Ayer murió Manuel Charlín Gama. La noticia de su muerte se solapó con las campanadas que sonaron en la Praza do Obradorio. El viejo contrabandista rindió su vida antes de llegar a 2022, año cabalístico. No sabemos si con él muere una era del narcotráfico o si simplemente desapareció una manera de hacer, pero el narcotráfico continúa, subterráneo y eficaz. Y lo más importante: con gran volumen de negocio. Jueces y policías lo sabrán. Esa es la primera pregunta que arroja su desaparición.
La segunda, y tal vez más importante, se puede formular así: ¿Pudo Galicia haberse convertido en Sicilia? Es una pregunta no ociosa porque nos devuelve a una de las imágenes del caleidoscopio gallego no necesariamente referida al pasado. La respuesta es: naturalmente que sí. Hubo un tiempo, allá por los años 80 y 80 del siglo pasado, en el que la connivencia entre instituciones y narcotraficantes estuvo a punto de corromper a una sociedad.
Por fortuna, no se cruzó ese punto crítico. Pero hubo un tiempo en el que se podían comprar almas a muy buen precio. El dinero abría negocios y conciencias, se infiltraba en ayuntamientos, cámaras de comercio, oficinas bancarias y asociaciones de empresarios.
La historia de Pablo Vioque ilustra qué cerca se estuvo de cruzar ese punto. Si por él hubiese sido, los narcos se habrían constituido en una organización similar a la Mafia, y no menos peligrosa. Se equivoca quien dibuje a Galicia con colores pastel. En un preciso momento, la Historia de Galicia pudo haberse cruzado con la de una organización criminal al estilo de la Cosa Nostra.
Hubo, sí, vínculos insidiosos entre las estructuras económicas, las políticas y el narco. Así como la Democracia Cristiana en Italia se entremezcló íntimamente con la Mafia, el PP estuvo muy cerca de convertirse, en ciertos lugares, en un epifenómeno del narcotráfico. Pero también hubo reuniones al más alto nivel de alcance no aclarado.
La serie Fariña cuenta con bastante realismo cómo sucedieron las cosas. En ella Charlín aparece magníficamente interpretado, oscuro y violento, por Antonio Durán, Morris. La periodista Elisa Lois, siempre valiente, ha dado cuenta de sus tácticas intimidatorias y de la facilidad con la que prendía mechas hasta casi sus últimos días.
El conservadurismo se supone que es moral y respetuoso con la Ley, pero una cuidadosa observación muestra la facilidad con la que cierta derecha política resbala por la pendiente de la amoralidad y el crimen. Hay más respeto por la Lei en quienes protestan contra ella cuando les parece injusta que en aquellos que, simulando encarnarla, consideran que la Ley, un patrimonio propio, existe para violarla.