“Fara í víking”. Esta frase en nórdico antiguo ha dado nombre a una categoría de navegantes y guerreros que, desde Ragnar Lodbrok a Olafo, pasando por Erik el Rojo o Estoico el Vasto, forman parte del imaginario colectivo de varias generaciones. Su traducción textual sería “salir de expedición” pero a Irene García Losquiños (Elche, 1984) le gusta mucho más “irse de vikingueada”, porque es la actividad la que hace al vikingo y no su origen geográfico. “Ni todos los escandinavos eran vikingos, ni todos los vikingos eran escandinavos”, cuenta la comisaria de Una vida vikinga, la desmitificadora exposición que se puede visitar hasta enero en la Cidade da Cultura de Galicia, en Santiago de Compostela.
“El plan es borrar las ideas preconcebidas”, admite esta especialista en la Edad Vikinga, doctora en Estudios Escandinavos y máster en Estudios Medievales por la Universidad de Aberdeen. “Llevamos toda la vida viendo a los vikingos en los medios y, normalmente, tienen una presentación visual bastante clara: un mundo muy oscuro, hiperviolento, casi barbárico”. Por eso, la autora de Eso no estaba en mi libro de historia de los vikingos no podía dejar pasar esta oportunidad para “destronar esa imagen, que viene del romanticismo, y presentar una idea del mundo de los vikingos parecida a cómo la hubieran vivido ellos mismos”.
Para conseguirlo, dividió la muestra en las cuatro partes de la vida: infancia, juventud, madurez y muerte. No hay una sala específica sobre la mujer porque su apuesta fue “integrarla en todo el espacio expositivo”, desde la misma entrada donde reciben al visitante un guerrero y una guerrera, “para meterte en la cabeza que ellas también lo fueron”. “Hay presencia de niños y niñas en la parte de infancia, en la parte de la madurez, relacionada con el poder social... Hay objetos de mujeres y hombres por igual y presencia de ambos en la muerte. Esa es la forma de contarlo que a mí me parece más fiel”.
Armas, juguetes... y limpiadores de oídos
El relato se construye a través de 120 piezas –muchas, nunca antes vistas en la Península Ibérica– procedentes de trece museos y colecciones de cuatro países: Suecia, Dinamarca, Francia y España. La selección busca romper los clichés de brutalidad de esa sociedad y nos adentra en ella “desde una perspectiva vital, interior”. Se puede descubrir cómo era la vida de los niños y de las niñas, “cómo ese vikingo, que te imaginas con su espada o sus hachas de pequeño jugaba con barquitos de madera que le había hecho su padre y ayudaba a su madre a administrar el hogar”.
Porque la experiencia doméstica, una vez finalizada la vikingueada, era muy diferente al tópico. “El vikingo que se ha ido a navegar los tres meses de verano, o que ha estado fuera dos años, vuelve a casa y reasume su vida y su profesión. Si una persona salía de expedición y el resto del tiempo era herrero, cuando volvía a su casa era herrero, no era pirata”. Porque lo de ser vikingo, recordamos, “es una cosa temporal” y al regresar al hogar, para la mayoría, lo que tocaba era cortar leña o esquilar a las ovejas.
Esa cotidianeidad se muestra a través de objetos de higiene personal, como un limpiador de oídos que puede ser el antepasado de los bastoncillos. “Lo elegí porque es algo en lo que nunca pensaríamos”. Sin embargo, sus numerosas apariciones en excavaciones arqueológicas demuestran que este “producto súper sostenible, que puedes utilizar cuantas veces quieras” era muy habitual. “Y como yo tengo la ilusión de que la gente venga y a través de la exposición puede imaginarse un día a día más próximo a lo humano y menos a ese heroico romántico vikingo que tenemos en la cabeza, traigo limpiadores de oídos, porque eso ya sí que te desmonta todo”.
Menos sorprendentes, pensando en esas barbas y esas largas cabelleras, son los peines. “Les importaba muchísimo su aspecto físico, sólo hay que ver las joyas de las que disponía la gente con dinero, con alto estatus...”. Esa clase dominante suele ser la protagonista de las historias, pero García también se ha querido acordar, esta vez, de “la gente menos medios” y de los esclavos, “siempre más difíciles de mencionar” porque en las excavaciones aparecen “menos objetos asociados a ellos”.
