Pero, ¿qué ha hecho exactamente Feijóo? En la primera campaña electoral, la de 2012, en la que tuvo que revalidar su cargo, el ABC enumeraba así sus logros: “La puesta en marcha del catálogo de fármacos, la limitación del techo de gasto, el control del déficit o la congelación de la subida de las tasas universitarias hasta 2013 son algunos de los hitos de los cuatro años de Gobierno de Feijóo”. En definitiva, lo que el presidente de Galicia había hecho no era crear hospitales, escuelas, autovías. Eso había quedado atrás. Realmente, Feijóo no había hecho nada tangible.
El crédito de buen gestor de Feijóo se limitaba, en realidad, a cuadrar las cuentas con una política de contención del gasto. En una época de crisis económica y de miedo a que el cielo se abriera sobre las cabezas de los ciudadanos, él se había limitado a ejercer las funciones de un contable. Sobre esa base se levantó la fama que después le acompañó y que Paco Vázquez, el ex alcalde disque socialista, que recientemente lo presentó en el Fórum Nueva Economía, resumió así: “Buen gestor y modelo de equilibrio”.
Ocho años después, si uno se vuelve a preguntar “pero, ¿qué ha hecho exactamente Feijóo?”, se encontrará sin saber qué responder. Tendrá que mirar hacia arriba, entornar los ojos y quedarse pensativo. Todo el mundo habla de sus cualidades como gestor, pero si uno intenta penetrar en el denso bosque de los ditirambos, elogios e hipérboles para encontrar agua clara, tendrá difícil precisar sus éxitos.
Desde luego, se sabe que en Galicia había dos cajas de ahorros y que estas han sido vendidas a un banco venezolano, Banesco, que, desde el minuto uno empezó a realizar beneficios. Desaparecieron entidades que, con todos sus defectos, que eran muchos, tenían una cierta dimensión social y de apoyo al tejido empresarial autóctono. Abanca, el banco derivado de la caja gallega rescatada con 9.000 millones y comprada por 1.000 -en efectivo, muchos menos- sumaba ya, a finales de 2019, más de 3.000 en beneficios. De la desaparición de las caixas se sabe poco, de cómo los venezolanos de Banesco se hicieron con ellas, nada.
Se sabe que Pemex, la petrolera mexicana, adquirió en 2013 el 51% de las acciones de Barreras con un acuerdo que incluía la construcción de casi 20 buques y prometía cuatro mil puestos de trabajo. Feijóo anunció esa compra como “la puerta de salida a la crisis”. Pero de lo dicho, nada. Lo que si se puede confirmar es que el director general de Pemex que firmó los acuerdos está acusado de cobro de sobornos. Y que, en Barreras, todo huele a pufo encadenado.
Pescanova, todo un emblema no sólo del sector pesquero, sino de Galicia, resultó que era una especie de estafa piramidal que había falseado todas sus cuentas. Manuel Fernández de Sousa, un aliado en su momento de Feijóo, se hizo un convoluto con sus sociedades y sus sociedades pantalla. Dicen que cayó por soberbia y autoritarismo y por un complejo de Edipo no superado. Ahora es de Abanca y otros accionistas.
Pero, además de las ventas de Barreras y Pescanova, son muchas las empresas que, directamente, han cerrado –Alfageme, Poligal, Vulcano- o corren, como Alcoa, el peligro de hacerlo de inmediato. La decadencia del tejido industrial es harto peligrosa para cualquier país, y aunque ciertamente algunas, como Endesa As Pontes, tenían que cerrar, tiene que haber un vivero de empresas que las sustituyan.
Algunos estudios señalan que el gasto sanitario en Galicia fue en 2018 un 2% inferior al de 2009. Un informe de la Federación de Asociacións para a Defensa da Sanidade Pública situaba a Galicia como la cuarta comunidad autónoma con mayor grado de privatización. Desde luego, el número de camas se ha reducido. Lo que es seguro es que los médicos y el personal sanitario en su conjunto tienen una carga asistencial cada vez mayor. Sobre ellos reposa la eficiencia de la sanidad. El propio Núñez Feijóo ha cuantificado en 2.500 el déficit de plazas sanitarias... para adjudicarle la responsabilidad a Pedro Sánchez. Los contratos eventuales son cada vez más precarios y degradantes. Pero, en medio, Feijóo ha creado espacios de negocio para grupos afines y para las grandes multinacionales del sector.
Según las conclusiones del Informe Foessa, en 2019, uno de cada cinco gallegos se encontraba en situación de exclusión social, y la desigualdad había aumentado hasta el punto de que, del total de la población excluida, 4 de cada 10 estaba trabajando. El 52% de la población considera que su nivel de vida ha empeorado respecto al que tenía hace diez años. Si bien el gasto en protección social es algo más alto que en el correspondiente al conjunto de España, ello se debe fundamentalmente a la Seguridad Social, dado que el gasto de la administración central, de la autonómica y de la local son inferiores. Eso lo dice Cáritas, no cualquier pintamonas.
