Retrato de una Galicia envejecida: el reto de los cuidados y la soledad con una de cada cuatro personas mayor de 65 años
Galicia se hace mayor. Toda su población “está inmersa en un proceso de envejecimiento que afecta a toda Europa”, apunta el Instituto Galego de Estatística (IGE) en sus últimos indicadores demográficos. Es una de las comunidades con más personas mayores y con un mayor ritmo de envejecimiento de todo el Estado, solo superada por la vecina Asturias. El 26,09% de sus habitantes tiene más de 65 años (es decir, más de una de cada cuatro personas). En el otro lado de la pirámide poblacional, solo un 15,6% tiene menos de 20 años. Una desproporción que, según el IGE, seguirá aumentando, junto con la media de edad en Galicia: actualmente se sitúa en unos 48 años, cuatro puntos más que la media nacional y la europea.
El mayor exponente de este envejecimiento se encuentra en el sureste de la comunidad autónoma. Ourense es la provincia de España con más proporción de gente mayor: el 31,94% de su población tiene más de 65 años, cuando la media nacional es del 20%, según datos del INE. También es donde viven más mayores de cien años: 387 personas cuentan más de un siglo de vida en Ourense. Estas cifras récord le han valido el apodo de la Okinawa europea. La isla japonesa se hizo famosa en 2005, cuando la revista National Geographic la situó como el mayor ejemplo de las “zonas azules”, aquellos lugares donde hay más proporción de mayores de cien. Ahora las tasas de centenarios en Ourense superan a las niponas, según escriben Íñigo Ortega y Antonio Huertas en su libro La revolución de las canas.
A estas cifras a menudo les siguen titulares glamurosos que se preguntan sobre los secretos de su población centenaria o los misterios de la alta esperanza de vida en Galicia (80,31 en hombres y 85,95 en mujeres). Cierto es que el envejecimiento de la sociedad per se no es malo. No es “el preludio de una próxima catástrofe, de ese inminente apocalipsis demográfico, económico y social que supondrá, poco más o menos, la destrucción de la civilización occidental”, como escriben Isidro Dubert y Antía Pérez-Caramés en su libro Invasión migratoria y envejecimiento demográfico. Dos mitos contemporáneos, donde resaltan la importancia de no presentar el envejecimiento como un problema. Pero la tercera edad en Galicia está acompañada de realidades como la brecha digital, el abandono de los núcleos de población rurales, la soledad no deseada, la privatización de las residencias o la discriminación.
“Sigue habiendo muchos estereotipos sobre las personas mayores y edadismo hacia ellas”, asegura Loreto Somoza, Coordinadora en Galicia del área de conocimiento de inclusión de Cruz Roja. Esta entidad lanzó el pasado año una campaña en la que incidían en que subestimar las capacidades de las personas mayores también es maltrato. “El maltrato no abarca solo la agresión física”, sino también “la creación de una imagen peyorativa que socialmente se ofrece de este colectivo, fruto del edadismo, las trabas en la participación social, o el infantilismo”, escribían.
“Con la edad que tengo, me doy cuenta de que soy mayor pero, al mismo tiempo, sigo pensando lo mismo que cuando era joven”, cuenta Merchi Virgós, que a sus casi 93 años vive sola en su apartamento de Vigo y presume de ser “independiente total”. “Yo tengo mucha suerte porque no tengo problemas de salud… pero a veces voy andando por la calle y de repente tropiezo y pienso: ‘¡Bueno nena, eso son los 92!’”.
Aunque para ella la edad perfecta está “entre los 50 y los 65 años, porque tienes juventud y al mismo tiempo tranquilidad”, reivindica que la sociedad debe respetar más a quienes ya no son tan jóvenes: “Las personas mayores saben muchísimo y son las que más pueden enseñar. Si se pierde eso, se pierde lo que somos”.
A unos 200 kilómetros de allí, Antonio Rodríguez da talleres de estimulación cognitiva para mayores de la provincia de Lugo, también en el podio de las provincias más envejecidas de España. “El objetivo es aportar a las personas mayores del rural una oportunidad de crear un punto de encuentro donde socializar con sus iguales, combatir la soledad y prevenir el deterioro cognitivo provocado por el sedentarismo”, explica.
Las dificultades con los trámites digitales
Aunque no era el plan inicial, la brecha digital se abrió camino en los talleres. “Había varias personas mayores que vivían solas y no sabían utilizar aplicaciones como la del Sergas”, cuenta este terapeuta ocupacional, que al ver que era una demanda común, propuso realizar talleres centrados en el acceso y uso de la app, “para que pudiesen utilizarla de forma autónoma para mirar sus próximas citas médicas o acceder a las recetas prescritas por su médico”.
