Las elecciones están en el filo de la navaja. Todo voto cuenta. Para que el PP pierda no sólo es necesario que BNG y PSdeG ganen en número de votos, sino que lo hagan por cierto margen de diferencia. Caso contrario D´Hondt le dará el premio del gobierno a la derecha. La dispersión del voto progresista es uno de los activos del PP para mantener el gobierno de la Xunta. Todos los electores deberían tenerlo en cuenta para evitar los inútiles lamentos a posteriori.
Aunque, de hecho, el elector progresista gallego es un experto en voto estratégico. Hasta diría que tiene un máster en teoría de juegos. Lleva décadas votando diferente según el tipo de convocatoria. Tradicionalmente tendía a retraerse en las elecciones autonómicas, en parte porque se daba por hecha la victoria del PP. No va a ser el caso en esta ocasión. Una de las novedades de esta campaña va ser, según todos los indicios, la movilización del electorado urbano, lo que puede marcar el fracaso de Alfonso Rueda. También el voto joven. Y el femenino. En todo caso votar es la solución. Si hay una gran participación el PP lo tiene crudo.
Pero la dispersión del voto no es el único obstáculo. Ignacio Escolar ha explicado como la ley electoral sobrerrepresenta a las provincias del interior, Ourense y Lugo, más conservadoras. Es una réplica de la Ley española, pensada por Suárez en la Transición para sobrerrepresentar a la España interior, especialmente las dos Castillas, en perjuicio de la izquierda. Tal vez haya llegado la hora de modificarla.
El CERA, el voto de los residentes ausentes, puede también inclinar la balanza del lado conservador. Se calcula que hasta el 60% del CERA lo es de gente que no ha pisado nunca Galicia. Ese voto representa el 15% del cuerpo electoral en A Coruña y Pontevedra, el 21% en Lugo y el 29% en Ourense. No parece muy de recibo que el destino de los gallegos que vivimos aquí, a pie de obra, dependa de ese factor, muy sometido, por lo demás, a influencias clientelares. Los viajes a Argentina son un clásico de las elecciones gallegas. Si Democracia Ourensana, el partido del peculiar alcalde de Ourense, obtiene una o dos actas su voto irá derechito a la investidura de Rueda. Recordemos la Meditación de Marco Aurelio “Nadie te dijo que la batalla fuese fácil”.
La campaña ha dejado muy buenas sensaciones. Se percibe una confluencia emocional del nacionalismo y las diversas izquierdas, lo que es una gran noticia para el futuro. Se han roto muchos muros simbólicos. Es verdad que el enorme éxito de Ana Pontón, una estrella en el firmamento, ha obliterado la campaña de Besteiro, que ha sido la mejor que ha hecho el PSdeG desde los tiempos de Touriño. Parece que el PSdeG está de vuelta. Sumar, sin embargo, ha ido de más a menos. No era su momento.
La campaña del PP ha obedecido la Ley de Murphy. Todo han sido traspiés desde el comienzo y errores estratégicos. Desde el principio hasta el mismísimo final, cuando han traído a Ayuso, al parecer porque temen perder el voto de VOX. A mi me sucede que, cuando la veo, tal vez porque todo lo que dice me suena a parodia, siempre pienso en los guiñoles de Canal Plus. O en Polónia.
En todo caso, el PP ha pecado de arrogancia. Desde el punto de vista discursivo la campaña ha sido una catástrofe. Iban sobrados y cuando han visto que la cosa se ponía cuesta arriba han reaccionado con desconcierto, incluso con pánico. Todo el mundo lo ha podido ver. Salvo, claro, los que sólo se informan por la prensa afecta. Intentar comprar a los electores con bonos e ingresos en cuenta no ha sido bonito. Un poquito bananero diría yo. Se han retratado a si mismos.
En perspectiva española, Feijóo ha quedado amortizado. Los errores de la campaña, su declaración sobre los indultos -un punto de vista que no ha sabido mantener- y, en general, su manifiesta inconsistencia, se han sumado a la derrota del 23 J y le han dado la puntilla. El artículo de Zarzalejos ( “Este PP no tiene media bofetada”) en El Confidencial apunta a una reedición de lo que le pasó a Pablo Casado hace dos años. La derecha madrileña es un barullo constante: no son capaces de mantenerse quietos. Lo que sucede de fondo es que, para su desgracia, Feijóo no controla los medios madrileños. Lo hace Ayuso –quien paga, manda- y emitir un mensaje propio con tanta gente que te vigila y marca no es fácil. En todo caso, da la sensación de que quien puede decidir ya ha decidido su suerte. Se le acabó su buena estrella.
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