Marchando una de adoctrinamiento. Los trabajadores de la CRTVG llevan más de cien semanas protestando contra la manipulación de los medios públicos por parte del Partido Popular. Todos recordamos aquella célebre pregunta de un reportero a Fraga: “Ganaremos, ¿señor Presidente?”. Eso no ha cambiado, salvo para peor. Sin embargo, los medios de comunicación del resto de España apenas sí se han hecho eco de esta protesta, admirable también por su continuidad en el tiempo.
¿Y el idioma gallego? Según el Instituto Galego de Estatística (IGE), sólo un 3,97% aprende a hablar gallego en su infancia. Para una generación de gallegos, el inglés está mucho más presente en su vida diaria que la lengua que es, o fue, propia del país. El liberalismo lingüístico, como el económico, fortalece al más fuerte, así que las medidas que ha tomado Feijóo –todas ellas en la línea de reducir su peso y su presencia- harán que se difumine en el aire. Con todo, recientes informes del CIS señalan que el número de gallegos que tienen el gallego como lengua materna sigue siendo superior a aquellos cuya lengua materna es el castellano (45´8% frente a 34´6%).
El economista Albino Prada, usando datos de Eurostat, el INE y el IGE, entre otras fuentes, concluye, en el último número de la revista Tempos Novos, que tomado como referencia una docena de indicadores la situación económica de Galicia había empeorado en diez de ellos. Es de subrayar que el PIB por habitante pasó del 83 al 75 tomando como referencia la media de UE=100, pero también bajó el peso del PIB y del empleo gallegos en España. En los últimos 25 años, Galicia recibió menos del 1% de la inversión extranjera realizada en toda España, muy por debajo de su peso porcentual. Madrid incrementa su poder de atracción mediante el dumping fiscal. Citröen e Inditex explican el balance fiscal favorable, pero sus éxitos o fracasos, de dimensión planetaria, nada tienen que ver con la Xunta. Inditex y Citröen son una bendición, pero no pueden dejar de señalarse los peligros asociados a un tan fuerte peso de los dos gigantes. Ferrol, el Detroit gallego, debería constituir una advertencia.
Un último apunte, la fuga de talentos o la descapitalización educativa es enorme. La nueva emigración está formada por jóvenes con altos estudios que no tienen en Galicia ninguna opción. El sentimiento general es el de que en Galicia no hay futuro. Pero la percepción profunda, entre los mayores, de que los estándares de vida mejoraron con relación a los de su infancia, cosa que es obviamente cierta, y posiblemente el miedo al regreso a un pasado execrado, induce un conformismo que explica en cierta medida la hegemonía del PP y el fatalismo de la oposición. Por supuesto, con esa expectativa de futuro Galicia vive una crisis demográfica brutal: se estima que Galicia perderá casi 300.000 habitantes tan pronto como para dentro de una década. No parece una tierra de promisión.
El economista Sequeiros Tizón escribía en 2018: “La dinámica en el largo plazo de la economía gallega pone en evidencia la pérdida de posiciones de Galicia frente a España. A principios de la década de 1980, Galicia aportaba el 6,27% del PIB español y el 9,37% del empleo existente en España. En la actualidad, estos porcentajes representan el 5,23% del PIB y un 5,58% del empleo. Unas pérdidas muy significativas. Significativas sobre todo en términos demográficos. Veamos. En 1980, los 2,8 millones de gallegos representábamos el 7,48% de los españoles y, en el 2017, los 2,7 millones que quedamos no llegamos a alcanzar el 5,80%. Galicia pierde posiciones en España y lo hace de forma muy notable”.
Volvamos al principio: cuando Feijóo y sus corifeos afirman que es un buen gestor y que, fuera de él, todo es caos, desgobierno e inestabilidad, se refieren, si dicen algo con sentido, a su capacidad para hacer cuadrar las cuentas en un contexto, bien es cierto, de reducción del tamaño de los presupuestos. En términos de deuda y de déficit la comunidad autónoma es, según la revista libremercado “un ejemplo de austeridad”. No es que no haya incrementado la deuda, que lo ha hecho, pero menos que otras comunidades. Si recortas y no inviertes eso es posible, pero a expensas del gasto público y, por tanto, de la protección social.
Ahora bien, si alguien busca en Feijóo alguna propuesta u horizonte de cierta ambición, alguna idea que pudiera hacer que Galicia mejorase en algún sentido, se equivoca de hombre. La I+D+i está en niveles de hace diez años. No hay ninguna idea sobre un modelo productivo, ni tan siquiera la presunción de que podría, o debería, haberla. Feijóo es una especie de “hombre de negro” autóctono que cumple con las directrices de arriba sin aportar o enmendar una coma. Absolutamente, no hay líneas de futuro.
