La mirada sabia a la España de posguerra que retrató Català-Roca llega a Madrid
En 2022 se cumplieron 100 años del nacimiento del fotógrafo Francesc Català-Roca. Como homenaje a su primer centenario, la sala de fotografía del Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando acogerá durante varios meses una exposición con las mejores obras del artista, La mirada sabia: “El gran maestro de su generación”. Las fotografías expuestas forman parte tanto de las colecciones de la Academia como de colecciones privadas que han sido cedidas para la ocasión.
A Català-Roca se le ha bautizado como el mejor fotógrafo de su época, con una mirada única que fue capaz de captar la realidad de un país que superaba la posguerra. Constituyó el puente decisivo entre la vanguardia de la anteguerra, que representaba su padre, Pere Català Pic, y la nueva vanguardia documental, que él mismo encabezó en la frontera de los años cuarenta y cincuenta.
En la capital es considerado uno de los fotógrafos más icónicos por su forma de representar el Madrid más costumbrista. Ponía el foco donde estaba la historia, un talento innato que pudo desarrollar desde niño en el laboratorio de su padre, del que heredó el talento y la audacia para componer sus imágenes. Creatividad, técnica e instinto visual, las tres cualidades que hicieron de sus fotografías obras de culto.
En obras como El piropo (1962) supo captar toda una época en un solo disparo. El poder, la Iglesia y el machismo en una foto que resumen cómo era la vida en la década de los sesenta en España. Como este decenas de ejemplos más, una colección para analizar y disfrutar con pausa y contexto. Entre sus modelos no solo había personas anónimas, Dalí también se dejó retratar por la cámara del fotógrafo casi a modo de mártir, convirtiéndose en una de sus obras más famosas.
Publio López Mondéjar, comisario de la exposición, considera que Català-Roca “dirigió su mirada segura hacia los detalles decisivos de las cosas, con la pretensión de comunicar su propia visión de la realidad”. El fotógrafo catalán fue ese testigo perfecto para cada ocasión, llevando su cámara a lugares que nunca antes se habían plasmado. Su fotografía dirigió la mirada más sabia a la gente humilde, a la cotidianidad, tanto en el campo como en la ciudad, dignificando situaciones que no se retrataban y dejando recuerdos eternos.
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