Todo lo que la ciencia ficción nos ha enseñado sobre el sexo del futuro

Humano conoce a robot atractiva, se enamora, no sin cierta incertidumbre, y acaba con el corazón roto al descubrir que su metálica compañera no comparte sus sentimientos ni podrá hacerlo nunca. El argumento, en lo que respecta al romance, es recurrente en la ciencia ficción cinematográfica. Sirvan como ejemplos ‘Her’ o la más reciente ‘Ex Machina’, cuyos creadores exploraban la posibilidad de una relación entre una inteligencia artificial y una persona.

Sin embargo, ninguno de los protagonistas de estos films llegó a conocer del todo a su chica robótica en otro aspecto: el sexual, y eso que a las féminas cableadas no le faltan dotes para el flirteo. Los cineastas conjeturan sobre inquietantes romances en un futuro distópico, pero ¿qué pasa con la parte física?

Lo cierto es que, mientras que el amor no tiene mucha vuelta de tuerca −el concepto es el mismo ya se trate de ciencia ficción o de una comedia romántica−, el abanico de opciones se expande al hablar de relaciones íntimas. El cine nos ha enseñado máquinas del placer como el “orgasmatrón”, pastillas que estimulan los sentidos sin necesidad del más mínimo roce y presuntos encuentros (esta vez sí) entre hombres y máquinas.

Intimar con un robot, ¿una práctica inmoral?

“Este tipo de películas han abierto la mente de muchas personas a las posibilidades del sexo con robots”, opina David Levy, experto en inteligencia artificial y autor del libro ‘Amor y sexo con robots’. El científico considera que “el sexo con robots será tan normal como el amor entre humanos”, y asegura a HojaDeRouter.com que no es una predicción tan a futuro: “Sigo creyendo que en el 2050 habrá robots sexuales muy realistas”.

Ridley Scott se adelantó un poco con ‘Blade Runner’, ambientada en un 2019 distópico en el que los individuos de carne y hueso intimaban con replicantes (androides con aspecto humano) diseñados para ello, como Pris, un “modelo básico de placer”. Pero ya estamos en el 2016, y, según Levy, hasta ahora solo se han desarrollado prototipos muy primitivos que “pueden ser utilizados para practicar sexo de la misma manera que una muñeca hinchable”, como los que fabrican las empresas True Companion y Real Doll.

El objetivo es que, a diferencia de las recreaciones actuales, las máquinas sean capaces de conversar con su amante y tengan un tacto y aspecto más realistas. “No solo tienen que parecer más humanos, sino también comportarse como nosotros”, indica. Los mayores retos para este experto en inteligencia artificial radican en las áreas del reconocimiento del lenguaje y la interacción con las personas, cuyos avances todavía no permiten ese tipo de diálogo fluido.

Además, está la parte ética. “Mucha gente lo considera antinatural”, señala Levy, organizador del Congreso sobre amor y sexo con robots, programado para celebrarse el pasado mes de noviembre en Malasia pero prohibido finalmente por las autoridades del país, que lo encontraron demasiado indecoroso. A Kathleen Richardson, una antropóloga de la Universidad De Montfort (Reino Unido), tampoco le parece buena idea, y por eso lanzó el año pasado una campaña contra los ‘sexbots’ respaldada por otros científicos.

En opinión del impulsor del evento, si dos personas son libres de actuar como quieran en su intimidad, “lo que un adulto haga con robot sexual solo depende de él”.

Máquinas de placer

En ‘Barbarella’, una adaptación cinematográfica del cómic del francés Jean Claude Forest, el director Roger Vadim traslada al espectador al año 40.000. La protagonista, una despampanante Jane Fonda, y sus coetáneos experimentan algo parecido al placer gracias a unas píldoras que les estimulan químicamente.

Un cóctel ficticio que, como mucho, podría asemejarse a algunas drogas actuales que alteran la percepción y los sentidos. Ni siquiera el 'viagra’ femenino, que actúa sobre ciertos neurotransmisores del cerebro para aumentar el deseo sexual en mujeres, ha demostrado ser muy efectivo.

