Cómo Uber o Amazon explotan la miseria ajena para levantar sus monopolios

Una mañana de diciembre de 2013 un grupo de residentes de Mission District, un barrio de San Francisco, se paró delante del autobús de Google, el vehículo que transporta a los empleados hasta la sede de la compañía en Mountain View. El bloqueo era su forma de protesta contra la gentrificación del área: la presencia de los trabajadores del gigante tecnológico estaba haciendo aumentar el precio de los alquileres hasta tal punto que muchos antiguos residentes se veían obligados a abandonar sus hogares y muchos pequeños negocios a colgar el cartel de cerrado. Unas semanas después, las protestas subían el tono y los manifestantes llegaban a lanzar pedradas al autobús.

Douglas Rushkoff, escritor y profesor de cultura virtual en la Universidad de Nueva York, comienza su libro 'Throwing Rocks to the Google Bus’ 'Throwing Rocks to the Google Bus’con esta anécdota que retrata cómo las grandes compañías tecnológicas están comenzando a parecerse demasiado a los antiguos imperios que extraían la riqueza de la sociedad hasta agotarla, en un perpetuo acto de crecimiento egoísta insostenible. “Estamos atrapados en la trampa del crecimiento”, afirma el autor.

Como ejemplo claro de ese acaparamiento interminable, Rushkoff apunta directamente a la creación de grandes monopolios que practican empresas como Amazon o Uber, que se aprovechan de la miseria de industrias poco eficientes para hacerse con todo el pastel y echarlos del negocio.

“¿Por qué eligió Uber a los taxis? ¿Porque quería quedarse en el negocio del taxi porque es una industria genial que le iba a permitir crear una compañía multimillonaria?”, se pregunta. “No, es porque los taxis son una industria ineficiente, terrible, de crecimiento lento y casi insostenible, lo que quiere decir que puedes tomar el control si tienes el capital suficiente”, se responde.

Para ilustrarlo, en su libro el experto cita una de las campañas de Uber en la que la compañía proclamaba que los precios de su aplicación “eran más baratos que los de un taxi en la ciudad de Nueva York”. Eso sí, solo por un tiempo limitado. “Es como si la compañía avisara de que su estrategia depredadora de precios solo es una medida temporal para echar a los taxis amarillos del negocio, de la misma forma que Walmart [una cadena de grandes almacenes] socava a los minoristas locales”, detalla.

Operando en un área gris en la que no tienen que pagar ni por licencias ni por determinados impuestos asociados al ejercicio de la actividad, según Rushkoff, Uber se aprovecha de gente desempleada o con algunas horas libres y, sin preocuparse por la competencia desleal, empeora aún más la situación de una ya de por sí frágil industria del taxi.

“No es simplemente una situación en la que la tecnología haga algo mejor y de forma más barata”, explica el experto. “El poder de precios de Uber no es el resultado de magia digital, sino de la inmunidad de la compañía, que no tiene que pagar licencias, y de sus 3.300 millones de dólares [3.037 millones de euros] de financiación”. Gracias a estas circunstancias, Uber tiene dinero para fijar precios bajos y, borrada la competencia, ser el único superviviente en pie.  

“Si estás conduciendo un coche para Uber, ¿qué es lo que estás haciendo realmente? Estás haciendo I+D para una compañía de vehículos robóticos que ni siquiera posees”, se lamenta. De hecho, Rushkoff cree que la humillación final la sufrirán los conductores ‘freelance’ de esta herramienta cuando sean sustituidos por los coches sin conductor que la compañía ya prueba en San Francisco. De esta forma, y si todo saliera según los planes de la vapuleada firma, la ‘app’ organizaría los trayectos de los vehículos robot incluso más fácilmente que los de aquellos conducidos por humanos. “Y a los accionistas les iría tan bien —e incluso mejor— en este futuro automatizado”, censura.

Sin embargo, Uber no es la única empresa que sigue este sistema, que consiste en atacar a industrias poco eficientes para hacerse con un monopolio destinado a expandirse perpetuamente. Netflix, que en un principio comenzó su negocio ofreciendo títulos en DVD, o Amazon, que se convirtió en imprescindible para la industria del libro, son según Rushkoff otros dos buenos ejemplos.

“Todo empezó de forma tan inocente”, explica el analista al cuando se refiere al gigante del comercio electrónico de Bezos. “Con Amazon todo el mundo estaba en las mismas condiciones, así que las editoriales más pequeñas podían competir con las más grandes”, explica. Sin embargo, con el paso de los años, la tienda virtual se convirtió en el centro del universo de las publicaciones y todos los jugadores tenían el mismo tamaño —diminuto— al compararlos con la plataforma. “Amazon fija los precios, los términos, las tecnologías, la protección frente a la posible copia, la privacidad de los lectores... Todo”.

