Laura –nombre ficticio– es profesora de Artes plásticas y visuales en un instituto de la provincia de A Coruña. Junto a 44 personas más, a principios de octubre salió hacia Toronto, uno de los tres destinos incluidos dentro del Programa PIALE de la Xunta de Galicia, destinado a que 130 educadores vivan una experiencia inmersiva de aprendizaje de idiomas al tiempo que conocen el sistema educativo –teóricamente, el público– del país que visitan: Canadá, Francia o Portugal. Sobre el papel, se integrarían en los centros como unos docentes más, aunque sin responsabilidades lectivas, y estarían acompañados siempre de un tutor, un colega de su asignatura o de una “afín”, si no existiese correspondencia exacta. Lo que se planteaba como una experiencia apasionante de casi un mes de duración, pronto se convirtió en todo lo contrario.
Los problemas empezaron por el alojamiento. Algunos de los participantes no tuvieron inconvenientes, pero otros, como Laura, sí. “La casa que me asignaron en primer lugar no cumplía las condiciones básicas de habitabilidad. No había cocina, salón ni comedor, ya que estaban en reformas”. Y lo dice alguien que no parece necesitar demasiadas comodidades. “Trabajé dos meses en Guatemala con Arquitectura Sin Fronteras y estuve más a gusto que aquí”. Además, ella sufre una intolerancia alimentaria que sus caseros desconocían y, con la vivienda en esas condiciones, resultaba imposible de solucionar. Por lo menos, le cambiaron alguna vez las sábanas durante su estancia y no tuvo que comprarse las toallas. Según las quejas presentadas ante la Consellería, no todas pueden decir lo mismo.
Dos días vagando por Toronto buscando atención médica
Un ejemplo lacerante de los problemas de gestión llegó cuando tocó hacer uso del seguro médico. Una profesora, a la que nos vamos a referir como María –quien también prefiere preservar su identidad– se despertó un viernes por la mañana con mareos, diarrea y un sangrado “abundante”, tanto que llegó a perder el conocimiento. Cree recordar que fue por el puente del Pilar y por eso supone que nadie atendió a sus llamadas en España: ni en la Xunta, ni en la aseguradora, ni la empresa organizadora del viaje, Peares. Los contactos en Canadá tampoco sabían a qué hospital se podía dirigir con su póliza.
Desde Scarborough –la zona donde estaba alojada, conocida por sus espectaculares acantilados– hasta Toronto tardaba una hora y media en transporte público, cambiando de bus a metro y haciendo transbordo de línea. Durante el viaje, en el que solo la acompañó otra profesora, sufrió un nuevo mareo y tuvieron que sacarla del subterráneo. Cuando llegó al hospital más cercano, se dio de bruces con la realidad sanitaria canadiense: 800 euros sólo por ingresar más lo que costase cada prueba diagnóstica. Su póliza, según le dijeron, allí no les servía de nada, “que yo me tendría que pelear después con ella para ver si me cubría o no”. María decidió entonces regresar a su casa. En la aplicación que les habían facilitado con el seguro había conseguido una cita médica para el día siguiente por la mañana, pero la alegría duró poco.
De camino a esa cita, recibe un mensaje que le dice que no tendría médico disponible hasta martes, tres días después. Durante todo ese tiempo, ella seguía sangrando. Hacia el mediodía, uno de los contactos de España por fin responde pero, pese a preguntar a Peares, “seguían sin saber a qué hospital tenía que ir”. Le dijeron que fuese al que quisiese, “que se harían cargo”. En el elegido –otra vez tras hora y media de viaje– le pedían en esa ocasión 1.500 dólares sólo para entrar. Lo hizo, porque ahora tenía todos los datos de la póliza y pudo cubrir la ficha de admisión. Pero, cuando estaba ya en el segundo triaje, recibió otra llamada. “Me dijeron que me tenía que ir, que ese hospital no me entraba en el seguro”. Y lo hizo. “Tuve que volver al otro, desplazándome por mi cuenta: una persona enferma peregrinando de hospital en hospital”.
