Según los más recientes datos del Ministerio de Agricultura, los españoles desperdiciamos en 2016 un total de 1.245,9 millones de kilos de comida. Si el dato ya es de por sí preocupante, el propio estudio oficial va más allá: de toda esa comida que se fue a la basura, más del 85 % eran alimentos sin preparar, que se fueron camino del vertedero tal y como entraron en los hogares.
Ante esos datos, ni siquiera haría falta recordar que, según la FAO, 815 millones de personas pasan hambre en el mundo. Es tal la cantidad de alimentos que se va a la basura que, sin necesidad de comparar cuán necesarios son para otras personas, salta a la vista que algo falla.
Algunos supermercados —también responsables de que una importante parte de sus productos terminen en la basura— ya actúan: más allá de campañas de concienciación o bajadas de precio de última hora en los artículos que están a punto de caducar, los comercios de alimentación suelen donar una parte de sus productos a comedores sociales y bancos de alimentos. Así, por ejemplo, el Grupo Día donó cerca de una tonelada de alimentos el pasado año, mientras que Mercadona hizo lo propio con 6.500 toneladas de comida.
Sin embargo, estas no son las únicas iniciativas. De hecho, ya existen a lo largo y ancho del mundo distintos proyectos tecnológicos que tratan de poner sobre la mesa alguna solución. Es el caso de Winnow, una empresa británica que ayuda a los responsables de las cocinas de restaurantes y hoteles a tirar menos alimentos.
Su propuesta parte de la base de que en la mayoría de establecimientos ni siquiera saben qué está acabando en la basura y qué no. Así, un dispositivo cerca del cubo (una tableta con su ‘software’ instalado) permite señalar qué productos y en qué cantidades van rumbo al vertedero. Después, Winnow ofrece informes y estadísticas de lo que se desperdicia, de forma que se puede observar fácilmente qué errores se cometen al comprar provisiones y cómo mejorar.
Con ese sencillo proceso, esta herramienta, que ya está siendo utilizada en las cocinas de hoteles de cadenas como Novotel e incluso en los populares restaurantes de Ikea, permite reducir la cantidad de alimento que termina en la basura. “En las cocinas promedio se puede llegar a reducir entre 20.000 y 50.000 dólares”, explican desde Winnow. Al cambio, entre 15.000 y 40.000 euros de ahorro.
Por su parte, la cadena de supermercados catalana PlusFresc apuesta por la tecnología para evitar tirar comida a punto de caducar y, de paso, ponerle las cosas algo más fáciles a sus clientes. Si bien otras cadenas reducen, a última hora del día, el precio de algunos de esos productos, la compañía española avisa a los consumidores de estas bajadas de precio en tiempo real a través de la aplicación creada por la ‘startup’ alemana FoodLoop.
Algo similar pretende el proyecto español Nice to eat you. Con una 'app' aún en desarrollo, los fundadores de esta 'startup' zaragozana adherida al programa de emprendedores Yuzz pretende poner en contacto a supermercados y restaurantes que tengan excedentes con consumidores que busquen productos a bajo coste.
¿Ese mismo día caduca la mitad del pasillo de los yogures? ¿Se ha cancelado la reserva de una mesa y van a sobrar filetes? Las empresas solo tendrían que acudir a la plataforma, hacer su oferta y esperar a que alguien se interese por ella. Por su parte, los usuarios solo habrán de reservar el producto que quieran e ir a recogerlo tras pagar el importe señalado (que, lógicamente, será menor de lo habitual).
La londinense OLIO va un paso más allá para poner en contacto, a través de su propia 'app', a consumidores que están a punto de tirar algo con otros que pueden querer el alimento en cuestión. Se trata de aprovechar la comida mientras se genera cierto sentido de comunidad: no se plantea como una oportunidad de negocio, sino como la de ayudar a los demás, ya que los alimentos que cada vecino ponga en la plataforma se deben dar de forma gratuita.
En España, además, está disponible Phenix, una plataforma de origen francés cuyo principal objetivo es darle una segunda vida a los productos, sean del tipo que sean (incluyendo la comida, claro). Su funcionamiento es sencillo: pone en contacto a multinacionales como Carrefour con asociaciones y ONGs para que los excedentes de unas vayan a parar a las otras.
Su sistema (definido por el director de la compañía en España, Miguel Die, como el “Wallapop de empresas”) no solo permite a las asociaciones ver qué ofrecen las compañías y decidir si les interesa o no, sino que además muestra los resultados por cercanía, con el objetivo de minimizar el impacto ambiental del transporte. A cambio de facilitar esta solidaria transacción, Phenix se lleva una comisión que proviene de las empresas. “Gracias a nosotros, las compañías reducen el coste de gestión de deshechos, por un lado, y por otro, al donar productos, se benefician de una desgravación fiscal”, explica Die.
Excluidos por feos
No obstante, no siempre son los supermercados, el mundo de los fogones o nuestras propias cocinas los lugares en los que se desperdicia comida. De hecho, antes de que los alimentos lleguen a cualquiera de estos sitios, algunos son descartados por su aspecto: las feos quedan fuera de la selección.
Si bien algunos supermercados, como Caprabo en España, fomentan el consumo de este tipo de productos no tan bonitos (pero igual de buenos), también hay 'startups' que han decidido centrarse en esta materia prima para reducir la cantidad de alimentos que se desperdicia. Entre ellas, la compañía galesa Get Wonky prepara “zumos éticos” a partir de frutas que han sido desechadas por su mal aspecto estético.
Su misión es “salvar” 300 toneladas de fruta anuales. Además, sus recipientes de cristal reciclado pretenden reducir en un 70 % los desperdicios que producen los envoltorios y paquetes de los productos. Basándose en ese mismo principio, la también británica Oddbox vende cajas de frutas y verduras que no cumplen con los cánones de belleza agrícolas.
Ya sea para lograr que compremos solo los alimentos que vayamos a necesitar o para que, al menos, reduzcamos la cantidad de comida que se va a la basura haciéndosela llegar a alguien que sí la quiera, lo cierto es que a día de hoy es bastante sencillo lograr que poco o nada llegue a ser un desperdicio. Si fuera así, todos saldríamos ganando.
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