Cuando yo era un niño, el verano era coger el coche para ir a la playa los domingos a Covas, en Viveiro (Lugo). En el cuatro latas -en aquel entonces la gente del común gastaba siempre una retórica antipretenciosa- traspasábamos el alto de A Gañidoira para acercarnos a la costa. A veces parábamos en algún rincón al borde de la ría, mirando al mar, ese infinito. Y, aunque los humanos apenas conservamos nada del olfato que hace unas docenas de miles de años tuvimos, el aroma mentolado del eucalipto se imponía como una nube agradable, leve y suave. Sí, como tanta gente de la Galicia interior, yo creía que el eucalipto era un árbol de la costa, casi sureño y afrodisiaco.
Eso era, naturalmente, antes. Antes de que el eucalipto alcanzase en Galicia el don de la ubicuidad y colonizase, insidioso, hasta las elevadas cotas de la Terra Chá, altiplanicie que, por sus heladas invernales, era refractaria a esa especie. La variedad nitens saltó eses obstáculo.
A día de hoy, hay más eucaliptos en Galicia que en Australia. De ese continente, se pensaba, había traído las semillas Fray Martín Rosendo Salvado. Parece que el dato no es veraz, pero sigue siendo cierto que el benedictino de Tui fue un gran hombre que dedicó su vida a demostrar -¡había que demostrarlo!- que los aborígenes eran tan humanos como los presos políticos irlandeses o los presos comunes británicos que Gran Bretaña usó para fundar Australia. Albino Prada, tudense voluntario, le dedicó una breve biografía al fraile.
¿Más eucaliptos que en Australia? Por lo menos eso estimaba el Sindicato Labrego Galego en una palestra sobre incendios hace cuatro años. En todo caso, el eucalipto se extiende, imparable, como una mancha de aceite sobre una superficie lisa. Esta frondosa ocupa ya 400.000 hectáreas de bosque en Galicia, el doble de lo que preveía la Consellería do Medio Rural para 2032. El 25% del área arbolada del monte de Galicia es de eucalipto y el porcentaje sigue subiendo, a la sombra de la demanda de Ence, que es el principal comprador
El eucalipto, monocultivo de crecimiento rápido y rotación corta, consume el agua disponible, acidifica el suelo y lo hace enormemente inflamable. En determinadas condiciones, con 30 de temperatura, 30 de humedad, 30 de viento, el monte puede convertirse en una trampa mortal. Fue lo que pasó en el incendio de junio de 2017 en Portugal en el que 63 personas se vieron atrapadas y perdieron la vida. Aquí nunca sucedió una desgracia de esa magnitud, pero sí que se perdieron vidas en circunstancias similares. Y puede volver a suceder.
Los eucaliptos arden más y, además, perjudican a la biodiversidad. Los bosques de robles, castaños y pinos son más amables con sus vecinos, pero el eucalipto es más reacio a compartir su espacio con otras especies. Su aroma embriagador puede engañar a los sentidos. Ante el eucalipto uno puede quitarse el sombrero y apreciar sus maravillas e incluso sentir la tentación de trepar por sus ramas como un koala, pero sería una auténtica desgracia que el paisaje gallego solo consistiese en una monótona sucesión de eucaliptales.
Pero ¿qué hay de su rentabilidad? Galicia, cada vez más, es una enorme finca en manos de Ence, la fábrica de celulosa de Pontevedra. El eucalipto parece una forma fácil y cómoda de ganar dinero en un país que, en las últimas décadas, le dijo adiós aos ríos, aos montes, aos regatos pequenos y a las figueiriñas que prantou. El 33,3% del suelo se dedica al cultivo agrario en España; en Galicia, el 12,8%.
Pero ¿es realmente rentable? Los euros que se obtienen con el eucalipto son tal vez un animal mitológico, o una variedad del modo en que el Duque de Chesterfield describía el acto sexual: “El placer, momentáneo; la posición, ridícula; el gasto, excesivo”. Tal vez hay más prestigio del fenómeno que trigo en la hucha. En el mejor de los casos, un propietario puede obtener 600 euros por año por cada hectárea de monte dedicada al eucalipto, siempre y cuando, claro, esas hectáreas no estén dispersas ni en lugares de difícil acceso. Los expertos creen que el precio va a decrecer porque hay otras alternativas de abastecimiento de la industria pastera en Brasil, Chile o Indonesia.
¿Merece la pena el eucalipto no solo para los propietarios, sino para toda la sociedad gallega? Parece difícil pensarlo, cuando los beneficios son fundamentalmente para Ence, pero los costes medioambientales los pagamos todos, entre otras formas, a través del enorme dispositivo antiincendios que hay que sostener. ¿No convendría explorar otros usos del monte, otros cultivos? De las facultades de biología y de ingenieros forestales salen todos los años hornadas de gente formada: ¿no podrían conformar una nueva clase agrícola, cultivando olivos, cerezos, manzanos, ciruelos, viñas o una infinidad de cultivos de huerta, de tomates y habas, fresas, flores, té o qué sé yo?
Por no decir que es obligado favorecer los cultivos de proximidad. El coronavirus mostró evidentes debilidades de la cadena de abastecimiento de las que Europa tomó nota. De hecho, un aspecto esencial del Pacto Verde Europeo es el informe Farmers of the future, encuadrado en la estrategia de la UE Farm to Fork (De la granja a la mesa).