Finalmente, todo quedó en un susto. Descubrió que padecía hemorroides internos que habían “reventado” por el “brusco” cambio de alimentación. “Si me hubiesen asignado otra casa, con una alimentación mejor, quizá no hubiese pasado nada”. Recuerda que esa fue, además, su única solicitud a los organizadores: “para mí, la alimentación es muy importante, no podía estar comiendo basura”. Pero justo eso fue lo que se encontró: “como no me dejaban cocinar, sólo podía comer lo que me daban: cereales de colores para desayunar, el típico sandwich para comer y, para cenar, pizza, hamburguesa o pollo en salsa”. Un menú que no cambió ni siquiera después de enfermar.
Aún así, María no quiere hacer drama y atribuye todo a la misma causa, “la gestión y la precipitación”, que provocó los problemas de alojamiento o la falta de centros públicos en la oferta. “Hubiese sido tan fácil como decir: 'ésta es la póliza, éste es el hospital de referencia, porque, ¿a qué hospital voy en una ciudad de dos millones y medio de habitantes? En Lugo, tengo dos para elegir pero, aquí, hay muchísimos más...”.
La dieta francesa
Xurxo –que tampoco se llama así– enseña francés en secundaria. Su destino en el PIALE era Burdeos. La situación que se encontró su grupo después de aterrizar provocó una rebelión de profesores. Los 20 enviaron una carta al sindicato CIG –el mayoritario en la educación gallega– recogiendo sus quejas. Entre otras, la dieta de manutención, “pactada con la Xunta”, según les dijeron. Esos 30 euros eran menos de la mitad de los 77€ recogidos en la normativa para funcionarios en el extranjero. “El año pasado era de 25 y les sobraba dinero”, fue la respuesta de Peares. Al final, la subieron a 35 cuando denunciaron que el desayuno no estaba incluido en el alojamiento. “Desayunar en aquel aparthotel costaba 10 euros. Prepararlo en la habitación era inviable: los hornillos eran tan malos que, reloj en mano, comprobamos que hervir agua tardaba una hora”. No entiende que les asignasen la misma dieta en Francia y en Portugal –el tercer destino gestionado por Peares y en donde cuentan que los problemas se repitieron– “como si los precios y la economía de esos países fuesen equivalentes”.
Inmersión en centros... privados
Todos los testimonios –funcionarios de carrera con plaza pública que, aún así, temen las consecuencias de desvelar sus nombres reales– coinciden en que no se cumplió uno de los objetivos principales del programa: la “observación e inmersión” en el sistema educativo del pais de destino. Según cuenta Xurxo, de los 20 docentes de Burdeos, diez no tenían un centro asignado y los otros diez fueron enviados a entidades privadas. Protestaron ante la Xunta y, entonces, también se les buscaron colegios e institutos: “montessoris y jesuitas”, nada de centros públicos. Y ahí no quedaba la cosa:
“No sabían qué hacíamos allí. Hubo profesorado que, cuando se enteró de nuestra presencia, se negó a dejar entrar en su aula al compañero asignado. Se produjeron situaciones violentas”. Esa circunstancias se vivieron también en Canadá, donde, según relata Laura, avisaban a los docentes de su llegada en la propia víspera. “Cuando nos conocían, nos preguntaban, pero ¿qué hacéis aquí, con lo malo que es nuestro sistema?”.
En Canadá, los participantes en el PIALE estaban divididos en dos grupos. Uno de ellos nunca llegó a trabajar con centros públicos, sólo en privados “con poco alumnado y un sistema de docencia sin correspondencia aquí”. El otro, el de Laura, lo consiguió “a la tercera semana”, pero con muchas deficiencias. “Soy docente de Artes plásticas y visuales, pero la información que llegó a Canadá es que era profesora de plastic, así que no sabían con qué materia vincularme”.
“Cuando vino a Burdeos –en medio de la rebelión–, el responsable de Peares nos confesó que no tenía los centros cerrados, pero lo ocultó para que la Xunta no lo multase”, cuenta Xurxo. Otra de las consecuencias de esa falta de planificación fue, que el dinero público del programa acabasen en manos de academias y centros privados, algo que llega a parecerles “una posible desviación de fondos”.
