Esta semana se cumplen 20 años del estreno del reality show más genuino de todos los tiempos: en los primeros días de junio de 1998 llegaba a las pantallas El show de Truman, la película protagonizada por Jim Carrey que mostró al mundo la vida de un hombre normal retransmitida durante 24 horas los 7 días de la semana durante más de 30 años. En aquel momento, la película dirigida por Peter Weir y escrita por Andrew Niccol parecía una intensa reflexión sobre temas como el poder de los medios de comunicación, la manipulación e incluso la religión. Sin embargo, el tiempo ha terminado llevando por otros derroteros el guión de El show de Truman, que ha terminado convirtiéndose en una suerte de profeta de la era digital.
Además de recaudar en las taquillas de todo el mundo más de 260 millones de dólares (cerca de 350 millones de euros al cambio y ajustando la cifra a la inflación), El show de Truman logró predecir, en cierta medida, algunas de las cosas que nos traería la tecnologíaEl show de Truman un par de décadas más tarde. Aquella historia de felicidad (con su toque artificial) narrada para una audiencia global, la vigilancia masiva y la pizca de activismo anticipaba más de lo que parecía en un principio.
Cámaras y retransmisiones por todas partes
A las habituales redes de agua, luz y alcantarillado, las grandes capitales del mundo han sumado una más: la de videovigilancia. Esta es, sin duda, una de las más obvias predicciones de cuantas hizo El show de Truman. Tal y como se explica en la propia película, en el plató que hace las veces de ciudad natal de Truman Burbank hay instaladas 5.000 cámaras para no perder ni un solo paso del protagonista del reality. Precisamente, un número similar al de cámaras desplegadas actualmente solo en el metro de Nueva York.
Sin embargo, es en China donde se han visto cumplidos (y con creces) los pronósticos escritos por Niccol: en el gigante asiático habrá, para el año 2020, 600 millones de cámaras y algoritmos de reconocimiento facial capaces de identificar a 200 personas por minuto en la búsqueda de rostros concretos. De hecho, a día de hoy ya habría repartidas por todo el país unas 176 millones de cámaras de vigilancia (propiedad de las instituciones públicas, compañías privadas y usuarios particulares), según datos de la consultora IHS Markit. Aunque el objetivo diste mucho de procurar entretenimiento a la audiencia, la videovigilancia planteada en El show de Truman es ya una realidad palpable en más de una esquina de cualquier urbe.
Ese entretenimiento que busca Christof, el director ejecutivo y padre intelectual del reality protagonizado por Jim Carrey, lo dan hoy otro tipo de cámaras. En concreto, las de los móviles. Si el personaje interpretado por Ed Harris (que hoy continúa augurando posibles futuros en el papel de propietario de Delos, la compañía que maneja los hilos del parque robótico de Westworld) aseguraba al comienzo de la película que “nos hemos aburrido de ver a los actores mostrar emociones falsas”, la audiencia de comienzos del siglo XXI busca lo genuino en publicaciones de Instagram y vídeos de YouTube.
De hecho, y a pesar de los grandioso de su montaje, el reality de Truman plantea que no harían falta grandes artificios para conquistar y embelesar a la audiencia. Simplemente, haría falta mostrar una vida real, lo más auténtica posible. Veinte años después, quienes más seguidores lograron en las redes sociales fueron aquellos que mostraban sus platos de comida y su ropa.
No obstante, Christof sabía que una vida anodina no era suficiente, y los influencers de 2018 también lo saben. Así, mientras en la película los actores-vecinos de Truman fuerzan algunas situaciones (su jefe le envía a coger un barco para mostrar al espectador una situación de agobio, mientras que en el guión original estaba planteada una escena en la que dos actores simulaban una violación para provocar una reacción de Truman), en el mundo de las redes sociales el retrato de situaciones que reflejan una falsa felicidad es cada vez más habitual: por ejemplo, la influencer australiana Essena O´Neil dejó Instagram tras confesar haber engañado a sus seguidores. “Llámenlo engaño, manipulación, mentira, no decir toda la verdad…”, explicaba ella misma.
De una forma u otra, tanto para los actores que hacían las veces de conciudadanos de Truman como para los ídolos de Instagram, “no existe diferencia entre la vida privada y la vida pública”, como explica en la película Hannah Gill, el personaje que representa el papel de mujer de Truman.
En cualquier caso, otra cosa anticipada por El show de Truman es que todo aquello que apareciera en pantalla estaría en venta más tarde. No ya por hacer durante todo el reality publicidad agresiva de objetos de cocina, cerveza y otros productos, sino por lo que Christof llama Catálogo Truman, un servicio en el que es posible comprar toda la ropa y el mobiliario que aparece en pantalla. Hoy, plataformas como 21buttons (que cerró 2017 con más de un millón de usuarios activos al mes) permiten hacer lo propio con la ropa que muestran los influencers en sus redes sociales.
