Voluntarios y ecologistas temen ya un vertido eterno mientras esperan que la Xunta desbloquee la llegada de ayuda

Luís Pardo

Noia (A Illa de Arousa) —

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El Parque de Carreirón es un espacio protegido en el sur de la Illa de Arousa (Pontevedra). Hasta él se habían desplazado Abel, Susana y otros cinco compañeros, convocados a través del grupo de whatsapp “Salnés”, uno de las dos docenas que forman parte de la comunidad Limpeza de pellets. La convocatoria inicial había sido en la playa de O Terrón, en Vilanova, justo al otro lado del puente, pero un rastreo de punta a punta había confirmado que estaba limpia del vertido. Así que, por parejas o de forma individual, decidieron desplazarse al Carreirón, donde durante el fin de semana se habían desarrollado labores de recogida, pero “aún queda por limpiar”, tal y como se podía leer en el documento compartido en el que los voluntarios registran todos los lugares en los que han trabajado.

La playa más grande del parque, Xastelas –una maravilla de arena fina y aguas cristalinas que puede hacer que uno se sienta en el Caribe hasta que moja el pie–, también estaba despejada, así que el grupo –al que la lluvia no había echado para atrás– decidió atravesar la zona de pinares para revisar las calas. Como en un cuento para niños, por el camino se dieron de bruces con Mariló. Vecina de Vilagarcía –“eu son da ría”– y coordinadora de Greenpeace en Pontevedra, quien venía de comprobar que tampoco allí había rastro de las bolitas de plástico. Una noticia que los voluntarios recibieron con alegría hasta que Mariló planteó en voz alta la pregunta que todos se hacían para sí: “Si no está aquí, ¿dónde está?”.

Era el tercer día que Mariló estaba en el Carreirón. “El sábado había pellets, no mucho, pero algo había; ayer, bastante más. Vinimos varios grupos y nos repartimos por las distintas calas. Hoy volví y no había nada”. Lo repite con énfasis, como sin acabar de creérselo. “NADA. Estaban las playas impolutas, preciosas, como tienen que estar”.

“Han tenido que ser las mareas”, dijo a los voluntarios, decepcionados por no poder ayudar, pensando que quizá hubiesen sido más útiles en otra parte. Pero es muy probable que hoy se hubiesen encontrado esa misma situación en cualquier arenal. Los pellets, muy difíciles de descubrir cuando no aparecen acumulados en montones, fueron arrastrados entre el domingo y el lunes por la fuerza de las mareas o enterrados bajo la arena por las fuertes lluvias.

“Están dejando morir el mar”

Ése es también el diagnóstico que hacen las mariscadoras de A Illa. Este lunes era festivo, ya que el patrón, San Julián, se celebró el domingo, y por eso no había actividad en la lonja ni en la cofradía. Pero un grupo de ellas aprovechó para reunirse en torno a un café, una tarta y unos bombones y los pellets no tardaron en aparecer también sobre la mesa. No quieren fotos ni dar nombres, pero sí tienen ganas de hablar. La primera crítica va hacia la Xunta. Se sienten olvidadas por la administración gallega, “que está dejando morir el mar”, y esto es sólo un clavo más en el ataúd.

“Hoy es día 8 de enero y nos enteramos del vertido la semana pasada porque llegó un saco a la playa de Niño do Corvo”. “Lo encontró un vecino que andaba paseando, entonces llamó y dio el aviso al ayuntamiento”. “El saco apareció entero, sin romperse”. Y en él había algo escrito que les hace desconfiar de las palabras de la vicepresidenta de la Xunta, descartando la toxicidad del material. “No es así”. “Lleva otros estabilizantes que vienen marcados en el saco”. ¿Lo visteis vosotras? “Sí”. Y la conversación se desvía hacia la mortalidad de “gaviotas” y “delfines” que no son capaces de explicar. Como tampoco que, de todas las especies que antes mariscaban, hoy sólo sobreviva una: la almeja japónica. “Ya no hay almeja fina, ni babosa ni berberecho”.

La situación del Carreirón supone la confirmación de lo visto durante toda una jornada recorriendo parte de la costa más afectada por el vertido. La que podríamos considerar zona cero, Noia, en la costa de A Coruña, hoy aparecía aparentemente limpia –luego explicaremos este “aparentemente”–. Así lo confirmaban tanto el agente ambiental como los operarios de la empresa pública Tragsa, a los que la Xunta les ha encomendado la limpieza, a primera hora de la mañana. Antes de las 10 y con un frío intenso para estar al lado del mar –apenas 3 grados–, uno y otros cotejaban que la situación era muy diferente a la que había 24 horas antes, cuando los voluntarios tomaban el arenal.

