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El pionero que tradujo la informática: “Me da igual que digan 'computer', pero no que digan ordenador”

En 1964, Antonio Vaquero finalizaba la creación del primer sistema de enseñanza automáticasistema de enseñanza automática en España, uno de los primeros en Europa. Un selector de información del tamaño de un armario que proyectaba imágenes de microfilm según las respuestas del alumno, bajo el control de una computadora IBM 1620, marcaba el albor del 'e-learning' en nuestro país.

Licenciado en Ciencias Físicas en 1961, decidió sumergirse por completo en el tangible universo de motores, cintas perforadas y tensores de esas gigantescas máquinas cuando cursó el primer doctorado de Informática en España, el de la Universidad Complutense de Madrid.

“Fue como un descubrimiento. Dije: 'La física es muy difícil, igual estoy toda la vida trabajando y no hago nada'. En cambio la informática me pareció que iba a ser el futuro, se veía, y además se me daba muy bien hacer programas”, cuenta Vaquero a HojaDeRouter.com.

Sin embargo, a Vaquero no solo le preocupaban los lenguajes de programación, sino también la relación entre las máquinas y la lengua española. Por eso se convirtió en todo un maestro de la traducción de la informática, en un momento en el que los ordenadores pasaron de llamarse “calculadoras” a “computadoras”.

“Calculadora” era el término que José García Santesmases, considerado como padre de la informática en España, importó en los años 40, tras trabajar en la Universidad de Harvard. Vaquero se convirtió en discípulo de este pionero y en la actualidad, a sus 77 años, es catedrático emérito de Lenguajes y Sistemas Informáticos de la Escuela Superior de Informática de la Complutense, de la que además fue el primer director, entre los muchos cargos que ha ocupado a lo largo de su dilatada carrera. Hay uno que no aparece explícitamente en su currículum: el de defensor del lenguaje.

Cuando la informática necesitaba vocablos, este investigador incansable fue uno de los primeros en preocuparse porque utilizáramos los correctos en español y conociéramos también los del inglés. “Si no sabes lengua no puedes saber matemáticas, no puedes saber nada. La lengua da la posibilidad de expresar cualquier idea en cualquier materia”, defiende enérgicamente.

EL INFORMÁTICO QUE CONVENCIÓ A MICROSOFT

Vaquero nos cuenta que, entre los años 60 y 80, las traducciones de los libros de informática a la lengua de Cervantes eran “horrorosas” y “para echarse a llorar”. “Las hacían en Argentina y en México gente que se veía que ni sabía español ni sabía informática”, asegura. Cuando el gran público comenzaba a conocer la existencia de ordenadores, que un traductor escogiese los términos informáticos sin entenderlos casi siempre acababa en desastre.

¿Un ejemplo? 'Array', un término que en informática alude a cierto tipo de estructura de datos. Unos la traducían por el americanismo “arreglo”, otros como “matriz” y los más puristas, como “formación”, el término que para este catedrático jubilado es el más correcto.

“Es estrictamente el mismo concepto que una formación cristalina, pero la palabra 'arreglo' es muy mala”, explica Vaquero. Cuando un alumno se topaba con “arreglo” en un libro, difícilmente podía comprender la lección.

Motivado por la “necesidad perentoria” de transmitir y explicar a sus alumnos los términos de forma coherente, debatió los vocablos en las Escuelas de Verano de Informática de la Complutense de las que fue director y elaboró un completo libro de estilo que le llevó años terminar.

En 1985, McGraw-Hill publicaba 'Informática. Glosario de términos y siglas', un completo diccionario de términos inglés-español y español-inglés que escribió junto a Luis Joyanes, por entonces profesor de Electrónica y Computadores en la Academia de Artillería de Madrid.

“Para estar al día de lo que es la informática no puedes dedicar tanto tiempo a esto”, señala sosteniendo el grueso volumen en sus manos. “Tienes que tener tu laboratorio, tienes que llevar tesis doctorales, y además no había bases de datos como hay hoy para todo”.

El libro recogió 2.000 definiciones, que Santesmases alabó por su “claridad y concisión”. Con él los estudiantes podían saber que un 'binary digit' era un “dígito binario” porque había dos posibles, el 0 y el 1; que la “creación de ventanas” se traduce en inglés como 'windowing' o que el querido MS-DOS era una abreviatura de MicroSoft Disk Operating System. También podían descubrir que el término 'interface' era incorrecto. Si en español podía utilizarse la palabra “interfaz”, ¿por qué dejarla en inglés?

Su diccionario, publicado por McGraw-Hill, influyó también en el resto de editoriales, que comenzaron a traducir los términos utilizando las normas que Vaquero estableció, e incluso la Comisión Europea lo adoptó para sus propios traductores.

Microsoft también aceptó sus reglas para publicar en castellano un centenar de libros de informática sobre sus estándares en los 90. “Habían impuesto que se tradujesen con el libro de estilo de Microsoft y yo me lo leí y no me gustó. Le dije a Antonio [Antonio García Maroto, director por entonces de McGraw-Hill España]: 'Si traducís con este libro a mí me quitáis de en medio y ni siquiera digáis que soy asesor'”, relata. Al final, la compañía de Bill Gates cedió y sus textos se tradujeron con el libro de estilo de Vaquero.