Cada vez más trámites son digitales, sin embargo, el informe Seniors Digitales publicado en 2023 por Osimga (Observatorio da Sociedade da Información e a Modernización de Galicia) recogía que solo un 20,1% de las personas mayores de 74 en Galicia habían utilizado internet en los últimos tres meses. Una de sus actividades más frecuentes, según este estudio, es el acceso a la banca electrónica, donde, además, se observa una diferencia de uso de unos 20 puntos entre hombres (46,8%) y mujeres (26,6%).
Los bancos son otra muestra de la progresiva disminución de los servicios presenciales. Si bien el pasado diciembre el Gobierno central prohibió por ley a la banca cobrar a los mayores de 65 años una comisión por retirar efectivo en ventanilla, cada vez hay menos ventanillas. En Galicia han cerrado unas 700 sucursales bancarias desde 2015, según datos del Banco de España.
La menor tasa de jóvenes en el rural de España
Todas estas situaciones se acentúan en un rural tan envejecido como el gallego. Según el último Informe Anual de Indicadores: Agricultura, Pesca y Alimentación del Ministerio de Agricultura, esta es la comunidad autónoma con menor tasa de jóvenes en zonas rurales, con 28 personas menores de 15 años por cada 100 mayores de 65. Una tendencia que una vez más se extrapola a España, donde la proporción de mayores de 80 años que viven en el rural es la más elevada de toda la Unión Europea, según el INE.
Galicia está marcada por la despoblación del rural y la dispersión geográfica, “que hace que el modelo de atención a estas personas presente ciertas dificultades”, explica Loreto Somoza. “Dar un servicio en el rural cuesta el doble que, por ejemplo, en Madrid, donde tienen todo mucho más optimizado”, expone.
Uno de los muchos servicios que ofrece su entidad es la teleasistencia domiciliaria y móvil, usada por 19.000 mayores en Galicia “para garantizar que puedan vivir en su casa con seguridad y tranquilidad”.
En su opinión, “la dependencia sigue siendo una cuenta pendiente; sigue habiendo muchas personas que están cubriendo los cuidados en su casa con ayuda de sus hijos, sus ahorros o su pensión”, en muchos casos insuficiente. “El modelo de Estado no tiene que cubrir el 100% los cuidados, pero de ahí a lo que tenemos tiene que haber un término medio”, opina. Ante esta situación, desde Cruz Roja también realizan actividades enfocadas a dar un respiro a las personas cuidadoras, que en muchos casos están “sobrecargadas”.
Sobrecargadas están también las residencias. En Galicia hay 22.865 plazas disponibles para las más de 710.000 personas mayores de 65 años que viven en esta comunidad autónoma y que son potenciales usuarias de estos centros. Es decir, hay unas 3,2 plazas por cada 100 personas. Además, el 77,4% de las plazas son en residencias privadas, mientras que el 22,6% en públicas, tal y como muestran datos del informe Envejecimiento en red de 2023 elaborado por el CSIC.
El resto de personas mayores vive en sus casas, muchas de ellas en hogares unifamiliares. En 2022, 123.358 personas de más de 65 años vivían solas en Galicia. Solas, que no siempre aisladas. “A mí me gusta estar sola, siempre fui muy independiente”, cuenta Merchi Virgós, que declara que se despierta “todos los días contenta”. “Estoy encantada porque no vivo con nadie pero tengo hijos, nietos y nueras a los que me alegra mucho ver”, añade.
La incógnita de la soledad no deseada
Coincide Loreto Somoza, que expone que “la soledad no es un problema cuando no está acompañada de un problema físico, de salud mental o de la incapacidad para interactuar con los demás”.
La otra cara de la moneda es quien sufre una soledad no deseada. Un número de personas de momento desconocido, ya que todavía no existe un censo al respecto. Crearlo es una de las medidas que propone la Estrategia de atención a la soledad no deseada, que fue anunciada por la Xunta ya antes de la pandemia, en 2019, pero que sigue sin materializarse. El pasado agosto se aprobó por fin un paquete de medidas que incluían el inicio de tramitación de esta medida, a la que se le dedicarán 125 millones de euros.
Desde Cruz Roja destacan la importancia del entorno para detectar estos casos y cuentan con un programa enfocado a la soledad no deseada. “Intentamos trabajar haciendo sensibilización para que la gente aprenda a detectar estas situaciones”, relata Loreto Somoza. Pueden detectarse estos casos por ejemplo “si trabajas en una farmacia, en una tienda de barrio, en la iglesia y ves que una persona mayor ya no acude, o si notas que ha descuidado su aseo”. Pero la soledad no deseada no afecta ni mucho menos solo a esta franja de edad, sino que “es un problema de la sociedad en general”.
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