“Va a durar meses, la gente tiene que seguir viniendo”

“Es un problema que va a durar meses”. Madison es una de las integrantes de Noia Limpa, la entidad que consiguió movilizar a la ciudadanía y alertar de lo grave de la situación cuando la administración miraba para otro lado. Hoy, tras varios días de intenso trabajo, tanto ella como sus compañeras intentaban recuperar la normalidad, así que atiende al teléfono en una pausa de su jornada laboral. Sus conversaciones de los últimos días con expertos en pellets la han convencido de que esta crisis va a durar. Y mucho. “Por eso la gente tiene que seguir viniendo a colaborar. Y tiene que ser mucha más”.

Esta mañana había convocada una limpieza colectiva en el concello vecino, Porto do Son, en la playa de Cabeiro. A primera hora de la mañana, las montañitas de pellets podían verse en esos puntos que los expertos llaman zonas muertas: donde el mar deja sus residuos. A las 11:30, la hora de la quedada, sólo permanecía una fila poco definida, como una carrera de hormigas transparentes, en la línea de la marea. Las olas se las habían llevado. “Pero ¿a dónde?”.

Al otro lado de Noia está el concello de Outes y la playa de Broña. A 40 kilómetros de Santiago, es una de las favoritas de los compostelanos. Poco antes de las tres de la tarde de este lunes lluvioso estaba totalmente desierta. La arena estaba llena de restos vegetales arrastrados por las olas y el temporal: ramas, algas, cortezas... sólo después de una intensa observación podían encontrarse los pellets. No aparecían en montones, sino dispersos, espolvoreados, como si alguien hubiese querido salpimentar de plástico la arena.

Mucho más pequeña y desconocida es la playa de Siavo, entre Broña y el puerto deportivo de O Freixo. Allí, la arena, más gruesa en algunas zonas, convierte la búsqueda de pellets en una misión casi imposible. Ahora que nos habíamos acostumbrado a detectarlos en la arena fina, los gruesos granos hacen que sólo cribando al tacto cada partícula se pueda encontrar la diferencia.

Antes de acercarnos a Broña, pasamos por la playa de Liñares, en Muros. Allí, las mariscadoras tenían previsto realizar este lunes labores de limpieza, pero decidieron aplazarlas al miércoles. Visto bajo el diluvio universal, parecía una decisión realmente inteligente. En Liñares, las gaviotas son las auténticas dueñas de un arenal cubierto de restos orgánicos, como si los despojos de todos los naufragios del Atlántico hubiesen decidido recalar allí. Un repaso con un ojo inexperto haría pensar que no hay rastro de pellets. Y con ese convencimiento me fui. Igual que había hecho en el Testal o en Boa (también en Noia). Sin embargo, después de conseguir descubrirlos en Broña, ya no me fío tanto de la mirada que tenía horas antes. Y si las mariscadoras han notificado al ayuntamiento que tienen intención de limpiar allí, por algo será.

“Es todo autogestión”, señala Mariló, a quien la organización ciudadana ante la indolencia de la Xunta le recuerda demasiado al Prestige. Cree que será incluso peor. “Es mi opinión”, incide, pero el carácter de los microplásticos provoca muchas preocupaciones. “No es como el chapapote, son más ligeros que la arena y son muy difíciles de limpiar”, señalaban los operarios de Tragsa a 60 kilómetros de allí. “Una escoba manual y un recogedor sin mango, esa es la única forma de hacerlo”, puntualiza la ecologista. Los operarios hoy estaban a la espera de probar la aspiradora que les habían prometido.

“Es una auténtica lástima desaprovechar esta movilización”, se lamentaba Mariló, viendo cómo se retiraban los voluntarios. “Si esto se repite, si la gente viene dos, tres días y no encuentra nada, dejará de venir”. Y eso le preocupa porque, al igual que Madison, también está convencida de que será una lucha larga, prácticamente eterna, contra un enemigo casi invisible que aparece y desaparece con las olas. Y que nunca sabes cuándo ni dónde volverá a surgir. Lo único seguro es que lo hará de nuevo.