2020: el año en el que Feijóo se midió con Fraga mientras los ciudadanos le ganaban una batalla al franquismo

2020 fue el año en que Alberto Núñez Feijóo obtuvo su cuarta mayoría absoluta consecutiva. Con 42 diputados sobre 75, igualó la marca que Fraga Iribarne había logrado entre 1989 y 2005. Apoyado en una férrea hegemonía mediática, cuyo pivote se encuentra en una corporación pública de radio y televisión donde los trabajadores llevan años de protestas contra la manipulación, Feijóo revalidó su gobierno sin en ningún momento verse amenazado. Y todo ello a pesar de que su balance de gestión después de 11 años en San Caetano tampoco ofrece demasiadas luces. La doble convocatoria electoral, primero en abril y a causa de la pandemia aplazada y unilateralmente recolocada por el PP en julio, tampoco mermó sus opciones. Y una oposición fraccionada y alejada entre sí acabó de despejarle el camino.

Porque en el campo de las izquierdas y el nacionalismo sí hubo recomposición. Y en algunos aspectos, brutal. Mientras el Partido Socialista de Gonzalo Caballero fue incapaz de rentabilizar la histórica victoria de las elecciones generales de mayo de 2019 -por primera vez fue la fuerza más votada en Galicia-, los experimentos de lo que un día se llamó nueva política se desintegraron en el mismo lugar en que había surgido. Galicia en Común, la enésima mutación de las alianzas entre sectores de la izquierda nacionalista y la izquierda federal de Unidas Podemos, desapareció del Parlamento de Galicia. En cuatro años, había pasado de encabezar la oposición con En Marea a perder todos sus asientos.

La debacle la habían anticipado un año antes los resultados de las municipales, cuando las candidaturas de “unidad popular” que gobernaban A Coruña, Santiago de Compostela y Ferrol fueron desalojadas de los consistorios. Alcades socialistas se hicieron con el bastón de mando, apoyados en la investidura por lo que quedó de las mareas y por el BNG. Este no terminó de recuperar terreno, lo que sí hizo en los comicios gallegos de julio. Con Ana Pontón como líder y un discurso moderado y que a veces tiende la mano a Feijóo -sin por el momento obtener mucha respuesta-, los nacionalistas alcanzaron su mejor resultado en escaños: 19. El PSdeG, con 14 tras una campaña centrada en defender la acción del Gobierno central, continúo en la misma tercera posición en la que había estado la anterior legislatura. No tardaron en aflorar las sempiternas peleas intestinas que, tal vez con el paréntesis del liderazgo de Pérez Touriño, sacuden periódicamente a los socialistas gallegos.

Lo paradójico del paisaje político gallego es que la aparente dominación del Partido Popular no es, de descender a los detalles, tan absoluta. Socialistas y nacionalistas gobiernan seis de las siete ciudades, y en la otra -Ourense- sobrevive con tres concejales Gonzalo Pérez Jácome, de Democracia Ourensana. El ayuntamiento de mayor población bajo mando popular es Arteixo (poco más de 30.000 habitantes). Tres de las cuatro diputaciones tienen presidente del PSdeG. Y en 2019, izquierda y nacionalistas obtuvieron bastante más de la mitad de los sufragios. Y el Bloque regresó al Congreso, apoyó la investidura de Sánchez y ahora se muestra extremadamente crítico con su Gobierno. El caso es que, un año después, Feijóo los arrasó en las urnas. Y eso que no mucho tiempo atrás -tras la moción de censura que echó a Rajoy de la Moncloa- había llegado a amagar con optar a encabezar el PP. Finalmente no se atrevió, Pablo Casado sí, y se presentó de nuevo en Galicia. Pero la sombra de su interés por la política madrileña continúa proyectándose.

Omnipresente coronavirus

Cuando arrancó 2020, la actualidad informativa gallega del año iba a estar marcada por la convocatoria de elecciones autonómicas. Pero la irrupción del coronavirus lo trastocó todo. El primer caso de la nueva enfermedad en Galicia se confirmó el 4 de marzo y en diez días la Xunta había declarado la emergencia sanitaria y el Gobierno central el estado de alarma y un confinamiento que duraría semanas. Se abrió un periodo de vaivenes en las cifras, saturación en los hospitales y críticas a la gestión del Gobierno central en boca de Feijóo. No obstante, el proceder del Ejecutivo gallego también se vio ensombrecido por la mala situación en las residencias y la opacidad en las cifras de rastreadores y en la incidencia por municipios. Hubo que esperar al 21 de noviembre para poder consultar, y de forma incompleta, los casos en cada ayuntamiento.

