La faceta filantrópica de Bill Gates superó hace años a su yo vinculado a la tecnología. No en vano, la Fundación Bill y Melinda Gates es la mayor organización privada de carácter solidario del mundo y el padre de Microsoft parece no cejar en su empeño por hacer del mundo un lugar algo mejor: si el pasado verano donó acciones de la compañía por valor de 4.600 millones de dólares (algo menos de 4.000 millones de euros) a la caridad, ahora Gates ha anunciado que destinará 100 millones de dólares (unos 80 millones de euros) a distintos fondos destinados a la investigación del alzhéimer.
De hecho, incluso algunas de las decisiones empresariales del magnate están vinculadas con la construcción de un futuro mejor. Sin ir más lejos, una de sus empresas acaba de adquirir 100 kilómetros cuadrados de terreno en Arizona para levantar de la nada una ciudad inteligente. Además, entre sus planes también está acabar con ese enorme problema que supone la acumulación de CO2 en la atmósfera. O, al menos, ese es el objetivo de una de las compañías de las que Gates es copropietario. Su nombre es Carbon Engineering, tiene su sede en Canadá y ya ha logrado eliminar toneladas de dióxido de carbono del aire.
El problema
Desde que se iniciaran los registros de seguimiento del dióxido de carbono allá por los años 60, su presencia no ha dejado de aumentar. El último informe anual de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) advertía de un nuevo récord: si en 2015 la concentración de CO2 en el aire alcanzaba por primera vez las 400 partes por millón, el pasado año se superaron las 403. “La última vez que la Tierra conoció una cantidad de dióxido de carbono comparable fue hace entre 3 y 5 millones de años: la temperatura era entre 2 y 3 grados más alta y el nivel del mar era 10 o 20 metros mayor que el actual”, avisan desde la OMM.
Las voces críticas con el Acuerdo de París de 2015, que obtuvo un compromiso casi global para mantener a raya la emisión de gases y tratar de impedir que el calentamiento global supere los 2 grados, han advertido de lo utópico de estos propósitos, al menos si se pretenden alcanzar tan solo reduciendo emisiones. En concreto, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) calculó que, para lograrlo, tendrían que disminuir drásticamente hasta desparecer antes de mediados del presente siglo.
Instalada en una destartalada planta de Vancouver que antes se utilizaba para procesar agua contaminada, Carbon Engineering podría haber dado con la fórmula para convertir una meta que parece demasiado ambiciosa en una realidad. La compañía copropiedad de Gates ha ideado un proceso para capturar el dióxido de carbono directamente del aire, almacenarlo y transformarlo en combustible.
En sus instalaciones, el aire cargado de CO2 pasa por unas turbinas donde una solución química hace que el dióxido de carbono reaccione y cambie de estado. El nocivo gas se convierte, así, en una arenilla compuesta de diminutas bolas blancas de carbonato de calcio que se recoge en unos tanques instalados bajo las turbinas. El aire, por su parte, sale limpio.
A continuación, las bolas se calientan en los tanques con gas natural (un proceso que también emite dióxido de carbono, aunque es capturado directamente) para volver a obtener el CO2 en estado gaseoso que se reutilizará para producir energía.
Fundada en 2009, no ha sido hasta este mismo año cuando la empresa invertida por el padre de Microsoft ha logrado el que hasta ahora es su mayor éxito: eliminar de la atmósfera entre una tonelada y una tonelada y media del nocivo gas al día. Una cantidad insuficiente para que las cuentas terminen de cuadrar, pues se calcula que solo los medios de transporte y las fábricas emiten unos 36.000 millones de toneladas de dióxido de carbono al año.
La planta de Carbon Engineering lograría sacar de la circulación entre 365 y 500 toneladas, por lo que harían falta entre 72 y 100 millones de instalaciones como la suya para quitar del aire todo el dióxido de carbono emitido en un año.
No es imposible, pero tampoco un objetivo que se pueda alcanzar de un día para otro. De hecho, el principal problema es el coste: “Va en contra de mi propio interés decirlo, pero a corto plazo hablar de la eliminación de carbono es una tontería”, admite el fundador de la compañía, David Keith. “Es más barato reducir las emisiones que eliminar el carbono a gran escala”.
Descartada la opción de reducir las emisiones tan rápida y drásticamente como sería haría falta, todo apunta a que la eliminación de dióxido de carbono se convertirá pronto en una alternativa necesaria y, de paso, un negocio multimillonario. Ya se están logrando reducir los costes: si bien apenas media docena de empresas trabajan en este incipiente sector, el coste de extraer una tonelada de dióxido de carbono ha disminuido considerablemente, de los 1.000 dólares en 2011 a los 100 dólares actuales.
¿La solución?
Más allá de lo caro que resulte extraer el dióxido de carbono del aire, lo cierto es que el concepto de emisiones negativas (relativo a cualquier proyecto que tenga por objeto consumir más dióxido del que libera), vislumbrado a principios de los 90 por el físico alemán Klaus Lackner, se había descartado hasta ahora por lo que podría traer consigo: si hubiera una forma de absorber el CO2, podría parecer que el problema se ha resuelto y las emisiones podrían volver a dispararse de forma descontrolada.
La propuesta de los canadienses hace que el concepto vuelva a ser atractivo porque no solo saca del aire el CO2 sino que, tras almacenarlo, lo convierte en combustible de baja concentración de carbonocombustible de baja concentración de carbono. Se podrían matar dos pájaros de un tiro: la empresa invertida por Bill Gates extraería el gas que emiten las fábricas, lo transformaría en una fuente de energía menos contaminante que los combustibles fósiles y se lo vendería a las propias industrias y a los medios de transporte, que pasarían a emitir menos dióxido.
Si bien ya ha comenzado a producir combustible y se espera que la planta pueda generar unos 400 litros diarios, su plan pasa por comercializarlo a partir del año que viene. No sucederá en la vieja planta de Vancouver. Los lugares con mayor de concentración de CO2 se encuentran en zonas industriales, por lo que el reto de Carbon Engineering pasa por instalar su tecnología lo más cerca posible de las chimeneas de las fábricas. Si el dióxido se absorbe casi al mismo tiempo en que pasa a formar parte del aire, y además se transforma en combustible, es posible que el planeta todavía tenga una salida.
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Las imágenes son propiedad de Wikimedia Commons (1 y 2) y Carbon Engineering.