“¿Y por qué eligieron esta industria? ¿Porque Bezos ama los libros?”, se pregunta una vez más. “No, porque era fácil tomar el control. No era para hacer dinero con libros, sino para conseguir un monopolio que pudiera llevar a otros”, defiende apasionadamente el teórico. Así, el monopolio de los libros fue solo el primero, y ahora Amazon ha saltado a otras industrias y trabaja para convertirse, poco a poco, en el centro de la venta de electrónica para el hogar, de comida, de música, de vídeos e incluso de ropa y zapatos.

“Amazon no es un nuevo tipo de compañía, sino un tipo de compañía muy antiguo. Emplea las plataformas digitales de la misma forma que las potencias coloniales explotaban sus rutas marítimas exclusivas hacia el Nuevo Mundo”, defiende Rushkoff. Así, la digitalización de las corporaciones permite explotar la riqueza de formas todavía más eficientes, pero empleando modelos que tienen cientos de años.

En su libro, el sexto que publica este teórico de la comunicación, Rushkoff reconoce que las tecnologías digitales han creado nuevas vías de crecimiento y que Apple, Google, Facebook, Amazon, Microsoft y muchos otros han supuesto nuevas oportunidades y una nueva generación de millonarios. Sin embargo, el resultado de sus prácticas monopolísticas y extractivas es un panorama con mucho menos potencial del crecimiento. “El pastel es más pequeño o, si sigue siendo del mismo tamaño, los negocios digitales han conseguido apropiarse de partes más grandes, haciendo todo más difícil para otros jugadores e incluso para sí mismos”, afirma.

El crecimiento desmesurado: el caso de Twitter

Más allá de las explotación de determinadas industrias, e incluso en el caso de las grandes empresas que crean sus fortunas a partir de nuevos productos, este teórico considera que el mayor problema de este sistema económico protagonizado por las grandes corporaciones es el afán desmedido de crecimiento. Según Rushkoff, las empresas deberían poder llegar a un tamaño apropiado para su actividad y mantenerse en él, e incluso reducirse si la situación cambia. Pero las corporaciones basan su éxito en un crecimiento constante en el que, además, no importan tanto los beneficios como el valor de las acciones —Snapchat o Amazon son dos buenos ejemplos—.

En este ecosistema, incluso los aparentes ganadores operan contrarreloj, con un tiempo y un dinero prestados. “Muchas compañías de internet no tienen beneficios, o al menos beneficios comparables a sus valores de mercado. Y solo se convierten en historias de éxito el día en que sus fundadores hacen su 'exit', es decir, el día que cambian sus acciones por algo más real como otra compañía o una cantidad ingente de dinero”, detalla el experto.

Como ejemplo, Twitter. Un supuesto caso de éxito que ahora sufre para conseguir rentabilizar su enorme masa de usuarios. “No es que Twitter no tenga éxito, lo que ocurre es que no es lo suficientemente exitoso para justificar todo el dinero que los inversores han inyectado”, defiende en su obra. “Había suficientes beneficios para que los trabajadores fueran felices, para que los usuarios tuvieran un servicio e incluso para que los inversores originales pudieran ser compensados de forma progresiva. Pero eso no es suficiente para satisfacer a unos accionistas que quieren lograr una cifra cien veces más alta que sus 20.000 millones de dólares iniciales [18.300 millones de euros]”, lamenta una vez más.

Sin embargo, para lograr ese objetivo, Twitter tendría que convertirse en una corporación más grande que la economía de algunas naciones. “¿No es eso mucho pedir para una 'app' que manda mensajes de 140 caracteres?”, reflexiona.

Aún así, Rushkoff no cree que todo esté perdido. Defiende que hay mejores formas de alcanzar prosperidad en el panorama de los negocios digitales. El primer paso, frenar el crecimiento desmedido: “Si podemos superar nuestra adicción al crecimiento, tendremos el potencial para avanzar hacia un sistema económico mucho más funcional e incluso compasivo que favorezca el flujo de dinero frente a la acumulación”, fantasea el autor, “y que recompense a la gente por crear valor en vez de extraerlo”.

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Las imágenes de este artículo son propiedad de Aaron Parecki, Seth Kushner, Robert Scoble y Uncalno Tekno