Las cifras de contagios detectados dieron un respiro a finales de primavera y llegó a haber días a mediados de junio en los que la Xunta no comunicó ningún nuevo caso. La segunda ola empezó a manifestarse en julio y, tras casi dos meses sin muertes a causa del coronavirus, el 7 de agosto se notificó el primer fallecimiento de la nueva etapa. Poco más de un mes después, se retomó la primera actividad que se había visto paralizada con la pandemia: la de las escuelas. Los alumnos de infantil y primaria inauguraron el 10 de septiembre el curso de los grupos burbuja y las ventanas abiertas. El nuevo Gobierno gallego, con un cambio en la Consellería de Educación, decidió a última hora retrasar la vuelta en secundaria, bachillerato y FP.

La pandemia mostró su peor cara en las residencias de mayores. Se sucedieron relatos de abandono, de insuficiencia de medios y de personal y las denuncias de familias y trabajadores. Pese al balance de la primera ola, durante la que se atribuyeron a la COVID-19 un total 274 fallecimientos vinculados con geriátricos, la segunda volvió a asolar estos centros. A mediados de diciembre las muertes de esta segunda etapa de la pandemia habían superado ya las de la anterior. La Xunta intervino 11 centros de gestión privada y fueron estas instalaciones las que informaron más a menudo de los peores brotes y las peores cifras.

A punto de cerrar el año, el 27 de diciembre, las primeras dosis de la primera vacuna aprobada contra la COVID-19 llegaron a una residencia de la capital gallega. El plan en Europa, en España y en Galicia es empezar a suministrar el remedio precisamente por los centros para mayores. En Santiago inauguró la campaña una mujer de 82 años que vive en el de Porta do Camiño, Nieves Cabo, que salió tras el pinchazo a animar a todos a seguir su ejemplo. El “bicho”, dijo, ya “ha matado a mucha gente”.

Las primeras pérdidas de Inditex y la lucha en marcha de Alcoa

La paralización de la actividad desde el 14 marzo provocó un descalabro económico que no dejó sectores indemnes. El producto interior bruto (PIB) gallego cayó casi un 15% entre abril y junio y las previsiones de la Xunta son cerrar el año con un desplome de casi el 10% y una tasa de paro del 12,3%. Los efectos se extendieron a la hasta entonces inmune a crisis Inditex: desde que salió a bolsa en 2001 no había registrado pérdidas, pero en su primer trimestre fiscal del ejercicio 2020-2021 el resultado negativo fue de 409 millones. No fue necesario mucho tiempo para que el gigante textil gallego mostrase que solo fue un rasguño. Las ventas online empujaron el negocio y los beneficios regresaron en el segundo trimestre y continuaron en el tercero.

Sacudido el polvo, Inditex pronto encontró nuevos planes de futuro: las posibilidades de negocio que ofrecen las nuevas fibras de origen vegetal que esconde el monte gallego, ya explotado a bajo precio por los dos gigantes del papel: Ence y Navigator. La Xunta pidió que la compañía fundada por Amancio Ortega ofreciera ideas para poner en el anzuelo que busca los millones que Europa ha dispuesto en los fondos de recuperación post-COVID. Inditex propuso la creación de una gran fábrica de viscosa vegetal y el equipo de Feijóo compró la propuesta al instante, respaldando un proyecto que pretende producir 200.000 toneladas del nuevo oro verde que convierte árboles en camisetas. Es uno de los 108 proyectos que el Gobierno quiere que se financien con los fondos europeos para la reconstrucción. Sobre la mayor parte del resto de las propuestas no se sabe ni quién las promueve ni en qué se basan.

La crisis y la preparación de estos proyectos encuentran a una de las organizaciones que tendría que estar llevando la iniciativa, la Confederación de Empresarios de Galicia (CEG), inmersa en su enésima batalla interna y con unas nuevas elecciones convocadas el 21 de enero. No es el único conflicto que aguarda resolución en el año nuevo. Tras meses de negociaciones infructuosas y protestas de los trabajadores, el futuro de la planta de aluminio primario que Alcoa tiene en San Cibrao, en el municipio de Cervo (Lugo) está en manos del Tribunal Supremo. El expediente de regulación de empleo (ERE) que había presentado para 524 trabajadores fue anulado por la justicia gallega y la multinacional ha recurrido esa decisión.

La economía gallega ha tenido otras derivadas judiciales en 2020 y estas hunden sus raíces más atrás. La Audiencia Nacional condenó el 6 de octubre al expresidente de Pescanova Manuel Fernández de Sousa a ocho años de cárcel por manipular las cuentas de la empresa. El mismo día, otro auto señalaba a la Xunta como responsable del proceso que llevó a las cajas gallegas a la quiebra y su posterior conversión en banco, rescate y venta. En el terreno político, el Parlamento gallego ha abierto por tercera vez la comisión para investigar lo ocurrido en la fusión en Caixa Galicia y Caixanova. Antes, en febrero, la policía detuvo en Málaga a Emilio Lozoya, el que era el director de Pemex cuando Alberto Núñez Feijóo y la petrolera mexicana rubricaron un acuerdo para la construcción de varios floteles y la compra del astillero Barreras.

