fuerza a partir del 36 y, en muchos casos, no compartían principios políticos ni, por descontado, ganas de ir a ninguna guerra. Estas son las conclusiones a las que ha llegado el historiador Francisco Leira Castiñeira en su libro Soldados de Franco (Siglo XXI, 2020).
Subtitulada Reclutamiento forzoso, experiencia de guerra y desmovilización militar, la obra es el resultado de su tesis doctoral, premiada y alabada por colegas como Justo Beramendi o Xosé Manoel Núñez Seixas, ambos premios Nacionales. Esta semana llega a las librerías. “Nadie había estudiado este colectivo antes, al contrario de lo que sucede en otros lugares de Europa o en estudios clásicos como Soldados del Tercer Reich, de Sönke Neitzel y Harald Welzer, o El ejército de Hitler, de Omer Bartov”, explica Leira, “además, soy gallego, y aquí no hubo frente de guerra. Había que estudiar qué había sucedido”.
Más de 105 entrevistas -30 realizadas por él y las otras escuchadas en repositorios de memoria histórica- y un minucioso y profundo trabajo en archivos, hallazgos colaterales sobre Gernika incluidos, lo condujeron a una imagen del ejército sublevado alejada de “simplificaciones”. “El ejército franquista era toda la sociedad de los años 30”, afirma, “mucho más diversa y plural de lo que reflejan muchos estudios”. Incluso en las milicias falangistas formaban muchos alistados para evitar represalias, no solo aquellos que se identificaban politicamente con la versión ibérica del fascismo. “Pero sobre todo eran hombres recultados a la fuerza bajo amenaza de persecución o muerte. A menudo republicanos, anarquistas, comunistas”, señala, “otros no tenían adscripción política, pero no querían ir a la guerra”.
Una anécdota personal fue la que conmovió a Leira Castiñeira y cambió su visión del asunto. “Tenía un vecino que había hecho la guerra en el bando franquista. Yo sabía que además veía Interconomía y El gato al agua [canal de televisión ultraderechista y su programa más emblemático]. Entendía que era una persona muy de derechas”, cuenta, “y fui a hablar con él para mi investigación. Le pregunté por la contienda y el señaló su ojo ciego y dijo 'esto es lo que a mí me dio Franco”. Fue un punto de inflexión. A partir de ahí, sus pesquisas se dirigieron a la complejidad de lo que había sucedido. “La violencia existe dentro de la sociedad”, señala, “y hay gente que se siente cómoda dentro de la violencia. Pero, para la gran mayoría, la guerra no es heroica”. Las conversaciones con ex combatientes le confirmaron que si existía un patrón común era ese: “A nadie le gusta matar”.
Alrededor del 80% de la tropa franquista en la 8º región militar, la que comprendía Galicia, fue reclutada. El territorio había caído en manos del golpismo. Leira Castiñeira define a esos soldados a la fuerza por analogía con la sociedad de la que procedían: “A la guerra va toda la sociedad de los años 30. Era diversa, rural y urbana, y estaba informada del momento en que vivían”. El levantamiento militar, cuya cabeza reaccionaria conformaban mandos del ejército regular español, se apoyó en el pueblo forzado. El historiador ha ido recogiendo pruebas de lo que esto supuso.
“He detectado algunas formas de resistencia del débil. Muchos de estos soldados no disparaban en el frente. O buscaban la manera de evitar el campo de batalla”, relata. Señala, además, una “cuestión teórica” que corrobora esos hallazgos: “Era gente que había vivido la dictadura de Primo de Rivera, después la República, habían visto la represión a partir de julio del 36... Una guerra no puede cambiar totalmente una ideología ni una identidad. Ni siquiera en un contexto de extrema violencia como el frente”. Los actos de indisciplina eran frecuentes, hasta el más radical, la deserción. “El 80% de la tropa es izquierdista, pero no pueden hacer manifestación alguna porque son fusilados”, afirmaba un desertor huido al campo republicano. Había incluso quien se cortaba un dedo para que lo trasladasen lejos de la primera línea.
Pero la guerra terminó, y con su final se impuso un nuevo orden, el de los vencedores. Este decoró calles y plazas con estatuas y placas de reconocimiento a unos soldados que, en no poca medida, eran desafectos. “Ni siquiera con la democracia se puso en duda la consideración oficial franquista. No se profundizó en esta complejidad”, sostiene el autor de Soldados de Franco. En su trabajo de campo, Leira Castiñeira comprobó la “memoria traumática” que habitaba en los reclutas del fascismo, “y después el silencio”. “Muchos intentaron usar su estatus de ex combatientes para soportar mejor los años del hambre”, dice, “pero los puestos más importantes en el régimen solo iban para los fieles, gente de mucha confianza”.
Otros, la mayoría, “se adaptaron al contexto. Non estaban a favor del régimen, pero si podían vivir bien, mejor. Pensaban que con el final de la guerra se acababa la violencia”. No fue exactamente así. Los 40 años de paz que quedaban por delante no eran de paz. Fueron de sometimiento.