Sus piezas favoritas
A la hora de quedarse con alguna pieza entre las 120 que forman la exposición -“me lo pones muy difícil”-, García elige dos. “Hay una cajita que me encanta, porque ¡cuenta tanta historia!” Es un relicario irlandés que algún vikingo robó allí y se lo llevó a Noruega. Pasó a ser posesión de una mujer que se llamaba Ranvaik, algo que sabemos por la inscripción de la base -que ella misma grabó o hizo que alguien grabase-: “Ranvaik es la dueña de este cofre”. “Me encanta ese objeto porque por una parte es irlandés y por otra tiene runas; viene de Irlanda pero convive en Noruega; se considera un objeto de lujo y quizá de moda y habla así del viaje de todas esas costumbres de una parte a otra del mundo: incluso con el contacto violento se produce transferencia cultural”.
Pero junto a este lujoso cofre, añade otro, mucho más modesto: unas pinzas de depilar. “Es un objeto que no asociamos para nada al mundo vikingo. Van colgadas de una cadena, por si te hacen falta en cualquier momento del día, para quitarte una astilla o lo que necesites. Es algo tan de diario que te permite acercarte a una cultura de hace mil años como si estuvieran viviendo hoy en día. Y lo desmitifica todo y lo hace más propio”.
La vida vikinga es la vida mejor
Para irse de vikingueada el barco era imprescindible y por eso la exposición contará con la reproducción, a tamaño natural, de una de aquellas naves, el Skudelev V, con 17 metros de eslora por dos y medio de manga. Una embarcación del siglo XI como las que usaron para “establecer una red comercial que sería la envidia de El Corte Inglés”, cuanta García entre risas.
Esa red abarcaba “medio hemisferio norte”, desde más allá del mar Caspio hasta las rutas de la seda, con un imperio mercantil organizado entre el Báltico y Constantinopla y que los llevó hasta América. Por eso, a la comisaria le gusta más hablar de contactos -“que muchas veces son violentos, pero muchas otras no”- que de una mentalidad “expansionista” a la que encuentra “una connotación casi imperialista”.
¿Cuál es, entonces, la parte de verdad en la leyenda (negra)? “Que una gran parte de esa expansión económica está relacionada con la violencia y el esclavismo”, una faceta, esta última, que el romanticismo -gran popularizador del mito- prefería olvidar. García no lo oculta: “Toda esa parte que nos crea rechazo sobre los vikingos es cierta”.
Pero hasta eso incluye matices. “Es cierto que eran violentos y hacían incursiones, pero también se asentaron en esos sitios, se casaron con la población local, otros se trajeron a sus familias y se integraron” en unos contextos “bastante interculturales” en los que los invasores “aprendieron las lenguas del lugar y esas lenguas cambiaron por su presencia”.
“Al final estamos hablando de la creación de comunidades híbridas por todo el mundo de contacto vikingo”, resume García. “Esto es algo que no está nada romantizado, obviamente, porque es mucho menos divertido que lo otro, pero que también da mucho gusto presentarlo”.
Y una muestra de esa integración es cómo los lugareños adoptaban sus costumbres y se apuntaban a las vikingueadas. “Hemos encontrado tumbas de hombres completamente vestidos de vikingo, claramente pertenecientes a la cultura vikinga, pero con un ADN que no tenía nada de escandinavo”.
Galicia, más de lo que dicen las excavaciones
Tras el fenómeno de la serie Vikings, la productora Take 5 puso en marcha una producción paralela, de carácter documental, Real Vikings, en la que explicaba los hechos que inspiraron la ficción. En uno de esos capítulos, García acompaña por Galicia al presentador, Neil Price –profesor de la Universidad de Uppsala que forma parte del comité científico de la exposición– para descubrirle los espacios que asedió Björn Piel de Hierro, el hijo de Ragnar Lodbrok, uno de los principales protagonistas de la saga. Entre ellos, Mondoñedo, en la provincia de Lugo o la ría de Arousa, la entrada natural por mar hacia Santiago de Compostela.