'ORDENADOR', EL INCORRECTO TÉRMINO QUE IMPUSO IBM

Pese todos sus esfuerzos, hay un término que no logró imponer, aquel que correspondía en su diccionario de los 80 a la definición “máquina universal para el tratamiento automático de la información”. En la Complutense, la denominaban “computadora”, hasta que en España se extendió el término “ordenador” por influencia de nuestros vecinos franceses.

Vaquero escuchó por primera vez la palabra 'ordinateur' en un Congreso de Informática en Toulouse en los años 60, ciudad en la que ya existía un Laboratoire d'Informatique, y no le gustó nada el término.

“La palabra 'informatique' es muy buena porque va a la esencia de lo que es la computación, que es la información”, defiende. “El ordenador también ordena, pero es una cosa entre las millones de cosas que hace una computadora, no solo ordena”. En francés, 'le Grand Ordinateur' es el sobrenombre de Dios, que se encarga de dar órdenes y no de recibirlas y ejecutarlas, como sí hacen las máquinas.

Pese a la incorrección semántica del término, cuando IBM instaló su sede en Madrid, dependiente de París, recogió el término “ordenador” en lugar del anglicismo “computador” o “computadora” en el 'Diccionario glosario de proceso de datos inglés-español' que publicó en 1972. Sin embargo, en los diccionarios editados en Hispanoamérica se mantuvo “computador”

La adopción del galicismo fue muy rápida en la era de 'IBM y los siete enanitos', la expresión con la que se aludía en aquella época al gigante de la informática, en el papel de Blancanieves, rodeado por las otras siete empresas de menor tamaño que se repartían el resto del mercado.

En 1984, Vaquero expresó su desacuerdo con el término en el encuentro 'Los jóvenes, la tecnología y nosotros' que se celebró en Estrasburgo. Wladimir Mercourof y otros pioneros franceses de la informática, que habían contribuido a la difusión de 'ordinateur', admitieron que la palabra no era buena, pero no habían encontrado otra mejor.

Así que, mientras en Hispanoamérica disfrutaban de computadores en masculino o computadoras en femenino, en España nos quedamos con los ordenadores. El actual diccionario de la Real Academia Española sigue relacionando los términos “computador” con “calculadora” y “ordenador” con “computador”, pese a que Vaquero se quejó de esas circularidades en multitud de ocasiones. “En la Real Academia no hay ni un informático. Una cosa que hoy en día es el 50% de la ciencia y resulta que no hay ni uno”, protesta airadamente.

Los norteamericanos también cometieron errores, como denominar 'compiler' (“compilador”) a los programas que traducían un lenguaje de alto nivel a uno de bajo nivel. Según Vaquero, “traductor” ('translator') hubiera sido más adecuado, pero parece lógico aceptar los términos de los que sí revolucionaron la informática.

De hecho, para Vaquero habría sido mejor dejarlo sin traducir que traducirlo mal. “Me da igual que digan 'computer', pero no me da igual que digan ordenador”, defiende. Pese a ello, no pudo hacer nada por cambiarlo. Los ordenadores conquistaron España.

EL FÍSICO, INFORMÁTICO Y MATEMÁTICO QUE REVISABA LIBROS

Vaquero no ganó la batalla con el término “ordenador”, pero sí la guerra con su libro de estilo. Creó una red de profesores de informática que se convertirían en traductores de libros por toda España - desde Barcelona hasta Madrid, Almería o Extremadura - para que las decenas de libros que se publicaban en los 80 y 90 estuvieran coherentemente adaptados. Vaquero se encargó de la revisión técnica de unos 400 volúmenesse encargó de la revisión técnica.

Aunque en los 90 siguió debatiendo con sus compañeros los términos informáticos, fue abandonando esa labor precisamente cuando internet estaba en pleno auge. La terminología daba mucho trabajo y decidió centrarse en la investigación.

Eso sí, en 1999 predijo cuál sería el porvenir de la web, en la más tierna infancia de Google. “El futuro es saber acceder a toda la información que se sospecha que existe y que no se sabe dónde está. El futuro es que las búsquedas sean interactivas. Que uno pueda pedir lo que busca en cualquier idioma y el sistema lo encuentre de forma certera interpretando las preguntas”, defendió entonces.

En 2005 recibió el Premio Nacional de Informática José García Santesmases, Premio Nacional de Informática José García Santesmasesy Pinos Puente, el pueblo granadino del que salió en los 50 para estudiar en Madrid, le ha nombrado hijo predilecto y acaba de poner su nombre a una plaza. Físico, informático y matemático, fue uno de los primeros que se preocupó porque la informática en español no se escribiera “de cualquier manera”.

Al final, la lengua y la informática son partes de la misma cosa, ya que los lenguajes informáticos son parte del lenguaje natural, aunque este es mucho más complicado”, sentencia Vaquero.

Elegir las palabras más correctas, coherentes y, sobre todo, lograr que nuestras oraciones transmitan el significado preciso para que se entienda lo que decimos es para este pionero de la informática educativa más complicado que programar apoyándose en los previsibles y formales lenguajes informáticos.