Galicia camina hacia el ecuador de la cuarta legislatura de Feijóo. Con el Parlamento reducido a la mayoría absoluta del PP y al poco juego que éste reparte, la política institucional gallega atraviesa un período de cierta atonía. Pero los movimientos en la oposición, cuyos liderazgos han entrado en territorio incógnito, amenazan con agitarlo. En el PSdeG vuleven a sonar sus recurrentes tambores de guerra interna. Gonzalo Caballero se asoma a ese momento procesal que los socialistas importaron para España y que suelen sentir como un abismo: las elecciones primarias. Fuentes del partido dan por hecho que el secretario general de la federación gallega tendrá que competir por el control de la formación con el presidente de la Deputación de A Coruña, Valentín González Formoso. En el nacionalismo, la crisis tiene un color completamente distinto: el extraño impás decretado por Ana Pontón.
Sus declaraciones a finales de agosto cambiaron el paso al BNG. Por sorpresa, la portavoz nacional anunciaba que abría “un tiempo de reflexión” sobre su continuidad al frente de la principal organización nacionalista gallega. Pontón, que encabeza la oposición a Feijóo en el Parlamento de Galicia, afirmaba que “no hay que dar nada por sentado, ni en la vida ni en la política”. El consejo parece también adecuado para Gonzalo Caballero, secretario general del PSdeG y jefe socialista en la Cámara, que solo una semana antes arremetía, por medio de su número dos, contra la posibilidad de que el presidente de la Deputación da Coruña le dispute el liderato.
Las turbulencias en la oposición gallega han comenzado un año después de la cuarta mayoría absoluta de Alberto Núñez Feijóo. Al contrario de los sucesos que descalabraron En Marea -coalición entre Podemos, Esquerda Unida y los nacionalistas de Anova- a solo unos meses de la convocatoria electoral de 2020, esta vez nacionalistas y socialistas intentan aclarar sus propuestas antes del ecuador de la legislatura. Mientras, el PP, quitado Ourense donde Feijóo ha perdido en Jesús Vázquez su principal apoyo interno y el control de Baltar es absoluto, mantiene más o menos la estabilidad. El presidente gallego ya ha abierto la puerta a presentarse por quinta vez a presidir la Xunta y, así, volver a incumplir su palabra: en 2015 habló de dos mandatos como suficientes y antes de las últimas elecciones aseguró que esta sería la última vez. La notoria ausencia de segunda línea -y aspirantes a la sucesión- todavía no preocupa a los populares.
El caso es que enfrente las aguas se han enturbiado durante la presunta placidez estival. El “tiempo de reflexión” de Pontón tiene como horizonte la Asemblea Nacional -la número 17- que el BNG ha convocado para el 7 de noviembre. Algunos analistas de la política gallega hablaron de motivos personales. Fuentes cercanas a la dirección nacionalista ofrecen, sin embargo, otras claves. Dos en concreto: tensionar a la organización de cara a la cita congresual y reforzar su control de la cúpula. Pontón asumió el mando de la nave nacionalista cuando ésta se dirigía a las rocas. Era 2016. Cuatro años antes, la salida de Xosé Manuel Beiras y el Encontro Irmandiño y la facción de Máis Galiza habían causado una profunda herida en la formación.
Pontón salvó los muebles en aquellas elecciones, las de la tercera mayoría absoluta de Feijóo. Los seis escaños que conservó -frente a 14 de En Marea y otros tantos de los socialistas-, aunque marca histórica por abajo, fueron interpretados por la organización como el suelo del BNG. El pasado año se confirmó la intuición: la liquidación electoral de las marcas herederas de En Marea -Galicia en Común y la propia En Marea- permitieron a los nacionalistas obtener 19 escaños, su máximo histórico. Pontón ha ido modulando su discurso en una operación con no pocas reminiscencias de la que en su día ensayó Anxo Quintana, portavoz nacional del Bloque entre 2003 y 2009 y vicepresidente de la Xunta bipartita. “Ensanchar la base” es la frase fetiche que repiten en la cúpula de los nacionalistas.
El éxito electoral del liderazgo de Pontón ha contribuido al estupor con que militantes y simpatizantes han recibido su pequeño paso atrás. Pequeño porque, en realidad, ha continuado ejerciendo de portavoz nacionalista y con la misma agenda que habitualmente. También con su agenda habitual continúa Gonzalo Caballero, pese a que las hostilidades en el Partido Socialista parecen a punto de desbocarse.
González Formoso y el liderazgo socialista
El artículo del secretario de Organización del PSdeG en el diario lucense El Progreso el pasado agosto no fue el primer indicio, pero sí el más gráfico, de que la cuerda comenzaba a tensarse en la federación gallega del PSOE. José Antonio Quiroga, de la máxima confianza de Caballero, criticaba con dureza la posibilidad de que el presidente de la Deputación de A Coruña, Valentín González Formoso, organizase una candidatura alternativa a la actual dirección en las inminentes primarias del partido. En ella se integraría además José Ramón Gómez Besteiro, que fue secretario general entre 2013 y 2016 y abandonó imputado por presunta corrupción urbanística. La Audiencia Provincial de Lugo archivó hace unos meses la mayoría de los procesos que le señalaban y Besteiro espera ahora el archivo de una pieza separada aún pendiente para reivindicar su honradez y recuperar peso político. Ferraz y Pedro Sánchez también son favorables a la operación, siempre que se confirme que los escándalos acaban en papel mojado.
El texto de Quiroga, que cargaba explícitamente contra Besteiro y Formoso, provocó un incendio en el PSOE gallego. Multitud de dirigentes afearon al autor su actitud, al tiempo que le recordaron que su obligación, como número dos del partido, es garantizar la neutralidad durante los procesos de primarias en los que más de un militante aspira al mando. El ataque preventivo, en todo caso, no pinchó en hueso. Valentín González Formoso proclamará su candidatura previsiblemente la próxima semana.
Tras las últimas elecciones, en las que el PSdeG no obtuvo réditos del desplome de Galicia en Común, mantuvo los 14 diputados con los que contaba y siguió como segunda fuerza de la oposición, los críticos internos de Caballero iniciaron maniobras. Hubo quien le recriminó la ausencia de un perfil propiamente gallego y su empeño en ceñirse exclusivamente a la defensa del Gobierno central y, sobre todo, de Pedro Sánchez. Y hubo quien le recriminó ese tercer puesto electoral, aunque en realidad venía arrastrado de 2016, cuando En Marea fue más votada que los socialistas. El PSdeG vuelve así a una de sus periódicas batallas internas, su estado más habitual desde la dimisión de Emilio Pérez Touriño en 2009.