Los Franco, condenados a devolver Meirás 82 años después

No había terminado la Guerra Civil cuando, en 1938, el Pazo de Meirás acabó en manos de Francisco Franco por una “ofrenda-donación” tras una colecta forzosa entre ciudadanos e instituciones de A Coruña. El dictador y sus descendientes retuvieron la propiedad 82 años, durante los que fueron engrosando la magnitud del expolio con bienes y obras de arte de gran valor, entre ellas dos estatuas que formaron parte en su día del conjunto del Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago.

El primer golpe para los Franco fue la sentencia que consideraba el pazo propiedad del estado y ordenaba a los nietos del dictador devolverlo. El Gobierno pidió ejecutar provisionalmente la decisión y la jueza Marta Canales fijó una fecha para la histórica entrega de las llaves. El 10 de diciembre, tras años de movilización cívica y política, la propiedad pasó a ser pública. Los herederos se resistieron a dejar de ocupar Meirás y trataron de llevarse del inmueble los bienes que allí habían acumulado, pero una orden judicial se lo impidió.

La toma de posesión por parte del Estado abrió el siguiente capítulo en la historia del edificio que fue propiedad de la escritora Emilia Pardo Bazán. Se abrió también otro desencuentro entre la administración central y la gallega, que reclama para sí la titularidad del pazo y recurre a la figura de su antigua propietaria para proponer que sea un centro de creación artística para las mujeres y relegar a un segundo plano la presencia de los Franco. Feijóo, que en 2017 había asumido las tesis de los descendientes del dictador y había ordenado votar en contra de la devolución de Meirás, pasó este año a atribuirse el liderazgo para lograr la devolución de la propiedad.

La del pazo no es la única cuenta pendiente de las administraciones públicas con el patrimonio de los Franco. El Ayuntamiento de A Coruña ultima los trámites para reclamar judicialmente la propiedad de la Casa Cornide y va a presentar ante la Xunta los informes para pedir que sea considerada bien de interés cultural (BIC), lo que obligaría a la familia a abrirla a visitas.

La cultura gallega más allá de Galicia

O que arde, una película rodada en Os Ancares, con actores no profesionales, íntegramente en gallego, llena de silencios y dolores, el más improbable éxito de taquilla de 2019, acabó su año milagroso en 2020. Cuatro nominaciones a los Goya, de los que Benedicta Sánchez ganó el que festeja la mejor actriz revelación y Mauro Herce el de mejor fotografía, y su preselección para los Oscar así lo certificaron. La película de Oliver Laxe, premiada en Cannes, atrajo la atención hacia lo que la crítica denomina Novo Cinema Galego y que este curso ha dado otras piezas de relieve: la más experimental Lúa vermella, de Lois Patiño o el drama de ficción Ons, de Alfonso Zarauza. El documental sobre la lucha obrera de las mujeres de la fábrica Álvarez que facturó Margarita Ledo se titula Nación, y de alguna manera también ocupa lugar dentro de la etiqueta, pese a la distancia generacional entre Ledo y los demás cineastas.

El Novo Cinema Galego tiende a distanciarse de formas convencionales. Pero si algo lo caracteriza es el reconocimiento de festivales y analistas fuera de Galicia. Ese mismo salto parece haberlo dado la poesía gallega en los últimos tiempo. Antologías y traducciones lo atestiguan. Los Premios Nacionales que otorga el Ministerio de Cultura son el último síntoma: Olga Novo obtuvo el de poesía con Feliz Idade (Faktoría K, 2019), y Alba Cid el de poesía joven con Atlas (Galaxia, 2019). Pero es que el año anterior fue Pilar Pallarés la galardonada con Tempo fósil (Chan da Pólvora, 2018), en 2015 Gonzalo Hermo ganó el de poesía joven por Celebración (Apiario, 2014) y en 2013, Manuel Álvarez Torneiro el de poesía con Os ángulos da brasa (Faktoría K, 2012). Hasta entonces, nunca un libro en gallego había resultado distinguido.

En cualquier caso la joven, y no tan joven, poesía gallega, cuyos nombres más relevantes son mujeres, parece haber tomado el relevo de la narrativa que, en los años 90, colocó en el mapa estatal la literatura gallega. Libros de dos de sus más leídos representantes llegaron esta temporada a las librerías: el periodístico Zona a defender (Xerais, 2020), de Manuel Rivas, y la novela de no ficción Un señor elegante, de Suso de Toro. El año en que la Real Academia Galega había por fin decidido homenajear a Ricardo Carvalho Calero, filólogo, poeta y principal teórico del acercamiento entre gallego y portugués, acabó. La institución anunció el 21 de diciembre que no extendería los homenajes a Carvalho en 2021, en contra de lo que solicitaban algunas voces colectivas e individuales, y que la celebración será para la poeta Xela Arias, voz insular y feminista de la poesía de los 80.