Solo al final de la película de 1968, Barbarella prueba otro método: los villanos extraterrestres la condenan a morir en la ‘excessive machine’ (“orgasmostrón” en la versión ilustrada), una máquina que acaba con las víctimas a base de orgasmos. El invento fue retomado en 1973 por Woody Allen en ‘El dormilón’, aunque el director estadounidense lo bautizó como “orgasmatrón” y no le dio una finalidad tan letal.

Aunque actualmente no existe ningún ingenio con semejantes propiedades, sí es posible adquirir alguno más sencillo (pero no por ello menos efectivo). Aquí encontramos desde el universo en expansión del ‘teledildonic’ −aparatos que estimulan al usuario por sí solos y vibradores controlados desde una aplicación móvil−, que Reiko, la replicante sexual del film japonés ‘I.K.U.’, llevaba directamente incorporado; hasta las películas pornográficas que pueden verse con gafas de realidad virtual y que ya predijo el 'thriller' ‘El cortador de césped’ en 1992.

Lo que sí sabemos seguro es que Barbarella, igual que los protagonistas de ‘Moonraker’, la séptima entrega de la serie original de James Bond, y los amantes de ‘Falling fire’, se habrían encontrado en la realidad con serios problemas para practicar sexo en el espacio.

No tenemos constancia de que algún astronauta lo haya probado en la Estación Espacial Internacional, pero sus habitantes se hallarían en una situación similar a la que vivió Bond: la escasez de espacio, la ausencia de gravedad y la presencia de compañeros complican la tarea y eliminan cualquier posible intimidad, por mucho que la física facilite el movimiento.

Un área poco investigada

Para James Logan, médico de vuelo en la NASA durante más de 20 años y fundador del Space Enterprise Institute, “el sexo no es el problema”, sino las consecuencias. “Dado el conocimiento que tenemos hasta ahora sobre la embriogénesis [evolución del óvulo fertilizado para formar un nuevo organismo], desaconsejaría seriamente los embarazos en el espacio”.

Aunque, según Logan, nunca se ha estudiado en humanos, se han observado serias complicaciones en animales, “incluidos los mamíferos”, en condiciones de ingravidez y alta radiación. “Hay etapas críticas durante el crecimiento del feto que evolucionarían radicalmente mal en ausencia de gravedad”, señala. 

Pese a los diversos cambios sufridos por la Tierra desde su formación, las condiciones gravitacionales se han mantenido constantes, así que considera “muy inocente pensar que organismos complejos, como los seres humanos, serán capaces de dar un gran y único salto para vivir en una civilización espacial en microgravedad”.

Solo los habitantes de la estación espacial que aparece en ‘2001: Una odisea en el espacio’ se salvarían de todos estos inconvenientes. La rotación continua de la estructura induce fuerzas centrífugas que simulan la acción de la gravedad, una técnica que de momento está en fase de prueba y que, según parece, provocaría pérdida de equilibrio y otras consecuencias poco agradables en el cuerpo humano.

Logan indica que no hemos averiguado mucho más sobre esta “receta de la gravedad” –dosis, frecuencia y efectos secundarios de su recreación artificial− de lo que ya sabíamos en los años 60, algo que constituye “una fuerte crítica a las autoridades científicas de la NASA y las prioridades planteadas en investigación”.

Pero si algo tienen en común la mayoría de películas de ciencia ficción que tratan el asunto amatorio es la desaparición del sexo entre humanos tal y como lo conocemos. En ‘El dormilón’, Allen establece, directamente, que “todo el mundo es frígido” y los hombres, impotentes. El director plantea una única salvedad: “Excepto los que son descendientes de españoles”. Quizá dentro de unos años puedan confirmarse o desmentirse los aciertos y errores de los cineastas, pero no hay que olvidar que el cine no se rige por los mismos principios que la ciencia. Los españoles, en principio, sí.