Mi triple salto mortal de la pandemia: alzheimer, coronavirus y confinamiento
Marta Gómez Mata
Sobre este blog
En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.
Después de más de dos años de ingreso debido al COVID, dos meses en coma, decenas de pruebas y cicatrices que marcan su cuerpo después del periplo, Eduardo Lozano ha salido del hospital. En la puerta le ha esperado Luís, un amigo con el que comparte la profesión de taxista e innumerables viajes a sus espaldas. El Caribe, Marruecos o Tailandia son algunas de las travesías que han hecho juntos. Y la tarde del viernes hicieron otra más, la que llevaría a Eduardo a casa. “Esta noche ha sido la primera en dos años que he dormido del tirón. Y mira que suelo ponerme muy nervioso antes de los viajes”, bromea.
Ha salido por la puerta del hospital sociosanitario Duran i Reynals a primera hora de la tarde y todo el centro ha querido despedirse de él. Y no es para menos: se ha convertido en una persona muy conocida en el hospital después de pasar más de dos años en una habitación a la cual, en algunos momentos durante la conversación, por un lapsus se refiere como “casa”. Tenemos una larga conversación en la puerta del hospital y, a los pocos segundos de subirse al taxi, pide a Luís que se detenga. “Espera, que voy a decir adiós a los de seguridad también”. Parece casi como si Eduardo estuviera retrasando la separación con el hospital. Y casi es así.
“Llevo tanto tiempo aquí que no quería salir, porque ya no tengo nada fuera”, reconoce Eduardo, mientras sigue con la mirada la silueta del hospital, que se va recortando a la distancia. Debido a las secuelas que le ha dejado el coronavirus, se le ha dado la incapacidad total y no volverá a trabajar nunca. Además, tampoco le esperan ni mujer, ni hijos, ni padres. “Solo tengo amigos, que me quieren y me han venido a visitar, pero aun así me siento solo”, explica Eduardo, quien reconoce haber estado toda la vida solo, pero ahora es diferente. “¿Y si me caigo? ¿Qué pasa con las tareas que ya no podré hacer?”, se pregunta preocupado.
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