El paisaje no es abrupto pero sí monumental. Montaña de vegetación baja, pedregosa, valles arbolados, menor densidad de aldeas. Son las sierras del sureste gallego, que limitan y comparten geología con la comarca zamorana de Sanabria y con la región portuguesa de Trás-os-Montes. Ese fue el territorio, casi de triple frontera, por el que, a partir de 1936 y más o menos hasta 11 años después, operó una de las más intensas facciones de la resistencia armada al fascismo. Grupos insurgentes al principio y después la mítica Federación de Guerrillas de León-Galicia usaron pequeñas poblaciones al otro lado de la Raia Seca como retaguardia. Los historiadores han comenzado a reconstruir esa peripecia. Y este sábado, la asociación ourensana Amigos da República organizó una jornada de homenaje en Sernande (Portugal) y A Gudiña (Galicia).
Dionísio Pereira (A Coruña, 1953) es uno de los principales estudiosos del fenómeno. Una de sus últimas aportaciones publicadas la dedicó, en volumen colectivo sobre la mencionada federación guerrillera, a las redes de evasión de demócratas republicanos en la frontera galaico portuguesa. Pereira relaciona, en conversación con elDiario.es, la actividad armada contra el golpe fascista de Franco en la zona con la construcción del ferrocarril Ourense-Zamora, sus conflictos y su compleja, demorada realización. “Había cambios y mucha agitación social, con huelgas muy duras ya durante la República”, señala. Tan duras que en una ocasión, el 27 de junio de 1931, incluso desembocó en una efímera proclamación de la república gallega. “A partir del levantamiento fascista, se desató una represión muy fuerte”, relata. Buena parte de los carrilanos, así se denominaban los operarios del ferrocarril, muchos de ellos sindicados y simpatizantes socialistas o comunistas, se echaron al monte. No fueron los únicos, claro, pero sí el corazón de la resistencia en el lugar.
“Al principio huyeron y se escondieron en las montañas simplemente con carácter defensivo. Son grupos insurgentes, anteriores a la guerrilla, que se empieza a constituir más tarde”, añade. Y que deciden establecer su retaguardia en Trás-os-Montes. ¿Cómo y por qué la resistencia antifascista acaba instalando sus cuarteles en Portugal, sometido desde 1933 a la dictadura nacional católica de Salazar? “Es cierto que se trata de una región conservadora, con una fuerte influencia de la Iglesia católica, pero al mismo tiempo es un lugar olvidado por los gobiernos, con una frontera permeable”, dice Pereira. Y prácticas comunitarias que no se detenían en la geografía política, por ejemplo el pastoreo. O el secular contrabando. La relación entre ambos lados era estrecha. Ese singular ecosistema social, con una reducida presencia del Estado, apenas los guardinhas de aduanas -integrados en la comunidad y, por omisión o por acción, a menudo cómplices de la población local-, recibió a los primeros huidos resistentes.
El cinturón guerrillero: de Casaio a Castro Laboreiro
Las pequeñas aldeas trasmontanas los acogieron sin problemas. Se trataba a menudo de personas conocidas, algunas con relaciones familiares transfronterizas, que se comportaban y siempre pagaban, recuerda el historiador. Entre los anfitriones, el humanitarismo cristiano y cierto, aunque minoritario, antifascismo ayudaron. La resistencia armada se cuidó además de no actuar nunca en territorio portugués. Era su refugio, no su objetivo. Con el tiempo no solo Trás-os-Montes: también O Barroso y Montealegre, hasta Castro Laboreiro, ya limítrofe con el río Miño, contribuyeron a sostener la lucha contra el primerísimo franquismo. El cinturón guerrillero llegó a medir más de 120 kilómetros, asegura Pereira, desde el norte portugués hasta Casaio, en Carballeda de Valdeorras, donde se encontraba la Ciudad de la Selva, el principal campamento guerrillero del noroeste peninsular.
Ocho o nueve grupos armados utilizaban esta retaguardia portuguesa. Las incursiones, sobre todo en Galicia pero también en León. De ellos y otras facciones operativas surge, ya en 1942, la Federación de Guerrillas de León-Galicia. Lo hace, explica Dinonísio Pereira, después dos fugas frustradas. Unos 30 guerrilleros partieron de Sernande (Vinhais, Portugal) con intención de alcanzar Porto y embarcar hacia Latinoamérica. Fracasaron. “Ante la imposibilidad de salir, comienzan a pensar una estrategia más estructurada para la lucha antifranquista. Así nació la Federación de Guerrillas de León-Galicia, la primera del Estado español”, afirma. Sucedió en el llamado Congreso de Ferradillo, en las montañas ponferradinas. Al mismo tiempo, las obras del ferrocarril cuyos trabajadores habían nutrido la guerrilla formaban ahora parte del universo concentracionario de la dictadura y empleaban mano de obra forzada de presos políticos. El delicado corto documental A menina que vía homes encadenados (Alicia y Javier López, 2022), que se proyectó este sábado en el homenaje, recupera una parte de esta memoria terrible.
La memoria de O Aguirre
La actividad armada antifascista se mantuvo, apoyada en la retaguardia portuguesa, hasta 1947. La jornada de Amigos da República lo rememora rindiendo además tributo a Alfredo Yáñez, O Aguirre, “uno más en la guerrilla, no un mítico guerrillero”. Nacido en A Veiga (Ourense), operario en la vía, es uno de esos que se echa al monte en los últimos días de julio del 36. “Su ideología era próxima al comunismo, aunque creo que no militaba”, señala Pereira. Pasó 11 años en la clandestinidad, a menudo escondido en Sernande, en casa de un conocido contrabandista. De hecho es allí donde lo localiza un operativo tenaza entre la GNR y la PIDE portuguesas y la Guardia Civil española. Cien hombres contra uno. Lo matan. Es noviembre de 1947. Los vecinos de Sernande lo enterraron en el atrio de la iglesia de Santo António. Sin lápida.
La aldea trasmontana fue uno de los puntos neurálgicos de toda esta historia guerrillera. “Se debe a su situación geográfica estratégica”, considera David Simón, presidente de la asociación que organizó la jornada del 25 de mayo. Y a algo más. Su solidaridad con los resistentes republicanos. Que tuvo consecuencias: en 1941, 19 vecinos coincidieron en la cárcel por prestar ayuda a escapados y luchadores antifascistas. En la aldea vivían entonces 100 personas. “Los vecinos siempre supieron donde estaba enterrado O Aguirre. Nosotros recogemos esa memoria y queremos dignificarla”, sintetiza Pereira que fue, junto a su colega Alejandro Rodríguez, uno de los dos historiadores que habló en los actos de Amigos da República .