Pero de todos estos datos, un ciudadano gallego apenas sí tiene información o ha oído hablar de ello. El pluralismo informativo está reducido a la mínima expresión. El catenaccio con que la práctica totalidad de los medios de comunicación gallegos defienden a Feijóo es, precisamente, el vector que explica que a gran parte de la ciudadanía una gestión mediocre o deficiente les parezca fabulosa. Pero una defensa tan férrea provoca que no haya fútbol y, por tanto, partido. El equipo que sale al campo de juego sabe que está vendido de antemano. Lo que él hace está como tocado por la varita del Mago Merlín, lo que hacen sus oponentes es obra de Voldemort. Ese catenaccio tiene mucho que ver con la prodigalidad del Gobierno gallego a ese medios, algunos muy endeudados, y que subsisten con créditos bancarios.
Pero es cierto que en el haber de Feijóo se encuentra su oposición. Esa oposición debería haber hecho sus deberes, y no los ha hecho. Podría haber mejorado la selección de personal, estrujarse la cabeza en sus propuestas, exponerse ante la sociedad gallega, de modo conjunto, como una alternativa sólida. Al fin y al cabo, todos sabemos lo que hay, ya somos mayorcitos: o el PP o un tripartito. Practicar, en definitiva, la ósmosis con la gente y salir de su ensimismamiento un poco mezquino.
Es una oposición que no acaba de encontrar su papel como el garante no solo de mantener lo adquirido sino de generar una nueva oleada de progreso y modernización. Le falta prestancia y credibilidad. Y ambición. Ni siquiera llega a prometer esas cosas increíbles que se dicen en campaña, como la promesa de AVE de Lugo a Ourense, que Feijóo hizo en dos ocasiones, o la ritual de acabar con el paro. Salvo Beiras, siempre actor explosivo, sus líderes están cortados por un patrón neutro y tecnocrático en un país que demanda un mensaje fuerte, claro y, sí, optimista: que rompa con la apatía sobre todo de ese sector que tendría que protagonizar el cambio social, pero no solo de él.
Esa oposición ha preferido reincidir en sus errores, y pensar que podrían ganar sin despeinarse. El PSOE gallego, Enric Juliana dixit, es un partido de camarillas. El BNG parece tener, por mejor virtud, no hacer mudanza. Y la fenecida En Marea, ahora Galicia en Común, está marcada por el disparate que precedió a su creación.
De hecho, es posible registrar un cabreo sordo de muchos votantes de izquierda y nacionalistas con las formaciones que los representan. Me acuerdo de un antiguo republicano que me decía, cuando yo era un adolescente en Vilalba que, frente a los facistas –el lo decía así, sin s- las izquierdas teníamos que ir unidos y votar a nuestro candidato, aunque fuera el tonto del pueblo.
No se puede someter, sin embargo, por tiempo indefinido, a los electores a una suerte de tortura china. El problema hoy, en Galicia, dicho en términos económicos, no es de demanda, sino de oferta. Feijóo gana porque lo que hay enfrente de él tiene poca consistencia. Y ese cabreo, que viene de muy lejos, se expresa en desánimo, en pesimismo estructural, y en abstención.
Eso, sin desconocer que hay un elector más o menos de centro y más o menos galleguista que cree, honestamente o por desconocimiento, en lo que Feijóo dice. En ese elector es en el que confía Feijóo para revalidar su mayoría absoluta. Y claro, el programa literal de Feijóo suena a progresista, aunque tenga truco. Es como un ventrílocuo que parece decir una cosa, pero dice otra. Feijóo es un caso clarísimo de aquello que escuchábamos cuando niños en las películas de vaqueros: “Hombre blanco hablar con lengua de serpiente”.
Solo en un contexto así, dominado por la falta de horizonte, las advocaciones repetidas de Feijóo, a Galicia, Galicia, Galicia, por hipócritas e increíbles que suenen, se puede entender que encuentren oídos dispuestos a atenderlas. Puede que Feijóo no sea un gestor tan maravilloso como reza la leyenda que lo acompaña, pero de lo que no cabe duda es que es un excelente gestor de sí mismo. Feijóo, el que declara que es más militante de Galicia que del PP, y el que oculta las siglas de ese partido, es el mismo hombre que, en declaraciones a Jiménez Losantos, se ufana de haber vetado una reforma del Estatuto gallego no sin haber hecho constar que se presenta contra “el aquelarre social-podemita”.
Después de casi cuarenta años de poder (casi) sin interrupción, Galicia necesitaría aire, limpiar los establos, romper los vínculos clientelares que atenazan al país y ensayar otros caminos. El actual está claro y todos los parámetros así lo indican, lleva a un lento declinar. Disimulado, eso sí, por una calidad de vida razonable y una estabilidad global.
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