¿Quieres un préstamo? Dime qué móvil utilizas y sabré si vas a ser moroso

No puedes contratar un seguro, cambiar de compañía telefónica ni comprar por internet a plazos o pagando tras la recepción del producto. ¿Por qué? Las empresas no se fían de ti y creen que no les vas a pagar. ¿Cómo lo pueden saber, si no te conocen de nada? Por alguno de los datos que has dado de forma inconsciente.

Un estudio del National Bureau of Economic Research de Estados Unidos ha analizado 270.399 compras realizadas en una tienda online alemana de muebles, de octubre de 2015 a diciembre de 2016. En ese comercio, los sofás o sillones se mandan primero a casa y luego se pagan, por lo que el equipo de investigadores tenía datos de quiénes habían abonado el precio y quiénes no.

Los investigadores tenían interés en una decena de aspectos diferentes que la tienda recogía con cada pedido, como el dispositivo desde el que se hizo la compra, el sistema operativo, el proveedor de correo electrónico del cliente o la hora a la que se llevó a cabo la adquisición. Los resultados son muy inquietantes, porque nos hacen ver toda la información con la que contaría una compañía para denegarnos una venta o prestarnos dinero.

Lo que el correo electrónico dice sin que lo percibamos

Hacer las compras desde un dispositivo iOS es sinónimo, parece ser, de formalidad económica: si la tienda o la aseguradora saben que tienes un iPhone, perciben que dispones de mayores ingresos o solvencia. También, los investigadores concluyeron que aquellos clientes que hacen los pedidos a través del teléfono en vez de un ordenador tienen tres veces más probabilidades de no cumplir los pagos. Incluso, si usan una cuenta de correo de servicios como Hotmail o Yahoo, calificados en el estudio como “casi desfasados”, insinúan una mayor morosidad. Y si han escrito mal el nombre de dicha cuenta son más sospechosos de ser como uno de los personajes de 13, Rue del Percebe.

La cuenta de correo electrónico da mucha más información de lo que podría parecer. Además del servicio que usemos y de cómo la hayamos introducido (las alertas también se encienden si el nombre o el domicilio están por completo en letras minúsculas), el propio nombre de usuario sirve para fiarse más o menos. De nuevo según las conclusiones del estudio, aquellas personas con su nombre o apellido en la dirección tienen un 30 % menos de opciones de ser morosos que aquellos que emplean una dirección como la que tú usabas con 13 años para el MSN Messenger.

Los dominios vinculados a prestadores de servicios de internet (esos que te regalan o vienen incluidos en el paquete cuando contratas sus servicios) están mejores vistos. Y los números tampoco tienen una buena consideración: es más fácil que las direcciones con cifras pertenezcan a morosos; los investigadores aseguran que esto es “plausible”, ya que los casos de fraude “también tienen una mayor frecuencia de números en las direcciones de correo electrónico”.

Otro de los elementos para prejuzgar es cómo llega alguien a esa web. De acuerdo a las conclusiones, si lo hacen a través de un anuncio de un motor de búsqueda (como los enlaces patrocinados de Google) es casi el doble de probable que si lo hacen a través de un comparador de precios, una herramienta que usan personas interesadas desde un principio en ahorrar dinero y en gastarse solo aquel que tienen. También parece influir la hora a la que preferimos comprar: resultan más fiables quienes lo hacen entre mediodía y las seis de la tarde que aquellos que sacan el carrito virtual de madrugada.

Lo que desvelan estos datos es que con nuestro email o con el dispositivo que usamos estamos revelando, sin darnos cuenta, lo fiables que somos en asuntos económicos. Dichos datos podrían servir para no vendernos un sofá, pero también para denegarnos un préstamo o una hipoteca.

Por otro lado, si los usuarios saben que estas transacciones dependen de lo que revela su teléfono, correo o rastro digital, pueden aprovecharlo para seguir cometiendo fraudes: un email creado ex profeso para pedir información sobre un seguro, usar un dispositivo robado o del que no se tengan datos para comprar un objeto de gran valor… Para Tobias Berg, uno de los autores del estudio y profesor de la Escuela de Finanzas y Gestión de Fráncfort, muchos consumidores no son conscientes de que el dispositivo o la cuenta de correo electrónico pueden monitorizarse en la compra. “Alguien que piensa en este tipo de cuestiones será probablemente una persona bastante sofisticada desde el punto de vista financiero”, considera.

También se pueden dar incongruencias: si en nuestro día a día decidimos usar un terminal Android porque no queremos pagar una suma mayor por un iPhone, eso no significa que luego no queramos o no podamos pagar una cantidad parecida a la de un dispositivo con iOS por otro servicio. Además, ¿qué pasa si queremos usar una dirección de correo electrónico de la adolescencia para ciertas gestiones y dejar la principal para cuestiones laborales o de trabajo? ¿O somos morosos si decidimos comprar de noche, en la tranquilidad del hogar, en vez de durante el horario de trabajo?

En opinión de los investigadores, habría que combinar todos los factores posibles antes de denegar un préstamo: lo que pueda deducirse de la dirección o del dominio de un correo electrónico no debería ser vinculante. Por otra parte, las propias entidades tienen sus baremos o herramientas para aceptar o no un crédito, y no parece que eso vaya a cambiar de la noche a la mañana con el rastro digital. Pero si se combina un análisis del riesgo más tradicional con el registro electrónico, las predicciones pueden ser mucho más exactas. De hecho, los investigadores han concluido que este rastro digital “complementa en lugar de sustituir” las estimaciones que haga la entidad bancaria. 

También, el estudio apunta que el análisis de estos nuevos factores podría servir para conceder créditos (o no) a aquellos que no tienen cuenta en un banco y que, por ello, no pueden acceder a los canales de financiación tradicionales, como sucede en países en desarrollo. 

Mientras vemos lo que pasa en el futuro con las entidades de crédito tradicionales, parece que las compañías de fintech ya tienen más confianza en el big data que en métodos tradicionales para tomar este tipo de decisiones. En cualquier caso, queda claro que los tentáculos del rastreo llegan a lugares insospechados.

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