La última novela de Alba Carballal bucea entre chapapote, neón y las sombras de la normalidad democrática
Treinta y cuatro de los 37 tripulantes del petrolero griego Andros Patria murieron a no mucha distancia de la costa gallega en la Nochevieja de 1978. El buque vertió entre 50 y 60.000 toneladas de crudo al océano Atlántico. No era la primera vez que pasaba, no sería tampoco la última. Aquel sucedido marcó las vidas de Aida Celanova, su tío Lolo y Xairo del Arrexó, oriundos de una aldea próxima a Valdoviño, en las Rías Altas gallegas, y protagonistas principales de Bailaréis sobre mi tumba (Seix Barral, 2023), la segunda novela de Alba Carballal. Chapapote, neón y las sombras de la normalidad democrática arman una trama en la que personajes de ficción viven y mueren en escenarios reales, las catástrofes ecológicas balizan el paso del tiempo y la contracultura es quizás la única línea de fuga. “Me gusta decir que nada de lo que pasa a estos personajes fue cierto, pero todo fue verdad”, sintetiza Carballal (Lugo, 1992). También el paisaje, físico y político, de la obra.
“A mí me había impresionado mucho el accidente del Prestige. Entonces era una niña [fue en 2002], pero recuerdo su impacto. Decidí escribir una novela con ese telón de fondo”, relata la escritora a elDiario.es, “al investigar y documentarme, me di cuenta de que había una historia cíclica. El naufragio de petroleros se repetía cada 10 o 15 años. Pensé que eso me podía servir para estructurar la narración”. El Andros Patria en 1978, el Mar Egeo en 1992 y el Prestige diez años más tarde le sirven a Carballal para hacer avanzar la trama de unos personajes, también tres, “cada vez más viejos y más cansados, también más hundidos”: una abogada ambientalista, su tío empresario de la noche en Valencia y Xairo, su primer novio, que huye a Vigo y sale del armario en la noche ochentera.
Ajuste de cuentas con el relato oficial
Pero Bailaréis sobre mi tumba es, además, un ajuste de cuentas. Con el relato dominante sobre la España contemporánea y con el año 92 como apoteosis. Con el hedonismo como liberación y con la institución familiar. Con la literatura moderna y con la posmoderna. “El Andros Patria se hunde en el 78. Ese es el año en que se aprueba la Constitución. La historia oficial habla sobre todo del fin de la dictadura y el inicio de las libertades. Pero esa historia no está completa”, considera. Existe la otra cara: expresiones contraculturales amargas, desastres ambientales, la Ruta del Bakalao, la Movida viguesa -no la madrileña, puntualiza-, los naufragios de cargueros. Son episodios al margen del espejo en el que se mira el oficialismo. Y que todavía no han acabado de encontrar su lugar en la literatura. “Sobre la Ruta del Bakalao hay varios ensayos, pero no conozco novelas. La serie de televisión La Ruta apareció cuando este libro ya estaba escrito”, dice, “los referentes eran pocos. Quizás falte distancia y sea necesario que pase por lo menos una generación. Aunque sobre la Movida madrileña sí hay cosas, claro”.
Estos agujeros en la representación la conduce a reflexionar sobre el centro y los márgenes. “Las periferias siempre tardan más en emerger”, entiende, “y eso que a menudo son más interesantes”. En Vigo, aquel desperezarse de la larga noche de piedra coincidía con las luchas obreras contra la reconversión industrial. Los antros más célebres de la época -el Ruralex, el Manco, el Kremlin- y el eco del sindicalismo combativo aparecen a la vez en Bailaréis sobre mi tumba. Cuyo título, por cierto, remite a la popular canción del cuarto disco de Siniestro Total, punks, vigueses y emblema de aquellos años en activo hasta 2022. “Los hechos históricos y políticos nos moldean. Lo hacen con los personajes de la novela, a quien el hundimiento periódico de los petroleros orienta sus vidas. No las explica, pero sí las orienta, asegura Carballal.
No solo sucede en la ficción, añade. También “en alta medida” en la realidad. El individualismo no puede comprender al ser humano. “Nos movemos en ese resquicio” entre la voluntad y las circunstancias, sintetiza. Y eso produce a Aida Celanova o a su tío Lolo o a Xairo, caracteres que dudan y se contradicen y viven existencias muy distintas y sin embargo átonas. Alba Carballal decidió contarlas con una técnica fragmentaria. “Amiga, date cuenta: somos nosotras quienes estamos teniendo una cita a ciegas con lo peor de nosotras mismas a través de los personajes y no al revés”, dice la narradora moderna, una de las instancias narrativas del libro, inspirada en un recurso que la autora encontró en El verano sin hombres, de Siri Hustvedt, impertinente y teorizadora, por momentos despiadada. “Es una mirada que, en muchas cosas, se parece a lo que yo pienso. En otras no”, confiesa.
¿Por qué habla un muerto?
“La de Hustvedt me pareció una herramienta apropiada para escribir episodios históricos que yo no he vivido. Soy millenial”, afirma, “pero es una mirada que no agota la historia”. Según su opinión, “la historia con mayúscula” necesita de una visión poliédrica y “miradas superpuestas”. “Desconfío de los narradores monolíticos que sientan cátedra”, anota. En Bailaréis sobre mi tumba no lo hay. En una página cita, de hecho, a Miguel Delibes: “Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así”. Los tres personajes principales poseen voz propia y centran cada una de las tres partes de la novela -con los tres naufragios como marco temporal. Uno de ellos, Lolo, habla desde el más allá.
¿Por qué habla un muerto? “Un amigo que escribe me lo advirtió. 'Es de primero de escritura, no pongas a hablar a un muerto. No hay que hacerlo nunca'. Pero yo pensé que era la mejor manera, y además divertida, de acercarse a la realidad religiosa de Galicia, tan singular y pagana”, se explica Carballal. Esas reflexiones de ultratumba le permiten a la autora, y a la lectora, disponer de un contexto no omnisciente -es una visión de parte, de la parte de Lolo- pero sí más global de la trama. Que optó por escribir en un castellano poblado de palabras y expresiones en gallego. “Me han preguntado a menudo por esto y la verdad es que no tengo una respuesta política. El castellano en Galicia está muy galleguizado. Quise atender a esta realidad ambiental y reflejarla lo mejor que supe”, argumenta, y remite a otro castellano situado, el de Andrea Abreu en Panza de burro, lengua bastarda, orgullosa.
La muerte y la maternidad, el incendio y la decepción, atraviesan Bailaréis sobre mi tumba. La última de sus tres secciones sucede a partir de que el Prestige embarranca frente a la Costa Morte. Lo que había comenzado con el chapapote del Andros Patria acaba con otro manto de piche sobre el océano. “Y consigue así permanecer ajeno todavía a otra densidad futura, negra y brillante ésta, que en altamar empieza a abrir un camino transitable para sus nimias posibilidades de vover a nacer”, había escrito Alba Carballal al final de la segunda página de la novela.
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