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Análisis

La sumisión química: una nueva amenaza a los derechos de las mujeres

Luca Chao

4 de enero de 2022 10:26 h

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“De repente no recuerdo nada, sólo algunos flashes en un parque con otros amigos”. “Según me cuentan acabé tirada en un portal. Hasta que una chica llamó a alguien para que me vinieran a buscar”. “A partir de ahí lo siguiente que recuerdo es que me desperté en casa del chico este, sin acordarme de absolutamente nada de lo que había pasado”. Son fragmentos de una serie de denuncias publicadas al calor de la campaña #DenunciatuBar. Todas comienzan en un local de ocio nocturno y terminan bajo la sospecha de una agresión sexual. Por el medio, lagunas, olvidos, vergüenza, y la sombra de la sumisión química. Es decir, historias de violencia sexual en las que hombres se sirven de drogas para violar a mujeres en contextos de ocio nocturno.

Esta vez la ola de denuncias comenzó en Bruselas bajo el hashtag #BalanceTonBar. El detonante estuvo en las 17 denuncias de violación interpuestas contra un mismo camarero en una zona de ocio universitario. “La reacción del jefe no fue expulsar al camarero, sino trasladarlo a otro bar”, dijo Anna Toumazoff, miembro de la Unión Feminista Interseccional Autónoma, que se fundó unos días después. Una vez más, el movimiento feminista se servía de las redes sociales animando a denunciar agresiones semejantes. En pocos días, los testimonios se contaron por decenas superando los límites de la geografía belga para replicarse en Francia. Mujeres de Paris, Burdeos, Toulouse, Marsella, Nantes y Lyon cogieron el testigo. Y ahora también en España. 

La movilización recuerda mucho a las organizadas bajo lemas que han impactado en la conciencia colectiva en los últimos años. Hablamos del·#MeToo y del #Yositecreo, ejemplos de ciberactivismo que han puesto en evidencia la potencialidad de las redes sociales para comunicar asuntos relacionados con los derechos de las mujeres y la igualdad de género, favoreciendo que cuestiones locales que parecían dolores individuales se convirtieran en globales y, como dice la politóloga italiana experta en movimientos sociales, Donatella della Porta, “cobren protagonismo como agentes activos de los procesos de democratización”. Facilitando, más que nunca, la sensación de comunidad deslocalizada y la organización del feminismo como movimiento internacional.

Gracias a su influencia, el eco de estas campañas también desborda el mundo digital. El pasado fin de semana millares de mujeres se juntaron en una concentración de protesta en la Plaza de l'Albertine de Bruselas. “Compartimos una bebida y menos de una media hora después, tuvimos un desmayo. Mi amiga tuvo un accidente de coche y yo fui violada”. Son las palabras de una joven belga pero son las mismas palabras que repite una joven en Vigo, otra en Madrid y otra en Alicante. “No nos acordamos absolutamente de nada, ni siquiera tenemos flash de lo ocurrido, mi amiga tenía el tanga y las medias rotas, y yo moretones en la muñeca y en el costado.” Denuncia otra de las mujeres agredidas, al tiempo que comparte unas fotos en Twitter. Y serán más.

A raíz de estos testimonios entró en contacto con alguna de las denunciantes. Sus palabras son prácticamente las mismas. “Es lo que dije en Instagram. No recuerdo nada, pero a la mañana siguiente sabía que algo había pasado. Cierta molestia en la vagina, cuando te follan, lo sabes”. Por supuesto, lo que le hicieron a Ana (nombre ficticio) en lo que tendría que haber sido una noche de fiesta en Vigo, no fue follar, fue una violación y hay que decirlo. 

El miedo es una constante en la vida de las mujeres, una estrategia de disciplina sexual que nos inculcan desde niñas poniendo el foco en la responsabilidad de las víctimas potenciales de protegerse del peligro machista, presente en cualquier lugar. Muchas de las mujeres jóvenes que hoy están denunciando haber sido violadas y drogadas, crecieron con la abstracta advertencia de que tuvieran “Cuidado con lo que te echan en el vaso”. Hoy resulta, que efectivamente el vaso tenía peligro, pero no sólo. A la administración de drogas de forma involuntaria por vía oral se suman los casos de inyecciones mediante jeringuillas. Ya hay denuncias de agresiones sexuales acompañadas de marcas de pinchazos en la piel. La alarma saltó en el Reino Unido donde las autoridades ya están investigando.

Protocolo médico en Galicia

De acuerdo con Pablo Antolín, Médico de Urgencias Hospitalarias en el Servicio de Urgencias del Complejo Hospitalario Universitario de Ourense, ante el incremento de este tipo de agresiones en países de nuestro entorno se comenzó a trabajar en un protocolo específico para el Servicio Gallego de Salud que se ha firmado hace un par de meses. El problema que se trata de atajar, nos cuenta, es la altísima complejidad diagnóstica de este tipo de agresiones. Cuando llegan a Urgencias, y siempre en el caso de que lleguen, “las víctimas acostumbran a referir confusión tras la ingesta de una copa, períodos de amnesia, desinhibición, despertares en lugares y con personas desconocidas, resacas desproporcionadas, parálisis y pérdidas de conocimiento, alucinaciones, alteraciones en el habla, mareos, somnolencia excesiva o confusión.”