El rendimiento económico y, por supuesto, el social, de estas opciones de cultivo multiplica con mucho el del eucalipto. Pero en Galicia aún pesa mucho una mentalidad que solo concibe la vida rural desde la óptica de la pobreza y esta es una losa en el cerebro difícil de apartar. El eucalipto, que no da muchos euros, no da tampoco mucho trabajo, lo que es la clave para muchos pequeños propietarios que heredaron esas tierras pero no viven en el campo. Llevar una explotación agrícola moderna implica dedicarle tiempo y esfuerzo, aprender mucho y ser avispado. Hay que querer.
Pero claro que hay otras alternativas más lucrativas. Harían bien tanto la administración como los particulares en darle a la cabeza para llenar el campo de nuevas granjas y huertas. Además, ahora para gozar de las amenidades de la vida urbana no hay que vivir en la ciudad. Los transportes e Internet transformaron el significado del ocio.
Por otro lado, si el economista Marcelino Fernández Mallo tiene razón, “el eucalipto ya no es una opción”. Los criterios estratégicos de la UE, que insisten en la necesidad de fomentar la biodiversidad en el medio natural, la necesidad de apoyar la economía de proximidad y la precaria situación del rural gallego obligan a sustituir las plantaciones de eucaliptos por cultivos agrarios y árboles autóctonos. Mallo escribe: “Podrá Feijóo seguir ignorando la realidad, podrá continuar confundiendo y engañando, podrá reincidir en su presión a los medios, podrá negar la evidencia durante un tiempo, pero llegará el momento de asumir la razón y la lógica: el eucalipto fue un desastre para el rural gallego”.
En una célebre viñeta Jaume Perich parodiaba un anuncio del Icona -Instituto para la Conservación de la Naturaleza- muy popular en los últimos años del franquismo que rezaba “si un monte se quema, algo suyo se quema” con un irónico “algo suyo se quema...señor conde”. Conde de Polentinos es el señor consejero delegado de Ence. Pero no crea el amable lector que los aristócratas de hoy reniegan, como hacía uno de los asistentes a la tertulia de Baroja, el señor de Olmos Albos, de ser “uno de esos miserables que se lo deben todo a su propio esfuerzo”. A eso solo aspiramos hoy, con poco éxito, dos o tres románticos que bendecimos la pereza -alabado sea Paul Lafargue- hundidos, para nuestra desesperación, en un océano de autómatas hiperproductivos, o que dicen que lo son, porque a lo mejor es todo una bola y vanitas vanitatis...
El señor conde de Polentinos fue noticia porque, afanoso de su trabajo, emulando al Rubius en Youtube, no tuvo otra ocurrencia que afirmar que Pontevedra podría llevarse un susto fenomenal si no se le conserva la moratoria, presuntamente ilegal, que Mariano Rajoy le concedió a la fábrica de celulosa hasta 2073. La Fiscalía está investigando el asunto, pero no es probable que por ese lado el señor conde se lleve él mismo un susto.
Pocos días después, unos trabajadores acosaban al alcalde de Pontevedra, Miguel Anxo Lores. En otras ocasiones han sido amenazados y señalados como diana miembros de su equipo de gobierno. Son violencias y amenazas -Ence borroka le llaman algunos- que la prensa tiende a ocultar. La vara de medir la violencia, más que seguir el sistema métrico decimal, aumenta o disminuye dependiendo de con quién se use.
El factor que explica ambos acontecimientos es el temor, parece que fundado, de que Ence tenga que cerrar. No solo a que unas palabras de la Ley de Cambio Climático permitan anular el aumento hasta 2073 del plazo de la concesión obligando a la reversión de la marisma de dominio público en la que está instalada. También existe el peligro, para la pastera, de que los tribunales declaren ilegal la prórroga que, in extremis, los últimos días de su gobierno, ya en funciones -una práctica filibustera-, le concedió graciosamente Mariano Rajoy a la empresa ampliando el plazo de permanencia en el dominio público marítimo de Lourizán hasta 2073.
Pero la ley afirmaba que la suma de las concesiones y prórrogas -eso es lo que se dirime- no podrían exceder de 75 años, con lo que Ence tendría que cerrar en 2033. Fue esa norma la que el gobierno de Mariano Rajoy, con las consabidas trampas legales, se pasó por el forro. Ya se ve que algunos gobiernos, cuando tienen que aumentar los plazos, son generosísimos. Milagros del capitalismo concesional.
Veremos qué pasa, pero todo indica que, como avisa Feijóo, “esta vez va en serio” -la salida de la pastera de la ría-, lo que lo anima a defender a Ence y al eucalipto con uñas y dientes. Su pretendida moratoria del cultivo de eucaliptos tiene toda la pinta de ser poco más que humo, ceremonia de la confusión y, en definitiva, un acto de propaganda y desinformación pensando para despistar y para dar a entender que va a hacer lo que no tiene la menor intención de hacer. Cuando pase el tiempo, ya ofrecerá un argumento ad hoc para justificar las nuevas superficies forestales ganadas para el eucalipto. Es un presidente en el que, me temo, como la leña verde, todo es humo.
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