“Negligencia” según los sindicatos
El sindicato CIG-Ensino, que recogió estas y otras quejas para trasladarlas a la mesa sectorial de Educación, reclamó la gestión “directa” del programa, especialmente tras “la negligente actuación de las empresas contratistas en los últimos años”. Consideran que el propio personal de la Consellería podría “buscar” los centros educativos para evitar lo vivido este año, “que muchos participantes acabaron en centros privados en los que no se tenía conocimiento previo de estos intercambios”.
“Es inadmisible que una una administración con los recursos suficientes para acometer estos programas privatice la gestión e ignore año tras año las quejas del profesorado asistente sin solucionar las deficiencias, algunas muy graves, como que las empresas estaban ilocalizables cuando se producían ciertas incidencias”, manifestó una portavoz.
“Está claro que las empresas sólo buscan la rentabilidad económica y eso deriva en la mala planificación. No puede ser que dos días antes de embarcar no se conozca dónde va a ser el alojamiento, si se van a respetar dietas para intolerancias y alergias alimentarias, si va a haber unas condicines de higiene mínimas...”.
La Xunta “trabaja para resolver las incidencias”
Aunque evita entrar en detalles, el gobierno gallego no niega lo sucedido. Educación, a través de su departamento de prensa, asegura que “desde el primer momento que tuvo conocimiento de las incidencias, se puso a trabajar para resolverlas con la empresa que presta el servicio. De hecho, desplazó personal de la Consellería a las zonas para poder comprobar in situ lo que estaba sucediendo y procedió a arreglar las distintas cuestiones –como, por ejemplo, alojamiento o tema de seguros–, que se fueron solventando una a una”. La Consellería añade que “está trabajando para que este tipo de cuestiones no vuelvan a suceder en próximas convocatorias”. La solicitud de ampliar esta información o de hablar con algún responsable no tuvo respuesta.
Esa voluntad mostrada sobre el terreno contrasta favorablemente con la primera respuesta que los profesores tuvieron por parte de la administración. En la reunión informativa, de poco más de una hora, que celebraron poco antes de marchar a Canadá, la representante de Educación quiso acallar así las protestas por todas las dudas que quedaban en el aire: “No os quejéis, que el concurso se ha resuelto muy tarde. Tenéis que dar las gracias por ir, porque la otra opción era cancelar el programa”. Pero el descontento se ha expresado, finalmente, en la evaluación de la actividad. La nota recibida por la gestión de Peares en la encuesta realizada a los que acudieron a Toronto fue de 1,3 sobre 5 y 1 (“Mal”), la valoración más baja posible, es también la más abundante. Lo mejor de la experiencia, las visitas culturales y la relación con el profesorado. Sobre el alojamiento, los 1 son tan habituales como los 5.
“Alerta terrorista” en Francia y “retrasos del distrito en Canadá”
Peares, centro de inmersión lingüística perteneciente al grupo Tourgalia, fue la encargada de gestionar el programa, algo que, según cuentan, lleva haciendo desde 2017 sin que tenga “constancia de quejas anteriores”. Su director, Juan Luis Vázquez, responde a través de correo electrónico a las quejas. Según relata, en Burdeos “una alerta terrorista dificultó la entrada en los centros” mientras en Toronto fue el distrito educativo, “encargado de la asignación de docentes a cada centro y de la comunicación con el profesorado de acogida” quien incumplió los plazos, lo que ocasionó “retraso” en la integración.
Admite “algunas” incidencias con los alojamientos, solucionados con un cambio de familia o la notificación al establecimiento para la corrección de las deficiencias. Tampoco tiene “constancia de que nadie tuviese que comprar sábanas o toallas”. Como el pliego de condiciones establece la pensión completa, “nos aseguramos de que el profesorado disponga de cocina propia” y, “en base a nuestra experiencia en cada país, decidimos entregar una cantidad de dinero para que los docentes tengan más libertad”.
Y sobre el seguro, afirma que también cumplía los requisitos que establece el contrato y que “tanto en verano –en referencia a los cursos para alumnos– como ahora, los participantes fueron atendidos con esa póliza”. Lo único que asume es que “a veces, los protocolos de la aseguradora pueden ser dificultosos”. Sobre todo, cuando nadie responde a este lado del océano.