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Esto no ha sido un paréntesis en nuestra vida, ha sido nuestra vida

María Luisa López Municio

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Aprovechando que comienza la desescalada, yo también la voy a hacer en redes. Hace mucho tiempo que no escribo y también he pasado varias fases en estos dos meses. La fase 0 comenzó con incredulidad, veníamos de una sensación de control y con mensajes incomprensibles afirmando que sólo afectaba a las personas mayores, como si eso quitara peso. Y de pronto parecíamos inmersas en una película de ficción que no terminábamos de creer, fase acompañada de una adicción a las noticias nada alentadoras en los medios y sin embargo mucha música y esperanza inundando las redes, y un teletrabajo que me mantenía atada a la rutina.

Mi fase 1 fue pillar el virus. A la semana de empezar el confinamiento, eso sí. No lo pillé en la manifestación del 8M. Sin duda esa fase fue muy dura, porque fue al principio, y al principio se sabía muy poco. Había unos indicadores muy concretos del virus que no cumplía, pero no estaba bien. Cada día era diferente y no sabía cómo iba a llegar al día siguiente. Investigaba en las redes sociales. Algunos artículos daban pistas, otros miedo, y otros me alejaban de las redes. Lo peor era pensar en que las cifras de muertos iban aumentando, que aquello no era algo pasajero, que de pronto perdíamos el control de lo que estábamos viviendo. Que las redes se inundaban de análisis, opiniones, tristeza, miedo, odio, también humor, y la extraña vida real nos traía aplausos para quienes se dejaban la piel cada día a las ocho, marcando el rito y ritmo del cautiverio.

Y al otro lado de la línea mi médico. Y al otro lado de la red el 'jitsi' acercándonos a amigas y familiares que han mantenido un poco de estabilidad. La televisión solo expulsaba un temor paralizante, y pensaba en las personas mayores cuya única fuente de información era ésa. Afortunadamente no estaba sola, y las dos estábamos parecidas, viviendo una antes que otra unos síntomas que nunca llegaron a ser graves, pero que eran impredecibles y constantes.

La fase 2 vino acompañada del fin de la fiebre y de la instalación del cansancio físico, pero también de algo que leí que llamaban hibernación mental. Y así fue, incapaz de pensar y mucho menos de ser creativa. Viendo cómo seguía muriendo gente, cómo el virus llegaba a población más vulnerable en diferentes lugares del mundo. Pero también como crecía la solidaridad, las estrategias para llevar el encierro, y el esfuerzo inmenso para salvar vidas y mantenernos alimentadas. No hacía nada en especial pero los días volaban, y me admiraba el ingenio y la actividad de mucha gente, y la fuerza de otra. Y me llenaban de estupor los ataques políticos, y cómo crecían los bulos en redes que sembraban odio y desconfianza. Incapaz de leer, volví a recuperar El Ministerio del Tiempo, que para mí refleja un poco nuestra “españolidad”, si es que existe tal cosa.

En mi fase 3 se empezaba a hablar de la nueva normalidad, del mundo que podíamos construir, de lo que debíamos aprender del confinamiento y de sostenibilidad ambiental y alimentaria. También veía programas de televisión con gente desde su casa como si tal cosa, porque al final terminamos construyendo normalidades con todo. Pensaba en los niños y niñas que juegan en medio de paisajes devastados por las guerras, el símil que tanto se usaba con la pandemia y que no entendía. Porque lo que nos ayuda a sobrevivir son los cuidados, el bien común y la solidaridad. Pensaba en lo que necesitamos para vivir, y en quienes carecen de lo básico. Y pude por fin leer a Almudena Grandes en otro paisaje tras una guerra, un paisaje inquisitorial y patriarcal que aún pervive. Y me puse a colocar y recordar retazos de mi vida que me iba encontrando en fotos, apuntes y libros.

Y ahora vuelvo a una fase 0 en la que hemos podido salir a pasear, a reconocer lo que tenemos cerca en este trozo de España, vaciada; pero no de ideas, esperanzas y paisajes. La mirada sigue puesta en las centrípetas metrópolis, que atraen todo lo que tienen alrededor. En nuestro interconectado mundo, que ha difundido rápidamente el virus aunque sin llegar a las consecuencias olvidadas de 1918. En la caída temporal de nuestra supremacía de homo industrialis sobre el planeta, por un momento hemos dejado de creernos invencibles; en cómo dependemos y necesitamos de la naturaleza y de otros seres humanos, aunque nos empeñemos en olvidarlo.

Esto no ha sido un paréntesis en nuestra vida, ha sido nuestra vida, con otros ritmos, necesidades y sentimientos, pero nuestra vida. Y afortunadas quienes podemos seguirla viviendo, y tener el sustento necesario. Vamos hacia una “nueva” normalidad. ¿Lograremos en ella algo más de justicia social global?

Aprovechando que comienza la desescalada, yo también la voy a hacer en redes. Hace mucho tiempo que no escribo y también he pasado varias fases en estos dos meses. La fase 0 comenzó con incredulidad, veníamos de una sensación de control y con mensajes incomprensibles afirmando que sólo afectaba a las personas mayores, como si eso quitara peso. Y de pronto parecíamos inmersas en una película de ficción que no terminábamos de creer, fase acompañada de una adicción a las noticias nada alentadoras en los medios y sin embargo mucha música y esperanza inundando las redes, y un teletrabajo que me mantenía atada a la rutina.

Mi fase 1 fue pillar el virus. A la semana de empezar el confinamiento, eso sí. No lo pillé en la manifestación del 8M. Sin duda esa fase fue muy dura, porque fue al principio, y al principio se sabía muy poco. Había unos indicadores muy concretos del virus que no cumplía, pero no estaba bien. Cada día era diferente y no sabía cómo iba a llegar al día siguiente. Investigaba en las redes sociales. Algunos artículos daban pistas, otros miedo, y otros me alejaban de las redes. Lo peor era pensar en que las cifras de muertos iban aumentando, que aquello no era algo pasajero, que de pronto perdíamos el control de lo que estábamos viviendo. Que las redes se inundaban de análisis, opiniones, tristeza, miedo, odio, también humor, y la extraña vida real nos traía aplausos para quienes se dejaban la piel cada día a las ocho, marcando el rito y ritmo del cautiverio.