ENTREVISTA | Investigador y profesor de la Universidad de Santiago

Antonio Salas, experto en genética: “El comportamiento de este coronavirus solo se puede explicar por la figura del 'supercontagiador”

Son casi las cuatro de la tarde y el doctor Antonio Salas aún no ha comido. Este profesor especializado en Genética Forense atiende una llamada más después de que los servicios de prensa de la Universidad de Santiago hayan publicado los resultados de su reciente estudio –todavía pendiente de ser revisado por otros científicos– que señala que entre un tercio y el 50% de los contagios de coronavirus se deben a la participación de 'supercontagiadores'.

“Voy a ver si lo explico para que se entienda”, afirma Salas al otro lado del teléfono. El autor de la investigación asegura que “la magia” le llevó a concluir científicamente la existencia de sujetos más proclives a transmitir el virus. Para llegar a esa conclusión, este científico analizó 5.000 genomas de la COVID-19. La casualidad, hizo el resto.

Según el estudio que acaban de presentar quedaría demostrada la figura del 'supercontagiador' como factor fundamental en la expansión del COVID-19...

No es lo que estábamos buscando. Ha sido una de esas cosas mágicas que surgen cuando estás trabajando con datos. Lo vimos y nos pareció muy interesante explorarlo.

¿Cómo llegó su equipo a la conclusión de que hay personas que propagan el coronavirus más que el resto?

Trabajamos con una secuencia de 5.000 genomas del virus, lo que supone el análisis de 150 millones de letras. Sobre ello aplicamos estrategias computacionales para reducir la información. Detectamos un comportamiento extraño de los datos y curvas con crecimientos y depresiones que no parecen previsibles. Cuando nos pusimos a ver qué estaba pasando acabamos llegando a la conclusión de que ese comportamiento solo se puede explicar mediante la figura del 'supercontagiador'.

¿Qué hace que una persona sea 'supercontagiador'?

No conocemos la causa. Hay motivos biológicos y otras razones. Se trata de sujetos que tienen unos tiempos de incubación del virus más prolongados que el resto, lo que les convierte en candidatos a propagar la enfermedad con mayor eficiencia.

Es posible que existan ciertas características de la persona para facilitar el contagio; más secreciones respiratorias, que su sudor tenga más carga viral o, incluso, la forma de hablar.

¿Puede haber un factor genético en todo esto?

Sí. Podría existir. No sabemos cuál, ni existen estudios que avalen esa sospecha.

¿Cree que los asintomáticos tienen mayor capacidad de propagar el virus?

No. Es precipitado concluir eso.

¿Proponen ustedes una vigilancia especial sobre aquellos sujetos a los que se suponga una mayor capacidad de contagiar la COVID-19?

Uno de los miedos es situar a determinadas personas como culpables de algo. Eso podría ser negativo e indeseable. Hay que evitarlo, porque no hay culpables. Nuestro interés estrictamente científico es conocer cuáles son los mecanismos moleculares que facilitan el contagio del virus.

¿Cree que si se realizan test específicos para detectar a los 'supercontagiadores' se podría coadyuvar a una mayor prevención?

Las características genéticas no son deterministas. Podríamos saber si alguien tiene propiedades para ser un 'supercontagiador', pero si esa persona es el ciudadano más prudente del mundo... La idea de los 'supercontagiadores' no es para tacharla, es para aprender.

¿Estudiar a las personas con mayor capacidad de contagio podría ser un camino para frenar la pandemia?

Podría ser una vía para entender la transmisión del virus.

Su estudio ofrece otra conclusión sobre la fecha de la llegada del virus...

Tenemos evidencias que apuntan a que es muy difícil concebir que el virus llegara a nosotros antes del 14 de noviembre.

¿Cómo llegan a esa conclusión?

Hay análisis que permiten hacer esa inferencia. El virus tiene la capacidad de cambiar y esa tasa de mutación es más o menos constante.

¿Quiere decir que miran el virus como quien observa el tronco de un árbol para calcular su edad?

El símil más adecuado es el de un reloj. Sabemos cada cuánto muta el genoma. Si veo una cantidad determinada de cambios y conozco el tic tac del reloj puedo estimar el tiempo que ha sido necesario para generar la diversidad genética que estoy observando. Haciendo esa reconstrucción, llegamos a la conclusión de que esa fecha no podría ser anterior al 14 de noviembre.

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