Son las consecuencias de la administración con fines delictivos, especialmente sexuales, de sustancias tristemente famosas como la burundanga, utilizada por los violadores de La Manada y una larga nómina de sustancias que, por prudencia, preferimos no nombrar aquí. A la ristra de productos farmacológicos, se suman peligrosas drogas de diseño bastante generalizadas en contextos de ocio nocturno y, también, la suministración de alcohol etílico. Todo vale para dominar a las víctimas y que no recuerden los abusos, cuanto más accesible, barata y difícil de rastrear sea la substancia, mejor. 

No son casos aislados, de acuerdo con el Instituto Nacional de Toxicología en los últimos años se ha detectado un aumento de este tipo de agresiones. Así también organismo internacionales estiman entorno al 17%-20% el porcentaje de violaciones mediadas por la sumisión química. 

El propio Pablo Antolín, reconoce haber tenido ya un par de casos en Ourense y la constancia de otros dos en Vigo, “ante la sospecha de sumisión química se pide la busca de drogas atípicas que no están incluidas en los análisis más habituales. Cuando hay la más mínima duda se pide revisión ginecológica para que entre en marcha el protocolo de agresión sexual. Se valora, se cuantifican las lesiones, se toman muestras y entra en juego el peritaje forense”. Según su experiencia la coordinación entre los distintos estamentos implicados en el seguimiento de este tipo de casos, esto es, personal sanitario, forense, de atención social fuerzas y cuerpos del estado y administración de justicia, ha mejorado mucho en los últimos años.

Sin embargo, ni todos los servicios sanitarios tienen los protocolos activados, ni muchos menos todos y todas las profesionales tienen la formación específica en género y violencias machistas que sería necesaria. Así lo confirma alguno de los testimonios recogidos en estos días. Una de las denunciantes en Madrid, refirió una pésima atención por parte del sistema sanitario madrileño donde se sintió desprotegida y humillada. Y eso a pesar de tratarse de uno de los servicios que cuenta con un protocolo específico desde el 2018. Lo mismo que Cantabria, en 2017. O en Andalucía en 2020.  La existencia de buenos protocolos así como de una correcta formación en género y violencias sexuales por parte de las profesiones implicadas en la atención a este tipo de sucesos, es fundamental. También lo son las leyes, punto en el que, gracias a la enorme movilización feminista reciente, se han dado pasos importantes.

El proyecto de Ley Orgánica de garantía integral de la libertad sexual aprobado el pasado 6 de julio en el Consejo de Ministros de España introduce expresamente como forma de comisión de la agresión sexual la denominada “sumisión química” mediante él uso de sustancias y psicofármacos que anulen la voluntad de la víctima. Igualmente, y en línea con las previsiones del Convenio de Estambul, se introduce la circunstancia agravante específica de género en estos delitos. Aunque gran parte del feminismo asevera que el punitivismo no es la solución, sino muchas veces el enmascaramiento criminal de un problema social de profundas raíces, un reflejo más de la cultura patriarcal en la que nos movemos, el derecho penal tiene un poder simbólico que conviene utilizar. Máxime en un contexto como el nuestro, en el que se denuncia una violación cada ocho horas y aumentar las garantías jurídicas de las víctimas sigue siendo necesario.

Deficitaria educación sexual

Pero también, y sobre todo, avanzar en políticas públicas transformadoras de las condiciones sociales que hacen posibles las múltiples violencias machistas y sexuales. Así cabe entender las demandas en torno a la necesidad de atender la educación sexual integral. Sobre esto charlamos con Chis Oliveira, catedrática de filosofía en el Instituto Alexandre Bóveda de Vigo, doctora por la USC con una tesis centrada en la educación afectivo-sexual en la adolescencia, referente ineludible en el campo de la educación sexual con perspectiva de género.

De acuerdo con la experta, no se puede desvincular el problema de las violaciones de la deficitaria educación sexual que hemos recibido y sigue recibiendo la juventud. “A día de hoy, la educación sexual es prácticamente inexistente, centrada en la prevención de riesgos y descansando sobre el voluntarismo de las docentes que deciden hacerlo pasando de todo”, asegura. Como lo hizo ella, “sirviéndose de las clases de ética para aplicar la ética al campo de la educación sexual”. Según su opinión, es urgente ofrecer una educación sexual basada en la empatía, en el respeto a la diversidad y en los derechos humanos, que descanse en el concepto del deseo y no en la sumisión que enseña la machista industria del porno y su difusión y normalización de la cultura de la violación. En ese sentido valora con cautela la propuesta del ministerio de introducir esta materia en la enseñanza reglada: “Es positivo pero hay que hacerlo con capacitación específica al respecto.” Que asegure la rigurosidad de los contenidos y proteja esta materia de posibles intrusiones conservadoras que en nada mejorarían la situación. “Imagínate que los profes de religión se pusieran a impartir esto”, añade. 

Y claro, la experiencia ya nos ha demostrado lo incompatibles que son a veces los caminos de la fe y de los derechos. Los derechos de las mujeres a estar vivas, a ser libres y a divertirse dónde, cómo y cuándo quieran. Porque los bares, al igual que las calles, también son nuestros.