La vida de Truman está medida constantemente por la audiencia. Hoy son los retuits y los likes, pero ya no hace falta un enorme plató de calles impolutas para retransmitir una vida en directo: precisamente, esas redes sociales y otras plataformas (con directos de lo más variopinto en Twitch o emisiones a través de Twitter gracias a Periscope) cumplen con esa premisa de la retransmisión continuada que plantea Christof en su obra maestra.
Lo que mejor anticipó el guión de Niccol, probablemente, es la globalización del entretenimiento. En la entrevista que concede el propio Christof en determinado punto de la película, el hombre de gafas redondas que mueve los hilos de la vida de Truman recuerda que su nacimiento fue visto en más de 220 países y a él asistieron más de 1.700 millones de personas. Sin lugar a dudas, unas cifras de audiencia impensables en 1998 para la televisión (y aún a día de hoy). Sin embargo, internet acerca ese sueño de Christof de público repartido por todo el planeta. Sin ir más lejos, a día de hoy Netflix se aproxima a los 120 millones de usuarios y está disponible en 190 países. Y, en realidad, esta cifra es casi anecdótica al lado de otro gigante del vídeo: YouTube presume de más de 1.000 millones de usuarios repartidos por 88 países y que disfrutan de unos 1.000 millones de horas reproducidas cada día. De hecho, ver un parto en la plataforma de vídeo de Google (como el de Truman en televisión) no es precisamente difícil.
Manipulación, ‘fake news’ y una pizca de activismo
Cuando el propio Truman Burbank empieza a sospechar de todo cuanto le rodea (aunque no es capaz de imaginar el alcance del tinglado en que está inmerso), llega a confesarle al que él considera su mejor amigo algo preocupante: “Creo que me están manipulando”. Él no sabía muy bien cómo, al igual que sucedería 20 años después con los afectados por el mayor escándalo de la historia de Facebook: los perfiles de algunos usuarios de la red social fueron recopilados por Cambridge Analytica para adecuar los contenidos políticos que se les mostraban e influir en sus decisiones electorales.
No obstante, a día de hoy la manipulación no solo se produce a través de estratagemas como la de Cambridge Analytica. Otro de los métodos en boga también es augurado en el film: si Truman encuentra en las portadas de los periódicos noticias falsas que explican los sucesos extraños que le rodean, hoy las fake news son sospechosas de haber llevado a Trump a la Casa Blanca.
Por no hablar de la representación de verdaderos montajes que sirven para intentar pararle los pies a Truman cuando intenta huir del plató. Falsos incendios forestales y supuestas fugas radiactivas muestran el máximo exponente de las fake news. Dos décadas más tarde y en la vida real, teorías de la conspiración aparte, mostrar pruebas de algo que no ha sucedido está a la orden del día, por lo que asegurar que hemos visto un vídeo o una noticia no demuestra nada. Sin ir más lejos, YouTube está repleto de usuarios que dicen probar constantemente que la Tierra es plana, y hace tan solo unas semanas un par de aplicaciones fueron suficientes para poner en boca de Obama un mensaje que él jamás había pronunciado.
Contra tanta videovigilancia y manipulación, una voz se alza sobre las demás e intenta advertir a la víctima. Sylvia, que en su escueto papel dentro del reality interpreta a la universitaria Lauren Garland, vendría a ser la Snowden de El show de Truman: primero partícipe del engaño y el espionaje al que está sometido constantemente el personaje interpretado por Jim Carrey -al igual que Snowden dentro de la NSA-, se muestra arrepentida e intenta hacerle ver a Truman cuál es la realidad en la que vive.
De hecho, la propia Sylvia lanza más tarde la campaña Free Truman. Este leve activismo que lucha por la liberación de la primera persona adoptada por una compañía y cuya vida ha sido seguida por miles de millones de personas ante el televisor también es comparable al surgido alrededor de las filtraciones de Snowden y que organizaciones como EFF o WikiLeaks tratan de llevar a cabo en contra de la cibervigilancia.
Como guinda del pastel, El show de Truman también vaticinó que la tecnología tendría como consecuencia que algunas multinacionales tuvieran tanto peso como las naciones. Si Christof explica que los beneficios del programa son equivalentes al PIB de un país pequeño, hoy los beneficios de gigantes como Microsoft (más de 21.000 millones de dólares el pasado ejercicio, más de 17.000 millones de euros al cambio actual) alcanzan el PIB de Jamaica u Honduras (14.000 millones de dólares y 21.000 millones de dólares, respectivamente).
Han pasado 20 años y, además de haber envejecido como pocas películas, El show de Truman ha ido cumpliendo vaticinios. Quién sabe si alguna profecía más del film se hará realidad pronto. De un modo u otro, y por si no nos vemos luego, buenos días, buenas tardes y buenas noches.