“Me encantó participar, porque era la primera vez que yo veía una presencia tan clara de Galicia y, en general, de la Península Ibérica, en el relato vikingo que se ofrecía al mundo” y que habitualmente está “muy anglosajonizado”. La experta cree que “lo más justo” sería decir que “Galicia tiene tanta importancia como cualquiera de los otros lugares que visitaron durante toda la Edad Vikinga”.
“Galicia y la parte del oeste de Al Andalus, el norte de lo que hoy es Portugal, tuvo un paso continuado de vikingos desde la mitad del siglo IX”. Llegaban “casi anualmente”, en pequeños grupos pero también “en campañas masivas de miles de personas”, como la que llevó a un centenar de barcos a la desembocadura del Ulla, en Arousa, una flota “tan grande como las que iban a Francia o a Inglaterra”.
“Los vikingos no eran tontos y cuando seguían yendo a un sitio es porque les convenía, porque sabían dónde estaba y porque había campamentos que les permitían quedarse en el territorio durante largas temporadas”. La comisaria está segura de que el impacto que tuvieron en Galicia es mayor del que “de momento” demuestran los hallazgos arqueológicos, una huella que sí está en el folclore, las leyendas o el imaginario popular desde el Medievo.
“Cada vez queda más claro a ojos europeos que hay que integrar a Galicia y a la Península en los estudios vikingos”, un trabajo al que ella se entrega ahora desde el CISPAC, el Centro de Investigación Interuniversitario de los Paisajes Atlánticos Culturales, dependiente de la Universidade de Santiago y ubicado en la propia Cidade da Cultura. De momento, es la única que se dedica allí a los vikingos, pero está segura de que “habrá más”, y habla ya de varios profesores y estudiantes de doctorado repartidos por la Península que también centran su estudio en ellos.
Vikingos animados
Otra de las rupturas que propone esta muestra es la estética y, para ello, García ha contado con el ourensano David Rubín. Este reputado autor de comic se acercó al mundo de los vikingos en obras como Beowulf, con Santiago García –nominada a los Premios Eisner, los Óscar de la historieta, en 2018– o ilustrando los Mitos Nórdicos de Neil Gaiman, el creador de Sandman o American Gods.
Consciente de que los vikingos han triunfado en las viñetas y de que los tebeos han sido la base de éxitos globales como las películas del Universo Marvel, García quería que la muestra, además de enseñar el pasado, aportase algo nuevo, que “participase” de la producción cultural sobre los nórdicos, pero con un contenido que recogiese “los nuevos entendimientos” en torno a ellos. Y para eso pensó en Rubín.
“Me puse en contacto con David, pensando que me iba a decir que no, pero aceptó y me dio un alegrón”. Los diseños del autor de El fuego, animados por Monografo Estudio, toman vida en cuatro cortometrajes, uno en cada una de las salas, y acercan al espectador a la infancia de los vikingos, los viajes marítimos o los ritos funerarios. Pero García destaca el de la sección dedicada a la madurez, donde se guarda un espacio para la mitología. Allí se proyecta “una maravilla” inspirada en uno de los más famosos poemas en nórdico antiguo, Völuspá, la profecía de una vidente que relata la creación del mundo y su fin, el Ragnarök.
Vikingos y Shakespeare
Tras aportar ese granito de arena a la producción cultural sobre vikingos, García admite que trata de escapar de la ficción sobre el género. “Sería como ser médico y ponerte Urgencias al llegar a casa”. Aún así, si tiene que hacer una recomendación, se queda con El hombre del norte (The Northman, 2022), la película de Robert Eggers protagonizada por Alexander Skargârd. “Ves cosas en ella que son ideas e hipótesis de la arqueología moderna”, algo que la “emocionó”, al igual que el “cambio de tono” frente a las historias tradicionales, aunque siga siendo “un poquito androcéntrica para mi gusto”.
También disfrutó esos “elementos narrativos propios de las sagas, con el héroe que finge ser una cosa pero después es otra”. Es lógico que la trama tenga ese sabor épico: el guion se basa en el mismo texto del siglo XIII en el que Shakespeare se inspiró para escribir Hamlet. Para García, esto cierra un círculo. “La película reúne todo lo que me gusta. Cuando estudiaba la carrera, mi deseo más ferviente era ser investigadora sobre Shakespeare, pero luego la vida me llevó por otros derroteros”. La vida, que se la llevó de vikingueada.